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Crónicas al Voleo

El cabaret más antiguo y el burro pintor

El cabaret más antiguo y el burro pintor
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

En el último cuarto del siglo XIX comenzaron a popularizarse en París locales de espectáculos que se conocían como «cabarets». El significado original del término es «taberna», pero en estos sitios no solamente se despachaba alimentos y bebidas sino que se escenificaban perfomances musicales y teatrales.

Rápidamente se destacaron porque en sus escenarios empezaron a normalizarse propuestas demasiado audaces para la época: ácido humor político y representaciones con temática sexual que desafiaba los límites del sentimiento de pudor imperante en la sociedad, al menos para demostraciones públicas. Fue en los cabarets donde subieron al escenario los primeros travestis y se presentaron las primeras pantomimas homosexuales. Al cabaret se lo considera descendiente directo del café-concert nacido luego de la Toma de la Bastilla.

El oficio de pezonero

La mayoría de estos negocios se instalaron «en el barrio posta del viejo Montmartre», donde Enrique Cadícamo imaginó a la brava y alegre griseta, Madame Ivonne. Algunos de ellos adquirieron renombre internacional, como el Mouline Rouge o el Folies Bergère, que se hicieron famosos por los cuadros musicales protagonizados por señoritas con los pechos al aire.

Out of context (o no tanto): según escribe Vargas Llosa en «Los cuadernos de don Rigoberto», allí nace el oficio de «pezonero», que consistía en «poner tiesos, en el momento de salir a escena, los pezones de las coristas. Para lo que, en su agujero de las bambalinas, disponía de un balde de hielo. Las muchachas, engalanadas con penachos de plumas, adornos de flores, exóticos peinados, largas pestañas, uñas postizas, mallas invisibles y colas de pavorreal, nalgas y pechos al aire, se inclinaban ante Fito Cebolla, quien frotaba cada pezón y la corola circundante con un cubito de hielo. Ellas, entonces, dando un gritito, saltaban a escena, los pechos como espadas».

El ágil conejo

De todos los cabarets parisinos, el más antiguo que aun abre sus puertas cada noche es el Au Lapine Agile. El historiador Juan Carlos Sequeiros, en su blog «Esta vieja cultura frita», especifica que «el cabaret Au Lapin Agile, establecimiento cuyo inicio de actividades (bajo otros nombres) se remonta a 1860, es la más antigua de aquellas salas parisinas de espectáculos artísticoliterario-musicales de la Belle Époque. Y, junto al Moulin Rouge, son los únicos dos de entre los que surgieron en aquel tiempo, que subsisten en la actualidad —si bien estimo pertinente acotar que el Moulin Rouge nunca fue literario, característica esa (principalísima y especialmente distintiva; además) que sí tuvo el primero».

El lugar, que empezó llamándose Cabaré de los Asesinos, debe su nombre actual a un juego de palabras entre Gill y lapin (en francés, conejo). En 1875, el propietario encargó al caricaturista André Gill un emblema para el local. Gill pintó en el muro exterior un conejo en el momento de escaparse de una cazuela y el cabaret empezó a ser conocido con el nombre de lapin à Gill (conejo de Gill), que pronto se convirtió en lapin agile (conejo ágil).

El visitante desprevenido tal vez se sorprenda al llegar al pequeño edificio del 22 de la rué Saules. Y es que se trata de una humilde construcción, con un coqueto jardín en el frente, que dista mucho de las luminosas marquesinas y lujosas instalaciones del Moulin Rouge, el Lido o el Crazy Horse.

A principios del siglo XX, Berthe Sébource y su esposo, Pére Frédé, adquirieron el local, que comenzó a ser frecuentado por artistas que canjeaban la comida por poemas, canciones, dibujos y cuadros que se colgaban en las paredes. Estos artistas, y el resto de público, compartían la estancia con una coneja amaestrada, la cabra Blanchette, el mono Théodule, un perro y unos ratones blancos que paseaban mansamente entre las mesas. Sin embargo, la estrella de la noche era el burro Lolo.

Un asno con pinceles en la cola

Lolo adquirió cierto renombre cuando tres jóvenes intelectuales, los críticos de arte Roland Dorgelès y André Warnod y el ilustrador Jules Deraquit, deciden gastarle una broma al ambiente artístico de la ciudad. Ataron a la cola de Lolo un par de pinceles  y detrás del animal pusieron un lienzo. A fuerza de zanahorias, que el jamelgo agradecía moviendo la cola, fueron llenando la tela de colores. Cuando se acabaron las zanahorias, la pintura estuvo terminada.

El cuadro fue bautizado como «Et le soleil s’endormit sur l’Adriatique» (Y el sol se durmió en el Adriático) y a Lolo le pusieron el nombre artístico de Raphaël Boronali. Cuando fue expuesta, algunos críticos elogiaron la obra. Uno de ellos llegó a decir que era «un acto de furor innato; un prodigio del arte expresionista». Un coleccionista llegó a ofrecer la friolera de 400 francos, una cantidad nada despreciable para la época. Finalmente, los tres amigos revelaron la verdad de la broma. Actualmente se lo puede apreciar en el Espacio Cultural Paul-Bédu, en las afueras de París.

La bohemia

En sus mesas comieron, se emborracharon y cantaron a los gritos Guillaume Apollinaire, Francis Carco, Roland Dorgelés, Charles Dullin. Maurice Utrillo, Max Jacob, Amedeo Modigliani. Pablo Picasso, George Brassens entre otras figuras de aquella «bohemia de París, alegre, loca y gris» a la que le cantó Charles Aznavour. Los versos del chansonnier describen a esa banda: «Teníamos salud / Sonrisa, juventud / Y nada en los bolsillos / Con frío, con calor / El mismo buen humor / Bailaba en nuestro ser / Luchando siempre igual / Con hambre hasta el final».

Turistas expertos y avezados recomiendan visitar Lapin Agile cuando se celebra la fiesta de la vendimia parisina. Esto, ya que el Lapin Agile se encuentra exactamente al lado de los viñedos más antiguos del mundo. Con plantas sembradas originalmente durante la dominación romana. Los mismos expertos aconsejan realizar un tour por las bodegas y catar el vino blanco Goutte d’or (teniendo en cuenta que la botella cuesta unos 45 verdes).

Caro, no obstante lo cual

El visitante deberá abonar, para acceder al show, 35 Euros (diez menos para estudiantes), lo que le permitirá también tomar un trago. Si alguno quiere impresionar a su cita, por 160 euracos podrá ver el espectáculo tomándose una botella de champagne Ruinart, el más antiguo de Francia.

Para los baqueteados bolsillos argentinos parece ser una fortuna. Pero tal vez la experiencia lo valga, sobre todo si tenemos en cuenta lo que dice la Oficina de Turismo de París. «Conservatorio vivo de la canción francesa, el mítico Lapin Agile, el cabaret más antiguo de Montmartre, revive cada noche nuestro patrimonio. También fomenta la aparición de nuevos talentos que presentan su trabajo. ¡Sin láser, sin micrófono, sin sistema de sonido! La naturaleza vuelve al galope. La música y las voces son naturales. El público participa en el ambiente y redescubre la atmósfera de las veladas de antaño, donde todos se escuchan y comparten su placer. Ven y volverás… enamorado».

O tal vez lo que, de modo más prosaico, afirmaba Norberto Napolitano: «Mis amigos me dicen que tengo que formalizar / que busque un empleo y que haga una vida normal / no obstante lo cual me sigue gustando el cabaret».

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