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Memorias del Chelsea Hotel

Memorias del Chelsea Hotel
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Chelsea es un barrio neoyorquino ubicado en el West Side de la isla de Manhattan, al sur de Hell’s Kitchen y al norte del Greenwich Village. Hacia fines del siglo XIX se convirtió en el distrito teatral por excelencia, por lo que muchos de sus vecinos eran artistas y la bohemia era una forma de vida.

En 1884 se inauguró, en el 222 de la calle 23 Este, un enorme edificio de departamentos de rojos ladrillos a la vista, en aquel entonces el más alto de la ciudad. Allí se mudaron numerosos actores, productores y escritores que tenían posibilidades laborales en el sector.

Cuando la movida teatral se mudó a la avenida Broadway, el edificio se convirtió en hotel; y desde entonces, con el cartel de «Chelsea Hotel» en su imponente frente, comenzó a forjarse una leyenda atravesada por miles de historias, anécdotas y uno que otro resonante hecho policial.

Un administrador buena onda

Cuando la propiedad comenzó a ser administrada por Stanley Bard el Chelsea se convirtió en refugio de escritores, músicos, actores, dealers, prostitutas y simples náufragos que encontraban en sus laberínticos pasillos y oscuras habitaciones un ámbito de libertad difícil de hallar en otros lugares de la ciudad.

El 9 de noviembre de 1953 el poeta galés Dylan Thomas murió en la habitación número 100. Según testigos sus últimas palabras fueron «he bebido 18 whiskys, debe ser un record». Años después, un cantautor de Minesota que había cambiado su apellido en homenaje al escritor británico se alojaba en el mismo hotel y componía gran parte de las canciones del disco «Blood on the tracks». Si, el Premio Nobel de Literatura Bob Dylan también se alojó allí.

La película de Andy

Quizás haya sido Andy Warhol quien le dio al hotel la categoría de sitio popular y meca de la movida artística de Nueva York. En lo que podría calificarse como un acto de voyeurismo, Wharhol rodó 12 momentos para conformar la película «Chelsea Girls» que, inmediatamente, adquirió la categoría de «filme de culto»; como casi todo lo que hacía quien es uno de los padres del arte pop.

El Chelsea fue también el escenario del inicio de la breve e intensa historia de amor entre Leonard Cohen y Janis Joplin. La leyenda afirma que al salir del ascensor, Cohen se cruzó con Janis que le preguntó por Kris Kristofferson. Rápido e ingenioso, Cohen respondió: «yo soy Kris Kristofferson» y terminaron juntos en una habitación. ¿Parece demasiado fácil? Bueno, algunos milagros ocurrían en ese lugar.

Como legado de esa relación, Leonard Cohen compuso «Chelsea Hotel Nro 2», que recrea aquel encuentro: «Eras famosa, tu corazón era una leyenda / Me dijiste otra vez que preferías a los hombres guapos / Pero por mi harías una excepción / Y apretando el puño por los que son como nosotros / Quienes están oprimidos por las figuras de la belleza / Te arreglaste, dijiste: Bueno, no importa / Somos feos pero tenemos la música».

La cima del surrealismo

El escritor Arthur Miller se alojó en el Chelsea en 1961, luego de separarse de Marilyn Monroe. En sus memorias describe al hotel como «la cima del surrealismo, un lugar donde tomar el ascensor contenía la posibilidad de salir colocado por el humo de la marihuana que inundaba el ambiente». Ok, hoy eso puede pasar incluso en tu propio edificio, pero en 1961 era bastante disruptivo. «Este hotel no pertenece a América –escribió Miller– no hay aspiradoras, no hay reglas ni vergüenza. Es un caos espeluznante y optimista que predijo el futuro de las modas y al mismo tiempo ofrecía la sensación de ser un viejo refugio que protegía a su familia».

Dean y Marilyn en el Chelsea Hotel

Stanley Bard, el comprensivo administrador del establecimiento (lo fue hasta no hace mucho), era permisivo hasta la ingenuidad; y respetaba la inclinación por las sustancias ilegales de muchos de sus huéspedes (durante varios años se alojó en el cuarto piso un dealer que no necesitaba salir del edificio para hacer negocios): «Conocí a Timothy Leary, Allen Ginsberg y toda esa generación beat. Pensé que todos tenían derecho a hacer lo que quisieran, siempre y cuando no fuera destructivo para el hotel», declaró años después. En su obituario, el New York Times se refirió a Bard como «el Robin Hood de los propietarios».

Patti y Robert. Y Sid y Nancy

«Soy Patti Smith y él es Robert Mapplethorpe, fotógrafo, y no tenemos dinero. Pero pronto seremos famosos y podremos pagarle» le dijo Patti a Bard a comienzos de la década de 1970.  El administrador les permitió pasar la noche. Pocos años después Patti, que en definitiva tenía razón, homenajeó al Chelsea con una sesión de fotos realizada por Mapplethorpe en una de las habitaciones del hotel. De esa sesión (que hoy forma parte de la colección del Tate Museum de Londres) salió la portada de «Horses», el disco que convirtió a Smith en «la madrina del punk».

«No existe ningún artista que haya vivido en el Chelsea y que no fuera capturado de alguna manera por su encanto– escribió Patti en «Just Kids», su autobiografía publicada en 2010– vivir en aquel hotel excéntrico y maldito nos dio sensación de seguridad y una educación excepcional. La buena voluntad que nos rodeaba demostraba que los Hados estaban conspirando para ayudar a sus entusiastas criaturas».

Patti Smith y Robert Mapplethorpe

La crónica policial también alcanzó al Chelsea. El 12 de octubre de 1978, después de una noche de excesos (como casi todas sus noches en los últimos años), Simon John Ritchie –más conocido como Sid Vicious– bajista de la banda punk Sex Pistols, encontró a su pareja en el baño de su habitación con una puñalada en el abdomen. El músico fue detenido inmediatamente acusado de homicidio. En su declaración alegó que no recordaba nada de la noche del crimen y fue liberado bajo fianza en espera del juicio, al que no llegó porque cuatro meses después murió por sobredosis de heroína.

William Burroughs y Andy Warhol
Los fantasmas del Chelsea

Los libros de registro de pasajeros del hotel son el sueño húmedo de cualquier coleccionista de autógrafos. Luego de más de una década cerrado, en parte por reformas; en parte por un conflicto con los inquilinos de residencia permanente que intentaban impedir la venta de la propiedad a una cadena hotelera, el Chelsea reabrió sus puertas el año pasado.

Ya no es el refugio casi sórdido de artistas, bohemios y drogones; las tarifas se elevaron a la altura de su fama y no es posible encontrar ningún dealer en el cuarto piso. Pero sin dudas sus ocasionales pasajeros no pierden la esperanza de cruzarse con Charles Bukowski conversando con Milos Forman, o a Jimi Hendrix zapando con Dee Dee Ramone mientras «Diego Rivera, lápiz en mano, dibuja a Frida Kahlo desnuda» y Luc Besson hace tomas con Jean Reno y Natalie Portman para «El perfecto asesino».

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