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Crónicas al Voleo

Violencia en el deporte

Violencia en el deporte
Por Germán Tinti (Especial para AGnoticias)

El hombre (o sea, el ser humano) a lo largo de milenios ha desarrollado juegos que representan la guerra. Bien podría decirse que la mayoría de los deportes son una puesta en escena de batallas. Tal vez una manera de encausar la pulsión bélica en tiempos de paz (que muchas veces es el intermedio entre dos guerras), aunque esto forma parte de otro análisis que no vamos a desarrollar aquí.

En nuestra cotidianeidad estamos acostumbrados a convivir con el fútbol, el básquet, el rugby y otras competencias colectivas que representan la lucha entre dos bandos que pretenden imponerse sobre el contrincante. El boxeo pone a dos luchadores a pegarse trompadas sobre un ring. Existen versiones más extremas como el full contact y el MMA, y otras más simbólicas como el judo, la lucha libre o la grecorromana.

La ciudad del arte

Hace bastantes años descubríamos en programas de la tele como «El deporte y el hombre» o «Deporte en acción» el Calcio Storico Fiorentino, competencia que surge a fines del siglo XVI. Desde entonces se realiza un certamen anual (que consta de dos semifinales y una final) en el que participan equipos conformados por jugadores de cuatro barrios de la ciudad. Los de Santa Croce visten de azul, los de Santa María Novella de rojo, los de Santo Spirito de blanco y los de San Giovanni van de verde.

Los enfrentamientos se realizan en la Piazza Santa Croce, con la imponente Basílica de la Santa Cruz de majestuoso testigo y decorado (o sea, los de azul son siempre locales), y a pesar de su impronta violenta, los jugadores del Calcio Fiorentino deben observar algunas reglas que evitan que el juego se convierta en una carnicería: No se puede golpear a un oponente desde atrás ni debajo de la cintura, tampoco se lo pude hacer a un rival que está en el piso y no se admite la superioridad numérica en las peleas, que deben ser uno contra uno.

Obviamente que las características del juego permiten que los ánimos se caldeen lo suficiente para que el riesgo de grescas generalizadas sea altísimo. Razón por la cual la custodia policial y la presencia de servicios de emergencia es ciertamente numerosa. Buena parte de los competidores termina en la enfermería.

Hito cultural

El equipo que se consagra ganador anual se lleva como premio un ternero y el «tercer tiempo» es en el Piazzale Michelangelo, en la otra orilla del Arno, adonde se celebra con fuegos artificiales, música y suficiente alcohol para que todos terminen mamados cantando a los gritos.

Esta celebración es tan importante para la ciudad, que el equipo de la Fiorentina (donde brillaron argentinos como Daniel Passarella, Oscar Dertycia, Ramón Díaz, Gabriel Batistuta, Diego Latorre y Abel Balbo, entre tantos), ha lucido en su camiseta los emblemas de estos cuatro barrios, además de haber llegado a tener hasta cuatro casacas alternativas, en ocasiones, una con cada color de los barrios que juegan el Calcio Storico Fiorentino.

Lo mismo pero a lo bestia

Pero la que tal vez sea la versión más salvaje del fútbol (o algo así) se produce a casi 4.000 kilómetros de la bella Florencia.

Sujumi es una ciudad ubicada en la costa oeste del Mar Negro y es la octava más poblada de Georgia. Tiene algo más de 65.000 habitantes y es, también, la capital de la República Autónoma de Abjasia, una nación parcialmente reconocida internacionalmente (un quilombete geopolítico).

En esta ciudad se realiza, cada Pascua y desde hace ocho siglos, el Lelo Burti, un juego (más bien una batalla campal) que bien podría definirse como un deporte anacrónico y anarquista. Solamente tiene una regla: llevar un balón de cuero que pesa entre 16 y 18 kilogramos hasta el extremo del campo del equipo rival. Campo que, por cierto, no tiene medidas concretas pero ronda los 400 metros de longitud.

Todos contra todos

Tampoco existe un límite de participantes y en ocasiones ha superado el número de 300 jugadores por equipo, aunque el número puede variar a lo largo de la competencia. Como se dijo, el balón (que tiene forma de calabaza) pesa hasta 18 kgs., es de cuero relleno con aserrín y arena y se fabrica uno por partido. La «caprichosa» (Quique Wolf dixit), antes del partido, debe recibir la bendición del cura, en caso contrario no se inicia el juego. En 2011 la contienda se retrasó varias horas porque el sacerdote que debía encabezar la ceremonia estaba en el mercado comprando verduras (dato no del todo chequeado).

La contienda se inicia con un disparo de escopeta y a partir de entonces, vale todo. Y cuando digo «todo», quiero decir «todo»: golpes, patadas, tackles, insultos, y llaves de artes de marciales. El partido solamente se detiene para que los servicios sanitarios retiren del campo a quienes se fracturan o se desmayan. No es raro que alguien quede seco de un bobazo. A lo largo de la historia se registran más de 200 fallecidos por infartos.

Combate a mala cara

El partido se juega hasta que termina. Y se termina cuando uno de los equipos deposita el balón en el fondo del campo del rival. Eso, entre 400 o 500 desaforados dispuestos a cualquier cosa, puede llevar muchas horas. Y no es como en el baldío, donde se juega hasta que se hace de noche. Aquí a nadie lo llama la vieja a comer.

Si vis pacem, para bellum. Tanto el Calcio Fiorentino como el Lelo Burti son descendientes directos de la tradición grecorromana, cuando la ciudadanía se preparaba constantemente para la guerra. Solo que a esta tradición los siglos le fueron agregando crecientes dosis de violencia.

«Casi nunca sé dónde estoy / no me importa los días ni la dirección / te preguntarás que coño hago aquí / dispuesto a buscar pelea si hace falta / Porque sé que es un baile salvaje / combate a mala cara / veo todo en blanco y negro» canta desde la década del ochenta Enrique Villarreal «el Drogas» de la icónica banda vasca Barricada. Pero a esta canción bien la podría haber cualquier jugador de Lelo Burti.

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