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Crónicas al Voleo

El loco secuestro del Chueco

El loco secuestro del Chueco
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

A lo largo de la historia, principalmente durante el siglo XX, los gobiernos más o menos autoritarios utilizaron a eventos deportivos de gran resonancia internacional como una forma de perseguir aprobación popular.

Los ejemplos le surgen a uno casi sin proponérselo: Hitler y los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 (www.altagracianoticias.com/el-amigo-aleman-de-jesse-owens/), Mobutu Sese Seko y la histórica pelea entre Muhammad Ali y George Foreman en Kinshasa en 1974 (https://www.altagracianoticias.com/mobutu-foreman-y-ali-y-mukombo/). Y claro, el Mundial de 1978 llevado adelante por la última dictadura militar que asoló nuestro país (cuando la multitud, en plaza de mayo, coreaba el nombre del asesino Videla).

Fulgencio Batista, que gobernó Cuba entre 1952 y 1959, entendió que una forma de combatir el malestar popular con su gestión y la creciente simpatía de la ciudadanía con el Movimiento 26 de Julio era organizar algún tipo de competencia que atraiga la mirada del mundo. Y así, con la excusa de mostrar que Cuba era algo más que sus casinos manejados por la mafia norteamericana, sus cabarets y su turismo sexual, dar más impulso a esos rubros que eran la base de la economía de la isla.

Fangio gana, como casi siempre

La primera edición se llevó a cabo en 1957. Para la competencia se diseñó un circuito callejero en la Avenida Malecón en la playa de La Habana. La carrera fue un gran éxito que contó con la participación de los más importantes equipos y los más renombrados pilotos del momento. Fue ganada por Fangio al mando de un Maserati 300 S, seguido por Carroll Shelby que manejaba un Ferrari 410 y Alfonso de Portago con un Ferrari 860.

El éxito de la temporada inaugural hizo que la segunda edición de la carrera ya contara con gran aceptación. La combinación de un circuito veloz y un entorno con paisajes inigualables conformaban un combo de gran atractivo, tanto para los aficionados como para los observadores casuales.

Así, lo más granado de la principal categoría del automovilismo mundial volvió a encontrarse en La Habana. Ferrari presentaba a Stirling Moss, Masten Gregory, Wolfang von Trips, Piero Drogo, Porfirio Rubirosa y Chester Flyn. Por su parte, Maserati contaba con Fangio, Caroll Shelby, Harry Schell, Jean Behra, Giorgio Scarlatti y Maurice Trintignant.

Secuestradores improvisados

«La edición 1958 no deparaba cambio ni sorpresa alguna, salvo la lava hirviente política y subterránea –escribió el gran periodista Alfedo Serra-. Por un lado, el grotesco dictador y criminal Fulgencio Batista, títere de los Estados Unidos y de la protegida mafia que había encontrado la isla ideal para sus negocios, que necesitaba mostrarle al mundo que ese largo lagarto verde con ojos de piedra y agua, como la describió el poeta Nicolás Guillén, era una sucursal del Paraíso terrenal. Por otro lado, la insurrección en marcha liderada por Fidel Castro y sus barbudos, que ya dominaban Sierra Maestra y no tardarían en caer sobre La Habana en la última noche de 1959».

En la noche previa a la competencia, varios de los protagonistas holgazaneaban en el lobby del imponente Hotel Lincoln. Allí estaba el chueco de Balcarce, departiendo con otros pasajeros, periodistas y colegas. Fue entonces cuando un tipo con campera de cuero se paró junto a él y le apoyo lo que parecía ser un arma de fuego en su abdomen. «Disculpe Juan, me va a tener que acompañar» susurró. Fangio no pudo evitar un estremecimiento por la sorpresa que puso en alerta al indeseable acompañante. «Cuidado. Si se vuelve a mover, le disparo».

El Chueco, siempre al volante

Quienes lo conocieron recuerdan a Fangio como una persona tranquila y cerebral. Y esas dos características surgieron ante un secuestrador que a todas luces no tenía el comando de la situación, pero tenía un arma. «Vamos» dijo el piloto y rápidamente se dirigieron hacia la calle Virtudes. Algunos mecánicos y el británico Stirling Moss observaron la escena, estupefactos.

La persona del arma era Manuel Uziel y lo guió hasta un Plymouth que los esperaba en marcha. Apenas arrancó el coche, Uziel dijo: «Si nos descubren, estamos muertos». La desafortunada expresión obligó al argentino a tomar la iniciativa. Pidió una gorra y unos lentes oscuros para no ser reconocido. No tenían ninguno de los dos elementos. Unos improvisados. Alfredo Serra lo definió como «un secuestro amateur, más corazón que cerebro».

Amables secuestradores

Luego de un breve trayecto cambiaron de auto y llegaron a una casa a la que ingresaron por la escalera de incendios. Allí se dieron que la estancia estaba ocupada por una mujer que cuidaba a un hombre herido y a un niño, por lo que se vieron forzados a buscar otro alojamiento. Al llegar al nuevo destino, ubicado en el aristocrático barrio El Vedado, le cocinaron papas fritas a caballo mientras le preparaban una cama. Fangio recordaría, años después, que en su única noche en cautiverio durmió plácidamente.

En su libro «El otro Fangio», el recordado periodista Eduardo Gesumaría «Sprinter» indica que «si bien es cierto que cuando fue secuestrado estuvo muy preocupado, enseguida se dio cuenta que lo que se buscaba era que la noticia causara una sorpresa tal que se conociera al Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro contra Batista. Incluso lo trataron muy bien en todo momento: le pidieron disculpas y le explicaron que la acción no era contra él o la Argentina sino contra el régimen de Batista».

Salió a dar un paseo

Mientras secuestradores y secuestrado se desplazaban por La Habana, la agencia United Press Internacional informó que «Juan Manuel Fangio, argentino campeón mundial de automovilismo, fue secuestrado hoy por cuatro desconocidos. Un hombre alto y fornido, vestido con americana de cuero, llegó al Hotel Lincoln, situado en el corazón de La Habana, y le amenazó con una pistola. Mientras le apuntaba por la espalda lo hizo subir en un coche (un Plymouth verde que esperaba frente a la puerta y huyó por la calle Virtudes), en el cual había tres individuos más». Horas después, la misma agencia confirmaría que los secuestradores eran revolucionarios cubanos. En esos momentos el Movimiento 26 de Julio, encabezado por Fidel Castro, reivindicaría el hecho.

Con este antecedente, un periodista del diario colombiano «El Espectador» se comunicó con el Hotel Lincoln y preguntó por el automovilista. «El señor Fangio salió a dar un paseo» le respondieron escuetamente antes de cortar.

Negacionismo oficial

El gobierno de Batista decidió fingir demencia y no se refirió en ningún momento al secuestro de la principal estrella del automovilismo mundial. Es más, confirmó la realización de la carrera que se llevó a cabo al día siguiente.

Pero no duraría mucho la competencia, apenas seis vueltas. Cuando la carrera era liderada por Stirling Moss, el crédito local, Armando García Cifuentes, perdió el control de su Ferrari, se despistó y atropelló a un centenar de espectadores, con un saldo de seis muertos y treinta heridos de consideración.

En un instante todo se transformó en un caos. No había protocolo previsto para estos casos, nunca apareció una bandera roja y los pilotos debieron resolver a su criterio, algunos continuaron y otros volvieron a boxes.

El dilema de la liberación

Cada noticia de ese día era ganancia para Fidel y sus barbudos. Sin embargo, debía resolverse la cuestión de la liberación de Fangio. No era descabellado que las fuerzas de Batista atentaran contra el campeón del mundo y culparan a los guerrilleros. Una vez más, fue el propio secuestrado quien encontró la solución: pidió ser entregado al embajador Argentino en La Habana.

Casualidad o no, el representante en nuestro país ante el gobierno de Cuba era el almirante Raúl Lynch Guevara, primo del Che Guevara. Luego de casi 30 horas de cautiverio, Juan Manuel Fangio fue recogido en El Vedado por personal militar de la Embajada.

Al otro día, en rueda de prensa, se refirió –claro está– a su secuestro: «Me trataron muy bien. Nunca me vendaron los ojos. Cien veces me pidieron disculpas. Me parecieron macanudos. Les dije a los rebeldes que si me habían secuestrado por una buena causa, yo estaba de acuerdo». Todavía faltaba mucho para que se hablara del Síndrome de Estocolmo.

Después de esta edición, el Gran Premio de Cuba tuvo corta vida. Al año siguiente se suspendió porque los revolucionarios ya habían tomado el tren blindado en Santa Clara y estaban a la puerta de La Habana. En 1960 se reeditó con la intención de mostrar que en la isla no había pasado nada, se corrió en un circuito callejero alrededor de un aeropuerto militar y fue ganada por Stirling Moss. Después fue dejado de lado por una revolución que tenía otras prioridades antes de convertirse en una nueva dictadura.

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