Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Las páginas web dedicadas al turismo dirán que Molokai representa el auténtico espíritu hawaiano. Que el ritmo allí es más pausado, sin boliches ni complejos turísticos y que por ley la altura de los edificios no puede superar la de un cocotero.
Molokai está ubicada a 40 km. al este de Oʻahu, la isla principal del archipiélago de Hawaii, donde se encuentra la capital Honolulu y Pearl Harbor. Está formada por dos volcanes, el East Molokaʻi y el West Molokaʻi, tiene 60 km de largo y 16 de ancho y el visitante podrá disfrutar de tranquilidad y naturaleza: cascadas, playas, cuevas, arrecifes de coral y bosques tropicales que podrá recorrer a pie, a caballo, en barco o en bicicleta.
Una enfermedad maldita
Pero lo que no refieren los folletos de agencias de turismo es el oscuro pasado de la isla. Y es que cuando la expedición británica encabezada por James Cook arribó al archipiélago hawaiano llevaron, además de un bagaje cultural y ansia colonizadora, un cúmulo de enfermedades desconocidas para los aborígenes que sufrieron graves consecuencias al no tener anticuerpos para superar los contagios.
Entre estas nuevas enfermedades «importadas» por los migrantes estaba la lepra, considerada una de las dolencias más antiguas del mundo y muchas veces tildada de maldición de características bíblicas.

El desconocimiento y el temor ante una enfermedad desconocida que si bien no es altamente contagiosa (se transmite por contacto prolongado y cercano con una persona enferma) pero para la que en esa época no existía tratamiento, llevó al rey Kamehameha V a aprobar una ley que permitían el arresto y traslado de las personas con lepra a «lugares de tratamiento o aislamiento» y en 1866 se creó la colonia de Kalaupapa.
Abandonados a su suerte
Kalaupapa es una península ubicada al norte de la isla de Molokai, al pie de un acantilado de unos setecientos metros de altura y al que, entonces, solamente se podía llegar por mar. El 6 de enero de 1866 llegaron los primeros doce infectados a la isla, nueve hombres y tres mujeres.
Las condiciones que se encontraron los primeros «pacientes» fueron muy duras. No había viviendas suficientes y la entrega de alimentos era deficiente. Como si fuera poco el sistema de provisión de agua era altamente defectuoso. El único que no tenía mayores inconvenientes era el supervisor del campo que vigilaba desde su vivienda en la sima del peñasco, lejos de los «infectados».
Cuando las miserables condiciones de vida las que eran sometidos fueron conocidas por el resto de la población de Hawaii, muchos decidieron ocultar a sus parientes infectados. Para que no sufrieran este terrible destino. Mientras que otros decidieron sacrificarse y acompañarlos a Kalaupapa para cuidarlos. El hecho de que no se permitieran visitas y mucho menos salir, significaba que ser enviado al campo era una sentencia de muerte en vida para aquellos desgraciados que eran capturados por la policía.

Josef, el hijo del granjero
Las cosas comenzaron a cambiar cuando, en 1873, llegó a la colonia el padre Damián De Veuster, un sacerdote belga que obtuvo del obispo de Honolulu el permiso para crear una misión en Kalaupapa. El religioso impulsó un programa de saneamiento que fue transformando la comunidad y brindando a los internados mejor calidad de vida.
Bautizado como Jozef de Veuster, había nacido en Tremelo, un pequeño poblado belga a mitad de camino entre Bruselas y Amberes. Era el séptimo de los ocho hijos de un matrimonio de campesinos profundamente católicos. La mitad de los hermanos tomaron los hábitos. Jozef lo hizo a los 18 años, cuando se encontraba en Braine-le-Comte, una ciudad a 90 kilómetros de su pueblo natal, estudiando francés.
«Seguramente no me impediréis abrazarla; pues si Dios me llama, yo debo obedecer –escribió a sus padres en 1858–. Como sabéis, queridos padres, la elección del estado de vida al que Dios nos llama es decisiva para nuestra felicidad más allá de esta vida. No os entristezcáis, pues, por mí».
Al ingresar a la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y María, Jozef cambió su nombre por el de Damián. Esto, siguiendo la tradición de adquirir un nuevo nombre como símbolo de una nueva identidad y compromiso con la fe. Eligió ese nombre inspirado en San Damián, conocido junto a su hermano San Cosme como los santos patronos de los médicos y farmacéuticos. Ambos santos fueron famosos por atender y curar a los enfermos sin cobrarles.
Obra vital
Lo cierto es que cuando el Padre Damián llegó a Kalaupapa las cosas comenzaron a cambiar para los desterrados en esa colonia. Luego de levantar una iglesia consagrada a Santa Filomena, patrona de los enfermos y las causas imposibles, fue desarrollando a su alrededor una serie de instalaciones sanitarias.
También logró que en Honolulu se aprobara la construcción de viviendas para los enfermos, hospitales para su atención, escuelas para la educación de las familias, y carreteras para agregar opciones de movilidad. También incentivó el desarrollo de una serie de granjas que produjeran alimento, contribuyendo con todo esto a la mejora de la calidad de vida de los residentes.

Su trabajo impactó en la capital del archipiélago y la princesa heredera del trono le entregó la Orden de Kalakaua. Reconocimiento al mérito y el servicio distinguido al monarca y al reino. El Padre Damián, indiferente a condecoraciones y otras fruslerías, continuó con su sacrificado trabajo. No dejó de ayudar a los enfermos ni siquiera cuando se convirtió en uno de ellos, en 1884. Damián de Molokai –como ya era conocido en todo el mundo– falleció cinco años después, a los 49 años.
Santificación
En su libro «El Reino de Dios está en vosotros», León Tolstoi se refirió a «las hazañas del Padre Damián», agregando que «nosotros, que apreciamos a los pensadores, filántropos, poetas y científicos de otras naciones. Nosotros, que nos enorgullecemos de las hazañas de Damián, como si fueran propias».
Por su parte, Mahatma Gandhi expresó que el padre Damián fue una inspiración para sus campañas sociales en la India. «El mundo político y periodístico puede presumir de muy pocos héroes que se puedan comparar con el padre Damián de Molokai. La Iglesia católica, por el contrario, cuenta por miles los que, siguiendo el ejemplo del P. Damián, se han dedicado a las víctimas de la lepra. Vale la pena buscar las fuentes de tal heroísmo», agregó.
La colonia siguió funcionando aun cuando el tratamiento de la Lepra se descubrió a fines de la década de 1930. Recién se cerró en 1969, diez años después de que Hawaii se convirtiera en el estado número 50 de los Estados Unidos. Damián de Molokai fue canonizado en 2009 por Benedicto XVI.


