Por Germán Tinti
En el Stade du 20 Mai se apiñaban unas 120 mil personas. Hacía calor aquella noche de octubre en Kinshasa pero a nadie parecía importarle. En el centro del campo de juego había un ring, potentes reflectores y dos gladiadores luchando por el título mundial, una considerable bolsa y un lugar destacado en la historia del deporte universal.
George Foreman y Muhamad Ali protagonizaban, aquel 30 de octubre de 1973, la “pelea del siglo” (si, otra). El entonces incipiente promotor Don King había organizado el espectáculo boxístico más importante de su época y empezaba a disfrutar del éxito, luego de meses de febril trabajo para llevar adelante un combate que hubiera dejado chico al Madison Square Garden, a uno de los países más pobres del mundo.
Para comprender por qué el evento deportivo más importante del momento ocurría tan lejos de los escenarios favoritos del mainstream, hay que fijarse en ese hombre corpulento, que luce un llamativo sombrero de piel de leopardo y ocupa el sitio preferencial del palco principal del Stade du 20 Mai: Joseph-Désiré Mobutu, que se había adueñado del poder de la joven república de El Congo en 1965 convirtiéndose desde ese momento en el arquetipo del dictador africano de la segunda mitad del siglo XX.
A Mobutu, que en 1971 le cambió el nombre al país por el de República de El Zaire y el suyo propio por Mobutu Sese Seko Nkuku Wa Za Banga («El guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso») le gustaban los deportes y entendía –como buen dictador– que por su masividad era una buena herramienta para entretener a la población. De la vieja máxima romana “Panem et circenses” Mobutu se había decidido dar circenses y quedarse con el panem.
No es casual que en ese mismo 1974 Zaire hubiera participado en el Mundial de Alemania. Fue el primer país subsahariano en participar en la máxima competencia futbolística mundial, luego de haber superado en la fase clasificatoria a Togo, Camerún, Ghana, Zambia y Marruecos. No obstante ello, en la fase final el desempeño fue tan malo que a veces se lo confunde con humillante. Perdió sus tres partidos, sufriendo un histórico 0-9 ante Yugoslavia. Recibió 14 goles y no convirtió ninguno. La jugada más destacada de alguno de sus jugadores fue cuando en el partido ante Brasil, Ilunga Mwepu vio la tarjeta amarilla luego de rechazar un balón antes de que se efectuara un tiro libre. Si bien solemos recordar con sorna aquella participación de “Los Leopardos” (sin olvidar jamás que Mwanza Mukombo fue figurita difícil), aquel plantel sufrió racismo y desprecio de rivales y árbitros, presión y amenazas de los servicios de inteligencia de Zaire y denigración y olvido de compatriotas.
Tal vez para olvidar el mal trago, Mobutu acordó con Don King para organizar “Rumble in the jungle”, la pelea de boxeo más importante de la historia (hasta entonces). George Foreman era el campeón vigente que llegaba con un récord impresionante (40 triunfos, 38 KO, 0 derrotas). Muhamad Alí era el retador, tenía 32 años y volvía por sus fueros después de haber sido despojado de su título por negarse a participar en la guerra de Vietnam y su explícita prédica a favor de los derechos civiles. Cada uno de ellos había acordado una bolsa de 5 millones de dólares.
Para preparar la llegada de los gladiadores, se organizó un festival de música que duró tres días que pasó a la posteridad como el “Woodstock africano”. Allí se presentó lo más granado de la música negra de los Estados Unidos, con estrellas tales como B.B. King, James Brown, The Spinners, Fania All-Stars, Bill Withers, Miriam Makeba y Celia Cruz, entre otros.
El primero en subir al ring fue Alí. Faltaban pocos minutos para las 4 de la mañana (el insólito horario se decidió para poder televisarlo en directo a Estados Unidos en prime time). Foreman retrasó algunos minutos su ingreso y en ese lapso el público demostró estar mayoritariamente a favor del retador. Decenas de miles de zaireños atronaban al grito de “¡Alí Bumaie!” (Mátalo Alí). En la previa a la pelea, el boxeador de Louisville había hecho gala de su reconocida y admirada locuacidad y el público de Kinshasa estaba fascinado con él. Por el contrario, la parquedad de Foreman provocaba indiferencia.
No nos extenderemos aquí comentando aquella pelea inolvidable, pero es indispensable decir que se trata de un capítulo imposible de saltear para cualquier aficionado al boxeo. Alí dio una clase de estrategia y efectividad ante un Foreman que era una topadora, que tiró golpes sin solución de continuidad, pero que nunca pudo colocar una mano que le doliera a su rival. Por el contrario, Alí esmeriló a Big George dejándolo lanzar manos que lo terminaron cansando. Si bien pudo verse poco de aquello de “vuela como mariposa, pica como abeja”, el retador sacaba andanadas de golpes que siempre hacían blanco en el rostro del campeón defensor.
Alí bumayé, Alí bumayé, Alí bumayé…
El inevitable konck out llegó en el octavo round. Alí tuvo su título, Foreman debió conformarse con una millonaria bolsa, Mobutu tuvo su fiesta y la repercusión internacional, Don King se hizo amo y señor del boxeo internacional. El deporte sumó un nuevo trago agridulce de otorgar a la posteridad una pelea épica y haber servido a los fines de un dictador, como tantas veces antes, como tantas veces después.
El derrotero deportivo de Mobutu tuvo su capítulo argentino y cordobés, cuando en 1976 Temperley y Talleres realizaron una insólita gira por el país africano. Fueron hospedados en una quinta residencial y les dieron todas las comodidades posibles. Incluso, el Presidente Mobutu se entusiasmó tanto que mandó a llamar al seleccionado local con un avión para que mida fuerzas con Temperley. En la aventura Miguel Oviedo, el utilero Adán Honores y el jugador de Temperley Oscar Suárez contrajeron paludismo. Suárez falleció poco después de regresar al país.
De todo lo negativo de los dictadores (que es todo), un detalle no menor es que les gusta eternizarse en el poder. En el caso de Mobutu Sese Seko Nkuku Ngbendu wa Za Banga fueron 32 años sometiendo a los zaireños. Cuando, en 1997, debió huir precipitadamente de Kinshasa por culpa del ingreso en la capital de las fuerzas de la Alianza de las fuerzas democráticas para la liberación del Congo-Zaire, el guerrero todopoderoso que, debido a su resistencia y voluntad inflexible, va a ir de conquista en conquista, dejando el fuego a su paso, acumulaba unos 6 mil millones de dólares en diversas cuentas en bancos suizos, los que le permitieron vivir un retiro digno en Marruecos, donde finalmente murió en 1997.