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Crónicas al Voleo

La leyenda del torero triste

La leyenda del torero triste

Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Para muchos es una de las canciones más bonitas de Joaquín Sabina. «Así estoy yo sin ti» es el tema que abre el disco «Hotel, dulce hotel», el quinto del cantautor andaluz, publicado en 1987. En su letra, el autor realiza una sucesión de comparaciones que describen el estado de ánimo de una persona que ha tenido una ruptura amorosa. En líneas generales, el tipo se siente peor que un trapo de piso.

Entre tantas imágenes brillantes («Torpe como un suicida sin vocación», «huraño como un dandy con lamparones», «inquieto como un párroco en un burdel»), existe una que deja descolocados a la mayoría de quienes escuchan la canción: «más triste que un torero / al otro lado del telón de acero / así estoy yo sin tí».

Una exhaustiva investigación en Google arrojó resultados negativos en el intento de maridar la expresión «telón de acero» con la tauromaquia, actividad que –bien sabido es–apasiona al poeta de Úbeda. La jerga taurina no incluye la frase si no es para hacer referencia a la canción de Sabina.

Elegante y temerario

Y es que no existe algo llamado telón de acero en las plazas de toros, no es parte del cuidado atuendo de los matadores ni es ninguna herramienta que utilicen los banderilleros o picadores que participan en una corrida.

Entonces aparece, disimulado por la multitudinaria información provista por el famoso buscador y algo oculto por el olvido, el nombre de Juan del Valle Velázquez y Navarrete. «El Espinillas» era el apodo que solía figurar en los afiches de las corridas en las que se presentaba, siempre en plazas pequeñas y periféricas, siempre en segundo o tercer plano. Su carrera no fue carrera ni gloriosa ni prolongada. Nunca estuvo siquiera cerca de la fama y la fortuna de los grandes de su época, como Paquirri, Dominguín o Curro Romero.

Y es que Velázquez y Navarrete, nacido en Sevilla en 1943 y sexto hijo de los catorce que tuvo Román Velázquez –un novillero aficionado que se ganaba la vida como empleado en una tienda de ultramarinos– y Consolación Navarrete, no llegó a poder pisar las arenas más importantes de su época, a pesar de su estilo elegante y algo temerario.

Militante rojo y el camino del exilio

Lo que sucedió fue que Juan del Valle, desde la adolescencia, militaba de modo clandestino en las Juventudes Comunistas de Andalucía, lo que –en tiempos de Franco– era mucho más riesgoso que enfrentar a un toro de media tonelada lanzado a toda furia y velocidad.

Así las cosas, un buen día la Guardia Civil empezó a ponerse pesada, lo paraban en la calle, lo llevaban para lo que aquí conocimos como «averiguación de antecedentes», visitaban a familiares… Sevilla primero y España después, se fue transformando en un lugar demasiado incómodo para El Espinillas, que la primavera de 1964 eligió recorrer el camino del exilio.

A diferencia de los muchos emigrantes que huían del franquismo, Juan no eligió América. En cambio se decidió por Rusia, influido por su admiración del modelo soviético. «Entiendo que Rusia es el lugar más indicado para mí. En los países de América del sur existe un generalizado sentimiento contrario a la revolución y eso, estoy seguro, me provocará grandes dificultades. Es cierto que en Colombia o México podría seguir toreando, pero la fiesta brava es solamente un aspecto de mi vida» le explicaba en una carta a su primo Antonio Navarrete.

Fue así que –gracias a contactos establecidos a través del partido– llegó a Pyaterochka, un pequeño pueblo 50 kilómetros al sur de Moscú, en tiempos en que Leonid Brézhnev tomaba el poder en la URSS. De este modo fue que un torero quedó al otro lado del telón de acero.

Frio, soledad y tristeza

Con respecto al «telón de acero», según algunas fuentes, fue Wiston Churchill quien utilizó por primera vez la expresión en una conferencia de 1946 en la que expresó «desde Stettin en el Báltico a Trieste en el Adriático, se extendía un telón de acero que dividía en dos el continente». Sin embargo, algunos historiadores se la atribuyen al poeta ruso Vasili Rozanov que, en 1917, escribía lo siguiente: «Con un ruido, un chasquido y un gruñido, un telón de acero ha descendido sobre la historia rusa». En todo caso, después de la Segunda Guerra Mundial, la frase hace referencia a la barrera ideológica y militar entre el bloque soviético y el mundo libre.

Pero hubo algunas cosas que no tuvo en cuenta Velázquez y Navarrete al decidir su destino. El idioma en primer lugar. La simpatía ideológica no le permitió ver que el ruso es casi inexpugnable. A pesar de la ayuda del partido, que puso a su disposición un profesor durante casi dos años, solamente pudo aprender a farfullar unas pocas frases que le permitían apenas comunicarse.

Otro asunto fue el clima. La diferencia entre soleada Andalucía y la gris y fría estepa rusa es extrema y no existe sistema de calefacción que logre hacer entrar en calor a un muchacho que acostumbraba a nadar en julio en las cálidas aguas del Guadalquivir.

El tercer asunto que no previó Juan del Valle fue la soledad. Las dificultades para comunicarse lo fueron convirtiendo en un hombre huraño y taciturno, que apenas salía de su casa para concurrir a su solitario trabajo en un depósito de materiales de construcción.

Un día de sol

Los primeros años en Rusia lo convirtieron en un hombre triste. Los siguientes fueron haciendo que esa característica se acentuara. La alegría andaluza fue desapareciendo hasta convertirse en un lejano recuerdo, tanto que Juan del Valle ya no sabía distinguir si ese jocoso muchacho que cada tanto se le aparecía en sueños era él o alguien imaginario.

En todos sus años rusos tuvo un breve momento de alegría. El de 1975 era un noviembre que anunciaba, como siempre, un invierno de nieve y hielo. Solamente un día brilló el sol en el cielo de El Espinillas: el 20 de noviembre Francisco Franco se convertía en alimento de gusanos. Cuando supo la noticia, unos días después (era muy difícil sintonizar Radio Exterior de España) Juan del Valle sorprendió a sus vecinos con una gran e inédita sonrisa, compró una botella de vodka y brindó frente al espejo hasta que se quedó dormido sobre la mesa rota, destartalada y vieja de la pequeña cocina.

Sin embargo la vida de Velázquez y Navarrete volvió a la escala de grises acostumbradas. La íntima satisfacción que le provocó la muerte del Generalísimo fue absorbida rápidamente por la rutina y la perenne tristeza.

El homenaje

Hasta que casi una década después llegó, desde su tierra natal, una carta que le cambió el semblante. Con la firma de Rafael Escuredo, primer presidente electo de la Junta de Andalucía, la misiva le anunciaba que su patria chica no lo había olvidado y le había organizado un homenaje que sería en el lugar que más extrañaba, después de la casa paterna: la plaza de toros de la Real Maestranza.

En marzo de 1984 Escuredo finalizaba su mandato y, entre los actos de despedida, se realizó el homenaje a Juan del Valle Velázquez y Navarrete y otros andaluces exiliados del franquismo. La plaza sevillana estaba, literalmente, hasta las banderas. Afuera del recinto la multitud inundaba el Paseo de Cristóbal Colón hasta el mismo pórtico del Parque de María Luisa. Las crónicas de la época más optimistas elevaron la concurrencia a más de un millón de personas, por su parte la Guardia Civil informó algo menos de 200.000.

Luego de los discursos oficiales y de la entrega de plaquetas y presentes conmemorativos de la jornada, los homenajeados, con El Espinillas al frente enfundado en un traje de luces, dieron una vuelta a la plaza para recibir el aplauso emocionado del público. Juan del Valle era feliz por primera vez en 20 años.

Arena y sangre

Fue entonces cuando ocurrió lo inesperado. Alguien dejó mal trabado el portón por donde ingresan los toros y uno de ellos, «Cantaclaro» de la Ganadería Núñez del Cuvillo, ganó la arena y encaró al grupo que recibía el saludo de las gradas.

Todos los homenajeados lograron ponerse a resguardo, pero Juan del Valle, tal vez recordando sus lejanas épocas de matador, esperó al toro bravo. Pero los reflejos no eran los mismos de la adolescencia y Cantaclaro no tuvo ninguna dificultad en levantarlo por el aire ante el silencio azorado del público.

La cornada destrozó la femoral y El Espinillas estaba prácticamente desangrado antes de volver a tocar el suelo. Los primeros auxiliares que llegaron a tratar de socorrerlo aseguraron que al exhalar su último suspiro, Juan del Valle esbozó una sonrisa. Tal vez el hecho de que su último día transcurriera bajo el sol andaluz, en la arena de la Plaza de Toros de Sevilla enfrentando a un toro furioso ante una multitud haya sido el mejor cierre para sus años de vida.

Aclaración indispensable

Según la Real Academia Española, el significado de Leyenda es: «Narración popular que cuenta un hecho real o fabuloso adornado con elementos fantásticos o maravillosos del folclore, que en su origen se transmite de forma oral».

Hecha la correspondiente aclaración es necesario decir que todos los hechos narrados en este artículo son rigurosamente falsos e imaginarios. Nunca encontré ninguna explicación para la expresión de Joaquín Sabina «más triste que un torero al otro lado del telón de acero». En principio no existe ni existió algún torero llamado Juan del Valle Velázquez y Navarrete exiliado en la URSS y el drama de la Plaza de la Real Maestranza jamás ocurrió. Pero tal vez hubiera debido.

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