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Crónicas al Voleo

Los argentinos de la segunda guerra

La historia de un puñado de argentinos que pelearon para los aliados durante la gran conflagración mundial.
Por Germán Tinti

Como es sabido, el gobierno argentino mantuvo una polémica neutralidad durante la Segunda Guerra Mundial. Motivos geopolíticos y económicos, entre otros, fueron esgrimidos para justificar la posición de nuestro país, en medio de una marcada división de la opinión pública que enfrentaba a germanófilos y pro aliados. Pero si bien no hubo tropas regulares de las fuerzas armadas argentinas combatiendo en Europa, existió una multitud de voluntarios nacidos en nuestro país que tomaron las armas para defender al mundo libre.

El escritor Claudio Meunier, autor de los libros Alas de Trueno y Nacidos con honor, sostiene que «la Segunda Guerra Mundial como tal fue, ante todo, una guerra por establecer políticas alrededor del mundo. Los argentinos que fueron a combatir, lo hicieron con un solo fin: liberar al mundo de la tiranía de un pensamiento único y defender las libertades individuales,. Lo que es decir, libertad de profesar el culto que uno quisiera, libertad de pensamiento, derecha, centro o izquierda siempre bajo gobiernos democráticos».

Fueron unos cinco mil audaces que no dudaron en dejar todo y ponerse, en la mayoría de los casos, a disposición de las fuerzas británicas. Algunos de ellos pusieron en esta aventura –además del cuerpo– su propio patrimonio, ninguno cobró jamás una pensión por su participación en la más grande conflagración del último siglo; varios se destacaron por su valor y fueron condecorados. Buena parte de los voluntarios eran anglodescendientes, como Francisco Watt, que era nieto de Clara Allyn, una de las maestras que Sarmiento trajo al país durante su presidencia.

Patoruzú y el Rompeculos

Se da el caso de que más del 10 por ciento de ellos eran rugbiers federados, algunos de los cuales habían vestido –o vestirían en un futuro cercano– la camiseta de los Pumas, tal los casos de Allan Cameron, Leonardo Gavan Hughes, Noel Cooper, Ronnie Scott, Pedro Hyland, Harry Bell Thomson, Robin Houston, Miguel Seligmann y Jorge Felipe Gauweloose.

«El Rompeculos» así bautizado por los argentinos que combatieron para las filas de la Real Air Force.

De esta manera, en diversas bases aéreas de la isla de Gran Bretaña pudieron observarse aeronaves pintadas con el rostro del Cacique Patoruzú, con personajes de Florencio Molina Campos y con nombres sugestivos como “El rompeculos”. «Desde nuestro país se compraron dos escuadrones completos de aviones; uno de cazas y otro de los denominados ‘mosquitos’. Esto representó mucho dinero que entregaron particulares», sostuvo el historiador Oscar Rimondi en una entrevista del diario La Nación. «Hay documentación que es emocionante –se entusiasma Rimondi– la escuadra de Spitfire se completaba con nombres que reproducían los barrios de Buenos Aires, como Hurlingham y Olivos. Ya se habían donado otros cuatro que fueron bautizados Pampero I, II, III y IV».

La participación de pilotos argentinos fue altamente valorada por las autoridades de la Real Air Force, que resolvió bautizar a su 164º Escuadrón como “Argentine British”. Una leyenda muchas veces repetida aunque nunca documentada relata que el 9 de Julio de 1945 se celebró en la residencia de un acaudalado comerciante inglés que había residido en Argentina una fiesta conmemorando el aniversario de nuestra independencia.

A la celebración asistieron muchos voluntarios que también festejaban la caída de Berlín. Se comenta que el bullicio generó malestar en el tranquilo distrito de Paddington a punto tal que el vecino más notable del lugar, un tal Winston Churchill, fue a quejarse en persona, pero al conocer de boca del Oficial de mayor rango presente los motivos de la celebración, pidió disculpas, los animó a seguir la celebración y luego de saludar a varios de los presentes les deseó suerte y se retiró. Si non e vero, e ben trovato.

El caballero negro de Malta

Kenneth Langley Charney fue, según los historiadores, el piloto argentino más destacado de los que participaron como voluntarios en la gran guerra. Nacido en Quilmes  y criado en Bahía Blanca, era hijo de un ejecutivo inglés de la Anglo Mexican Petroleum y de joven se relacionó con el mismísimo Antoine de Saint Exupery cuando el escritor era piloto de la Compañía General Aeropostal.

Kenneth Langley Charney, héroe en la defensa de Malta y en Normandía.

Charney comenzó su participación en la guerra en junio de 1942, cuando formó parte de la defensa de Malta. Fue aquí donde consiguió el primero de los siete derribos confirmados (en algunas biografías se cuentan hasta 12 enemigos abatidos); y también obtuvo su apodo por su temeraria táctica consistente en atacar de frente los escuadrones de bombarderos alemanes para provocar su estampida y proceder a liquidarlos uno a uno. Pero su momento de mayor gloria militar lo vivió tres años más tarde en los cielos de Normandía,. Fue donde tuvo a sus órdenes a Pierre Closterman, el gran as francés de 23 victorias en sus alas y donde fue el primer piloto aliado en descubrir los restos del VII Ejército alemán en retirada.

Fue transferido al Pacífico y estacionado en Ceilán (hoy Sri Lanka), pero no volvió a entrar en combate. Revistó en la RAF hasta 1970. Tras un breve periodo como instructor de la fuerza aérea saudí, se radicó en Andorra, donde finalmente falleció, alcohólico, en 1982. Su anónima tumba fue encontrada por Claudio Meunier, que además impulsó la repatriación de sus restos en 2015.

La rosarina de la radio

Nacida en Rosario, Sheila Lanktree se alistó como voluntaria cuando cumplió 18 años. Su padre, comandante del ejército irlandés en la primera guerra, solía decir que había que “cortarle los mostacholes a Hitler”. Sheila partió en barco a cumplir el mandato paterno.

Sheila siempre tuvo amor por los aviones, y sirvió de radio operadora en Gran Bretaña.

No pilotó aeronaves, pero los ayudo a cumplir su misión. La entrenaron en el código Morse y le enseñaron a realizar el mantenimiento de las radios de los aviones. Fui radio operadora de los Pathfinder, los que iban delante de los bombarderos”. Entre 1943 y 1947, Sheila vivió en Norfolk, al norte de Londres, en una casilla de cinc, junto a otras doce chicas. “Hacía 20 minutos de bicicleta de ida y 20 de vuelta a la base. Nos divertíamos en el South American Club de Londres y, por las tardes, cuidaba chicos. Nunca tuve miedo. Tampoco me angustiaba. Eso es muy argentino”, relataba.

Al finalizar la guerra volvió a Argentina y trabajó en una de las empresas aéreas que operaba en el país. En 1948 integró la primera camada de auxiliares de a bordo de Aerolíneas Argentinas. “El amor por los aviones que nació de las entrañas de la guerra me duró toda la vida”, solía decir.

Chica de tapa

Quien sí tuvo bajo su control distintas aeronaves, aunque no entrara en combate, fue la quilmeña Maureen Adele Chase Dunlop. Hija de un empresario rural australiano, se crió entre las estancias patagónicas y el muy británico St. Hilda’s College de Hurlingham. En 1942, cuando tenía 22 años, partió hacia Inglaterra junto a su hermana y se enroló en la Air Transport Auxiliary (ATA). Allí pilotó Spitfires, Mustangs, Typhoons y bombarderos como el Wellington.

Una fotografía de Dunlop apareció en la portada de la edición del 16 de septiembre de 1944 de la revista Picture Post, una de las pioneras del fotoperiodismo británico.  La imagen se convirtió rápidamente un emblema de la participación de las mujeres en el conflicto bélico.

Maureen Adele Chase Dunlop

Al final de las hostilidades fue instructora de vuelo en la base aérea Luton y después regresó a Argentina. Aquí, instruyó pilotos en Aerolíneas Argentinas, voló para la Fuerza Aérea Argentina, y también trabajó como piloto comercial. Voló activamente hasta 1969. En 1973, la familia se trasladó a Norfolk para criar caballos de pura sangre.

¿Aventureros, temerarios, héroes, locos? Tal vez todo eso. Esta breve reseña deja en el tintero muchos nombres e historias de argentinos que dejaron todo para cruzar el mar y tomar las armas bajo otras banderas, pero con el convencimiento de que se trataba de una lucha ecuménica. Como bien dijo Churchill, “nunca tantos le debieron tanto a tan pocos”.

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