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Crónicas al Voleo

La isla fantasma

La isla fantasma
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

En Opercaión Skyfall, James Bond (el de Daniel Craig, podio entre los peores Bonds de la historia) persigue al villano de turno, Raoul Silva (le deben haber puesto Raoul porque el personaje lo interpreta Javier Bardem y había que encontrar un nombre latino re común) hasta su guarida, una tenebrosa isla, solamente habitada por esqueletos de edificios abandonados y derruidos por el tiempo y el olvido. Y con un ejército de tipos malísimos dispuestos a matar al agente del servicio secreto de Su Majestad.

«¡Qué capos estos yanquis para armar decorados!» pensamos algunos cuando vimos la película. Pero no era un decorado.

Hashima significa «Isla del Acorazado», se encuentra en el mar del Japón a unos veinte kilómetros al sudoeste del puerto de Nagasaki, tiene cuatrocientos ochenta metros de largo por ciento cincuenta metros de ancho, y su perfil sombrío y dramático cautivó a los productores de la 23ª película de la franquicia basada en el personaje creado por Ian Fleming.

Una mina de carbón bajo el mar

Hacia fines del siglo XIX se descubrió en el subsuelo de la isla un enorme yacimiento de carbón en el lecho submarino. La empresa Mitsubishi comenzó a explotarlo y utilizó la isla a esos fines. Con el tiempo los obreros comenzaron a instalarse en ese pedazo de tierra de poco más de 6 hectáreas y al cabo de tres décadas la población superaba los tres mil habitantes.

Ante ello, la compañía se vio en la necesidad de construir viviendas para sus trabajadores, convirtiendo –poco a poco– el pequeño pedazo de tierra en una bulliciosa ciudad. Así fue como, en 1916 y cuando la mina estaba produciendo cerca de ciento cincuenta mil toneladas de carbón al año, se construyó el primer edificio de hormigón armado del Japón para que habitaran los obreros.

Monoambiente, vista al mar

No sobraban comodidades en los departamentos de los mineros. Era apenas un cubículo de menos de 10 metros cuadrados. No obstante, comparado con las condiciones habitacionales anteriores era un Four Seasons, aunque el baño, la cocina y las instalaciones sanitarias eran compartidos.

Su diseño práctico sirvió de modelo para los edificios que se fueron construyendo con posterioridad, algunos de los cuales llegaron a sumar diez plantas y ser los más altos de Japón por ese entonces. Todos estaban relacionados de tal manera que se formó un enorme laberinto de pasillos estrechos, corredores y escaleras. A principios de la década de 1960 la isla contaba con más de cincuenta edificios de apartamentos y una población superior a cinco mil personas.

En Hashima prácticamente no existía la privacidad y no existían ni plazas, ni parques, ni patios, ni nada verde. El piso era absolutamente árido y algunos vecinos le llevaban tierra fértil desde otras islas para poder desarrollar cultivos en los techos (unos pioneros de los roof gardens). Casi es innecesario apuntar que todos los alimentos que consumían lo isleños llegaba por mar, lo que dejaba la alimentación de la población a merced de los caprichos climáticos.

La fuerza del mar

«¿Quién es el mar? ¿Quién es aquel violento / y antiguo ser que roe los pilares / de la tierra y es uno y muchos mares / y abismo y resplandor y azar y viento?» se pregunta Borges en su poema «El mar».

Esto viene a cuento porque el embravecido oleaje del mar del Japón y los casi habituales tifones eran todo un tema para la gente de Hashima. Por ese motivo una de las primeras obras de infraestructura, aún antes de las viviendas, fue una muralla que defendiera el trozo de tierra de las inclemencias climáticas que en muchos casos amenazaba con hundirlo. He ahí el motivo del nombre que referíamos al principio de estas líneas: «Isla del Acorazado»

Esos sombríos edificios albergaron, durante la Segunda Guerra Mundial, no pocos prisioneros coreanos y chinos, que fueron sometidos a trabajos forzados. Las condiciones de vida y el trato que recibían por parte de los militares japoneses eran brutales. Jornadas laborales interminables y extenuantes, la falta de descanso, las enfermedades y los riesgos propios del trabajo minero se cobraron numerosas víctimas.

Del éxito al ocaso

La producción de carbón de las minas submarinas iba en crecimiento constante. Como se dijo, en la segunda década del siglo pasado era de ciento cincuenta mil toneladas de carbón al año. Treinta años después prácticamente se había cuadruplicado.

El auge del petróleo puso en decadencia la industria del carbón, que comenzó a ser una forma de generación de energía ineficiente y cara. Por entonces el desarrollo industrial de Japón volaba y el gobierno nipón tenía decidido reemplazar al carbón por el petróleo. Así, el 15 de enero de 1974 la Mitsubishi anunció el cierre de la mina durante una ceremonia celebrada en el gimnasio de la isla y en esa ocasión ofreció trabajo a quienes quisieran desplazarse. De ese modo, en poco más de tres meses Hashima quedó completamente abandonada.

Muerte y resurrección

El olvido cubrió la isla como si fuera bruma marina. Tres décadas de abandono, silencio y condiciones climáticas hostiles descascararon las paredes, rompieron puertas y ventanas. En los pequeños apartamentos quedaron electrodomésticos y juguetes que no pudieron ser llevados por sus dueños. La humedad, el óxido y el moho se adueñaron del paisaje y le dieron su lóbrega impronta.

Pero un día el silencio se acabó. En 2002, cuando la isla dejó de ser propiedad de Mitsubishi, fue abriéndose al público de a poco. Al principio delegaciones de periodistas llegaron para conocer la isla fantasma de la prefectura de Nagasaki. Después empezaron a llegar algunos turistas, guiados por el morbo de encontrar huellas de la Segunda Guerra.

Un paseo por Hashima

En 2009 se abrió la isla al turismo internacional. Para la especialista en Asia Oriental, María Belén Acosta, «llegar a la isla de Hashima es muy sencillo. Tan solo deberemos contratar alguna de las múltiples excursiones que parten desde Nagasaki. El viaje, que se realiza en barco, dura 30 minutos. Ya en la isla, los guías nos llevarán por un recorrido seguro lleno de paisajes propios de la ciencia ficción y el misterio. Tanto es así que creeremos recorrer un mundo postapocalíptico. El camino se realiza, en la mayor parte del recorrido, a través de unas pasarelas elevadas ubicadas cerca de los puntos de mayor interés. Desde ellas podremos observar grandes vigas torcidas, edificios derrumbados y veremos cómo la vegetación se ha ido apoderando de la zona poco a poco». Así que el lúgubre silencio fue trocado por el bullicio de turistas. Al menos, tal como hemos visto en los mundiales, los japoneses no dejan basura allí donde van.

En 2015 la Unesco la designó como Patrimonio de la Humanidad por su importancia vital durante la revolución industrial japonesa. Mientras tanto, el desabrido de Daniel Craig sigue persiguiendo, por los laberínticos edificios, al muy malo de Javier Bardem.

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