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Crónicas al Voleo

Las putas de San Julián

Las putas de San Julián
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Luego de la Primera Guerra Mundial el precio de la lana se derrumbó. Y por esas cosas del «efecto mariposa» o la ley de Murphy, cuando alguien estornuda en Oslo, aquí nos agarramos neumonía todos. Y como el precio de la lana bajó en Europa, los criadores de ovejas del sur argentino vieron caer drásticamente sus ganancias. Y, para reducir costos, entraron a despedir empleados.

Con el apoyo de organizaciones sindicales de extracción anarquista comenzaron una serie huelgas que tuvieron una respuesta violenta por parte de autoridades policiales y fuerzas paramilitares como la Liga Patriótica. El presidente Hipólito Yrigoyen envió tropas del ejército comandadas por el Teniente Coronel Héctor Benigno Varela (Héctor Alterio en la película)

Normalizar a sangre y fuego

Alterio… perdón, Varela llegó con la misión de «normalizar» el estofado que se estaba cocinando en esas lejanías. Pero la situación empezó a desmadrarse, la represión a los huelguistas fue cada vez más violenta (y, en consecuencia, la protesta también) y entre dimes y diretes (o sea, fusilamientos y asesinatos, que bien podría ser lo mismo) los hombres al mando de Alter… ehh, Varela terminaron cargándose unos 1500 obreros, aunque los registros no se destacan por su minuciosidad.

Uno de los vivacs de las tropas se instaló en Puerto San Julián; a unos 400 km al norte de Río Gallegos y a más de 2.200 km al sur de Alta Gracia. Frío, viento, soledad, horizontes infinitos. Allí fue donde Fernando de Magallanes hizo celebrar la primera misa de la que se tenga registro en el territorio argentino, antes de proseguir su expedición que terminaría siendo la primera en dar la vuelta al mundo (periplo que el pobre de Don Fernando no pudo concluir porque se lo almorzaron los nativos de una pequeña isla de las Filipinas).

Consuelo García, Amalia Rodríguez y Paulina Rovira
Putas pero dignas

Como bien dice Enric González en «El País» de España, «es difícil imaginar la Patagonia de hace un siglo. Un páramo inmenso azotado por el viento y dominado por unos cuantos terratenientes. Los presos políticos y los peores criminales eran enviados al terrible penal de Ushuaia, frente a la Antártida; el viaje duraba tanto tiempo que alguno llegó a cumplir condena antes de llegar. Hablamos de un lugar y de un tiempo realmente salvajes».

El 17 de febrero de 1922, los soldados destacados en Puerto San Julián decidieron darse una noche de juerga, y bulliciosos y algo mamados se dirigieron en procesión al establecimiento «La Catalana»; reputada casa de tolerancia del pueblo (y probablemente la única en cientos de kilómetros a la redonda). La sangrienta campaña militar había terminado y los huelguistas que sobrevivieron habían huido a Chile.

Pues bien, nuestros alegres y triunfantes soldados no pudieron dar rienda suelta a la revolución hormonal que bullía en ellos. La dueña del local, la catalana Paulina Róvira, había resuelto no abrir esa noche, a sabiendas de que los milicos pretenderían seguir descargando su artillería allí (guiño, guiño).

Maud Foster
¡Al calabozo por desacatadas!

Luego insistir en la puerta, Paulina se asomó y le anunció a los uniformados que no eran bienvenidos y no podrían divertirse allí. La respuesta no se hizo esperar: los soldados tiraron la puerta abajo,  pero una vez adentro se encontraron con las pupilas munidas de escobas que los echaron al grito de «¡Asesinos!» y «¡Nunca nos acostaremos con criminales!» (infiero que el vocablo «acostarnos» podría ser una pudorosa licencia del historiador)

Obviamente, las chicas fueron detenidas; y así fue como Paulina Rovira y su compatriota María Juliache (suponiendo que España es una sola patria y no varias), la inglesa Maud Foster y las argentinas Consuelo García; Ángela Fortunato y Amalia Rodríguez terminaron en el calabozo de la destartalada comisaría sanjulianense.

Romina Behrens integrante de la Comisión Las Putas de San Julián expresó que «esto es sumamente llamativo no solo porque son putas sino porque son las únicas que dijeron algo en el medio de tanto silencio. Donde todo el mundo sabía lo que estaban asando y no decían nada. Se enfrentaron a riesgo de su propia vida y dijeron que no. Por eso las reivindicamos; por la solidaridad de clase que tuvieron estas mujeres y nos metemos un poco en el debate de la prostitución, si las mujeres que ejercen trabajo sexual son autónomas, si pueden tomar decisiones, son sujetos políticos. Acá hay un ejemplo de cómo podían pensar cinco trabajadoras sexuales, hace 100 años».

María Jualiche
Heroicas y expulsadas

Por haber sacado a escobazos al 10º Regimiento de Caballería las 6 mujeres se exponían a un juicio sumarísimo que seguramente hubiera terminado con las damas frente a un pelotón de fusilamiento. Los milicos habían obtenido un doctorado en el asunto durante su estadía en la Patagonia, y en nada variaría la inexacta estadística de muertos media docena de cadáveres más. Sin embargo, el comisario de San Julián pensó que ejecutarlas engrandecería aún más su acto de resistencia y las convertiría en heroínas (sin sospechar que ya lo eran), por lo que las liberó y las expulsó del pueblo.

Durante su última visita a San Julián, Osvaldo Bayer, quien rescató la memoria de las heroicas putas y preservó su historia en una obra teatral, expresó que «fueron las únicas que tuvieron coraje para denunciar este crimen absoluto que hizo el gobierno de aquellos tiempos. ¡Pobres mujeres… así les fue! Fueron castigadas brutalmente y expulsadas de San Julián. La única que pudo volver fue la inglesa Maud Foster, a los 60 años, quien está enterrada en el cementerio de San Julián. Su tumba siempre tiene flores».

Angela Fortunato
Final violento de una historia violenta

Alteri… perdón, el teniente coronel Héctor Benigno Varela fue asesinado un año después por el anarquista alemán Kurt Wilckens, que arrojó una bomba a su paso y después lo remató con cuatro disparos, los mismos que recibían los peones patagónicos. Para proteger de la metralla a una niña de 10 años que pasaba por el lugar Wilckens se colocó ante ella y sufrió varias heridas. Se quedó en el lugar hasta que le detuvo la policía.

«No fue venganza, yo no vi en Varela al insignificante oficial –escribió Wilckens en la cárcel– no, él era todo en la Patagonia: gobierno, juez, verdugo y sepulturero. Intenté herir en él al ídolo desnudo de un sistema criminal». Wilckens fue asesinado en la cárcel por un pariente de Varela, quien fue a su vez asesinado poco después.«Jamás creció una flor en las tumbas masivas de los fusilados; sólo piedra, mata negra y eterno viento patagónico –escribió Osvaldo Bayer en «La inesperada derrota de los vencedores», último capítulo del segundo tomo de «La Patagonia rebelde»–. Están tapados por el silencio de todos, por el miedo de todos. Sólo encontramos esta flor, este gesto, esta reacción de las pupilas del prostíbulo “La Catalana”, el 17 de febrero de 1922. El único homenaje a tantos obreros fusilados»

nakasone