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Crónicas al Voleo

La maldita máquina de matar

La maldita máquina de matar, el AK-47 Kaláshnikov ha sido y es el arma más mortífera que ha tenido la historia mundial.
Por Germán Tinti (para Crónicas al Voleo)

«No existe nada en el mundo, orgánico o inorgánico, objeto metálico u elemento químico, que haya causado más muertes que la máquina que es el AK-47. El kaláshnikov a matado más que la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, que el virus del sida, que la peste bubónica, que la malaria, que todos los atentados de los fundamentalistas islámicos, que la suma de muertos de todos los terremotos que han sacudido la corteza terrestre».

La descripción que el periodista italiano Roberto Saviano realiza en su novela «Gomorra» –que le valió una condena a muerte (aún vigente) por parte de la mafia– es lapidaria y un poquito aterradora, pero también exacta.

Finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética buscaba renovar el armamento de sus fuerzas armadas, en especial necesitaba reemplazar las anticuadas e ineficientes carabinas, cuyo uso era dificultoso y muchas veces representaban una complicación antes que una solución para los soldados rusos.

El chumbo del ingeniero

Aquí es donde entra en escena Mijaíl Timoféyevich Kaláshnikov, un ingeniero militar, veterano de la «Gran Guerra Patria» (ese es el nombre que le dan los rusos a su enfrentamiento con la Alemania Nazi) que recibió una herida en la batalla de Briansk (1941) y durante su convalecencia empezó a proyectar un arma más eficiente y confiable para las tropas de la «Gran Madre Rusia».

Este proyecto atrajo el interés de sus superiores y fue destinado al Instituto de Aviación de Moscú para trabajar con más recursos. En 1944 Kaláshnikov ya tenía finalizado un fusil de asalto de fuego rápido, pero continuó perfeccionando el diseño hasta que en 1947 presentó el modelo final, el Avtomat Kaláshnikov, modelo 1947, más conocido por el acrónimo que ya es un ícono belicista. El diseño de Mijail fue adoptado como el fusil de asalto estándar del Ejército Rojo en 1949, aunque recién entro en servicio a gran escala cinco años después. De allí a imponerlo en todas las fuerzas armadas que conformaban el Pacto de Varsovia fue un trámite.

Vietnam y la fama

Si bien el objetivo de su creador era «colaborar para defender a Rusia de invasiones», como la que había sufrido en la Segunda Guerra por parte de las fuerzas de Hitler, lo cierto es que el AK-47 fue una de las principales herramientas para consolidar la vocación imperialista del régimen soviético. Para ejemplificar esto tal vez sea suficiente decir que su bautismo de fuego fue en 1956, cuando las tropas de Stalin aplastaron la Revolución Húngara que rechazaba someterse al dominio soviético.

Desde entonces su fama no paró de crecer hasta convertirse, según el periodista catalán Sergio Lozano, en un «ideograma de la muerte». Probablemente la Kalashnikov haya ganado buena parte de su discutible prestigio en la guerra de Vietnam. Cuando tropas formadas mayoritariamente por campesinos humillaron al todopoderoso ejército de Estados Unidos portando un fusil que era de sencillo manejo por parte de personas que apenas contaban con instrucción militar. En esa guerra infame se convirtió en objeto de deseo de los soldados norteamericanos. Ellos,–hartos de lidiar con el frágil M-16, que no resistió a las inclemencias de la selva asiática, oxidándose rápidamente y trabándose con facilidad– lo tomaban de sus enemigos caídos o apresados. Aunque el alto mando yanqui prohibió su utilización porque el característico sonido del arma provocaba confusión en la tropa. A veces se lo tomaba como un ataque enemigo el fuego propio.

Buena, bonita y barata

La simpleza era (es) el condimento secreto del AK-47. Según Roberto Saviano, «el AK-47 es un arma capaz de disparar en las condiciones más adversas. Está lista para disparar aunque esté llena de tierra o empapada de agua, es cómoda de empuñar, tiene un gatillo tan suave que hasta un niño puede apretarlo. La fortuna, el error, la imprecisión: todos los elementos que permiten salvar la vida en los enfrentamientos parecen quedar eliminados por la certeza del AK-47». Y agrega: «El mantenimiento y el montaje son tan sencillos que los muchachos de la antigua Unión Soviética lo aprendían en los pupitres de la Escuela, en presencia de un responsable militar, en un tiempo medio de dos minutos».

La «generosidad» de la URSS para dotar de su armamento estrella a cuanto movimiento revolucionario brotara en cualquier parte del mundo no hizo más que consolidar su imagen como símbolo de la «lucha antiimperialista» que tanto colaboró para expandir el imperio soviético.

En algún momento, el arma se volvió en contra de sus creadores. Fue cuando las milicias muyaidines de Afganistán le plantaron cara al invasor rojo sirviéndose de millares de AK-47 que habían llegado a las cuevas que les servían de escondite. Todo gracias al «desinteresado» aporte de Washington. De todos modos, esas balas rebotaron. Todos hemos escuchado hablar de un tal Bin Laden y sus fieles talibanes («y vas a ver, las balas que tiraste van a volver» suelen cantar en el tablón). Karma’s a bitch.

Iconografía de la muerte

La Kalashnikov se convirtió en, además del arma que más gente mató en la historia bélica, un ícono sangriento. Muchas veces se pretende imponerlo como símbolo de la liberación de los pueblos, pero lo cierto es que en general ha terminado validando autoritarismos atroces. En la actualidad se fabrica en China, Corea del Norte, Finlandia, Egipto, Israel, países del anterior Pacto de Varsovia; incluso se han encontrado modelos fabricados por tribus de Pakistán. Se calcula que en el mundo hay entre 50 y 70 millones de ejemplares, es decir: uno cada 100 habitantes del planeta.

Su imagen aparece en la bandera de Mozambique, en el escudo de Zimbabue y en el de Timor Oriental desde el año 2007; así como en la bandera de la organización islamista chií Hezbolá, el escudo de la Guardia Revolucionaria de Irán. También en el escudo del grupo yihadista nigeriano Ansaru. Saddam Hussein tenía una AK-47 de oro (al parecer una afición compartida con otros millonarios dementes). Y por Amazon se puede encargar un prestigioso vodka cuya botella tiene su forma. Su mortífero historial no ha impedido que se convierta en un objeto de culto.

«Me siento orgulloso de mi invento», dijo el propio Kalashnikov en el 2002, «pero me entristece que lo utilicen terroristas. Habría preferido inventar una máquina que la gente pudiera utilizar y sirviera para ayudar a los granjeros en su trabajo -por ejemplo, un cortacésped». Y bueno, si hubieras usado otra materia prima hoy miles de jardines tendrían su propia AK-47.

Bueno, en realidad algo de eso pasa.

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