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Crónicas al Voleo

La cocina de Dalí

La cocina de Dalí
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Figueras es una ciudad catalana que se encuentra a pasos de la frontera entre España y Francia en la comarca conocida como El Ampurdan. Tiene un museo del juguete, una plaza de toros abandonada (en el 2000 se prohibió la actividad taurina en Cataluña) y la casa natal de un tal Salvador Domingo Felipe Jacinto Dalí i Domènech, Marqués de Dalí de Púbol. Salvador Dalí para los amigos.

El currículum del tipo es impresionante. Pintor, escultor, grabador, escenógrafo y escritor. Según afirma Wikipedia, es conocido por sus impactantes y oníricas imágenes surrealistas. También abordó el cine y la fotografía, lo cual le condujo a numerosas colaboraciones con otros artistas audiovisuales, como sucedió en 1929 cuando escribió el guion de la película «Un perro andaluz», dirigida por Luis Buñuel. Tal vez su obra más famosa sea «La persistencia de la memoria» (también conocida como «Los relojes blandos»), realizada en 1931.

Pan tradicional

Su ciudad natal es, de alguna manera, un museo a cielo abierto. Allí se puede visitar su casa natal y también el Teatro – Museo Dalí, un museo dedicado al pintor que antiguamente fue el Teatro Principal de la ciudad. El frente de este edificio se encuentra decorado por algunas esculturas y una gran cantidad (unos mil doscientos) de extraños y rústicos apliques. Cualquiera podría pensar que esas singulares formas salieron de la imaginación del artista, pero no. Son panes.

El pan de los tres crostones (pa de tres crostons en catalán) es un tradicional pan de la región de Girona que consumía la familia de Dalí cuando el artista era pequeño, y sin dudas era su favorito. Esa preferencia le dio un nuevo nombre al pan, que pasó a ser conocido como «pan Dalí». Según Àngel Baró, ex alcalde de Cadaqués y de familia de panaderos, el producto «tiene que reposar, amasar, reposar, amasar y formar. No se trata de hacerle tres crostons y ya, era una pieza de la gente rica, porque es muy elaborado. Mi padre lo hacía cuando Dalí tenía invitados en su casa, de aquí el nombre de ‘pan de Dalí’, no es porque él lo inventara».

Cocina regional

Y es que, en general, la crítica artística omite referir que a Salvador Dalí le gustaba mucho morfar… El historiador gastronómico Rafael Cartay sostiene «era amante de las comidas sencillas, especialmente de las comidas típicas de su tierra natal. Le gustaba el pescado fresco sacado de la costa cercana a su residencia, y la comida de los pescadores y de los pueblos de su provincia: las comidas de atrevidas mezclas de lo dulce y lo salado, y de las combinaciones alimentarias de mariscos y carne, que se conocían allí como mar y montaña».

Y no nos vamos a detener mucho en eso de la cocina de «mar i muntanya», típica de Cataluña y que combina carne de animales de granja y también vacuna, con pescados y mariscos. Este tipo de gastronomía tiene su origen en el Ampurdán, una región encerrada entre los Pirineos y el Mediterráneo. Sin embargo no podemos dejar de citar algunos de sus platos más representativos, como el pollastre amb llagosta (pollo y langosta), el pollastre amb escamarlans (pollo con cigalas) o el arròs mar i muntanya (con carne y mariscos). Mi viejo deploraría todos y cada uno de esos platos, pero deben estar buenísimos.

Lo cierto es que ya desde pequeño, Dalí demostraba pasión por la cocina. En su biografía cuenta que a los seis años quería ser cocinero y que para él resultó siempre un pecado comer cualquier cosa. Consideraba la comida como un orgasmo y más de una vez dijo que soñaba con empequeñecer a Gala para tragársela como una aceituna; «el canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura» decía y luego miraba a su interlocutor con esos ojos inquietantes y algo desorbitados.

La cocina surrealista

En 1973 publicó «Les diners de Gala» (juego de palabras con el nombre de su esposa y musa inspiradora y los eventos gastronómicos de etiqueta), un libro que incluye 136 recetas divididas en 12 capítulos. Cada uno está ilustrado con recetas de grandes cocineros, algunos de restaurantes muy famosos en la época.

En su prefacio, el autor deja en claro su pensamiento:

«Nos gustaría dejar claro que, desde las primeras recetas, Les Diners de Gala con sus preceptos y sus ilustraciones, se dedica únicamente a los placeres del gusto. No encontrará fórmulas dietéticas. Aquí tenemos la intención de hacer caso omiso de esos gráficos y tablas en los que la química ocupa el lugar de la gastronomía. Si es usted uno de esos cuenta-calorías que convierten el gozo de comer en una forma de castigo, cierre este libro de inmediato;. está demasiado vivo, es demasiado agresivo, y demasiado impertinente para usted».

La editorial alemana Taschen lo reeditó hace poco y lo anunciaba con estas palabras: «Ponga arte, toque exquisito francés y reflexiones surrealistas en su cocina. Esta reimpresión de Les dîners de Gala recoge los platos exóticos y la imaginación desbordante que se servían en las legendarias cenas de Salvador y Gala Dalí. Con recetas clásicas de los grandes restaurantes parisienses, como La Tour d’Argent y Maxim’s, ilustraciones creadas por el propio Dalí y una sección sobre afrodisíacos, este libro es obra de arte, recetario práctico y objeto de placer multisensorial. Todo en uno».

Pasta, huevos y senos

Dalí y Gala eran famosos –entre otras cosas– por organizar grandes banquetes para una variopinta lista de invitados. Les diners de Gala surge directamente de aquellas comidas y es un canto a la voluptuosidad de la comida. Cuenta con 12 capítulos, organizados por tipos de comidas.

En el libro se pone en el papel de una doña Petrona surrealista. presentando platos como crema de ranas, arbusto de cangrejos con hierbas vikingas, huevos de mil años o Senos de Venus como postre. Los huevos de cien años son bastante sencillos. Se hace con huevos duros, clavo de olor, azúcar, vinagre, salsa tabasco, limones, tomillo, saquitos de te, cebolla y ajo. Parece extravagante, pero si guglean verán que parece interesante.

Queso putrefacto

Según el ya citado Rafael Cartay, Dalí amaba el queso camembert, y fue esa variedad de queso que le inspiró el cuadro «La persistencia de la memoria» (o «Los relojes blandos»). Para él, lo putrefacto, aludía al fuerte olor de ese queso, equivalía a lo convencional, a la sensiblería y al romanticismo mojigato. Otro cuadro suyo fue «Huevos al plato sin plato», que, en una entrevista en 1952, aseguró haber visto en su vida intrauterina.

Salvador Dalí, como un Da Vinci moderno (ok, no imaginó ningún precursor del helicóptero), recorrió todas las categorías del arte, desde el papel y la carbonilla hasta la cocina. Y en este último item, según afirman los historiadores, con mejor criterio que el genio de Anchiano.

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