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Crónicas al Voleo

La estafa de los niños cantores

La estafa de los niños cantores
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Muchos hemos visto alguna vez algún sorteo de la lotería protagonizada por niños cantores, boy scouts o enanos lampiños con voz de falsete (estos son difíciles de distinguir y muchas veces pasan por niños cantores o boy scouts, como ya veremos más adelante en el relato).

La mecánica es simple: uno de los niños saca una bolilla del bolillero donde están los números en juego y lo anuncia con breve canto. Otro niño hace lo propio con el bolillero de los premios. El canto del niño de los números es monótono, el niño de los premios siempre expresa algo de ansiedad en su trino; espera los premios grandes y un poco se frustra con los premios chicos. Pero cuando sale el premio mayor el niño de los premios parece levitar, su rostro se congestiona y se le suben los colores, su voz se rompe y el inocente trino se convierte casi en un alarido emocionado anunciando la fabulosa cifra que se repartirán los afortunados que hayan comprado el número ganador.

Gana la casa

Así se ponen cuando solamente anuncian al ganador, habrá que imaginarse como se ponen cuando son ellos los ganadores. ¿Qué no es posible? se preguntaba Rod Serling en «La dimensión desconocida». Todo es posible en Argentina. En la primera mitad del siglo pasado la Lotería Nacional era un botín político que representaba una caja fabulosa, de donde salían fondos para la beneficencia (pocos) y para los que sabían cómo rapiñar dinero del Estado. Una constante en nuestra historia.

Lo cierto es que el viernes 4 de septiembre de 1942 muchos argentinos escuchaban en la radio el sorteo de la lotería con una esperanza de cartón en la mano. En tiempos de crisis la fe en el azar se multiplica y las esperanzas van atadas a un número sugerido por un sueño, a las patas de un caballo en cualquier hipódromo o a los gastados dados de algún garito oscuro. Pues bien, cuando ya habían corrido 50 minutos desde el principio del sorteo, el niño de los números anunció: «Treeeinta y un miiil veinticiiiinco…», a lo que el niño de los premios respondió, con la previsible emoción: «¡Trescieeeentos miiiiiiil peeeesoss…!».

Festejaron los que habían soñado con gallinas, los que por costumbre apostaban al 25 y también festejaron los padres de los chicos que cantaban los números y los premios. ¿Qué había pasado?

«Rivadavia y Rincón, vieja esquina de la vieja amistad que regresa»

El Café de los Angelitos es un bar paradigmático de la ciudad de Buenos Aires. Inaugurado con el nombre de Café Rivadavia en 1890 en la esquina de Rivadavia y Rincón, en el barrio de Balvanera (que por aquel entonces eran los últimos andurriales de la ciudad); en sus inicios su piso era de tierra y fue punto de encuentro de obreros y compadritos. Si van ahora se van a encontrar una reconstrucción, porque el edificio original fue demolido a mediados de la década de 1990. Desde el principio atrajo a artistas y bohemios, los payadores Gabino Ezeiza, Higinio D. Cazón y José Betinotti trajinaron sus mesas; a partir de 1912 Gardel lo eligió como el punto de reunión con su barra de amigos. Y allí consolidó su alianza creativa y artística con José Razzano.

En aquel mítico salón, que también fatigaron Alfredo Palacio, Cátulo Castillo, Juan B. Justo y Florencio Parravicini; desde principios de aquel 1942 se reunían, discreta y periódicamente, algunos adolescentes pertenecientes a los boy scouts que anunciaban números y premios en la lotería nacional. Eran acompañados por sus padres, que en definitiva eran quienes llevaban adelante el plan. Al comienzo los chicos se afanaron unas bolillas, tanto de números como de premios, y se la llevaron a Sabino Lancellotti, un oficial tornero de Ramos Mejía que hizo algunas copias exactas.

La primera prueba la hicieron el 24 de julio, «salió» el 25.977 y todos los conjurados ganaron algunos mangos. Al principio nadie quiere llamar la atención, pero cuando las pruebas salen bien se desbocan y van por todo.

«Yo te evoco, perdido en la vida y enredado en los hilos del humo»

Programaron el segundo golpe para el primer viernes de septiembre. Consideraron que ya había pasado suficiente tiempo y si hubiera habido alguna velada sospecha ya estaría disipada y olvidada; así que decidieron ir por el premio mayor. Los boy scouts que participaban en los sorteos eran nueve que rotaban en tres turnos de tres. Todos participaban de la maniobra con el consentimiento y aliento de sus padres. El primer ensayo los había envalentonado y la confianza adquirida hizo que la indispensable discreción que imponen estos asuntos sufriera algunas filtraciones. Un comentario de más en el bar, una promesa a una noviecita adolescente, una fanfarronada con los muchachos de la barra… El hecho es que la semana anterior al sorteo del 4 de septiembre todo el mundo compraba boletos terminados en 25. Tan vox populi era el asunto que los levantadores de apuestas ilegales dejaron de tomar jugadas a ese número.

El diario Crítica tituló, al día siguiente «Ayer salió con la grande un número ya anticipado». El vespertino de Natalio Botana, que alternaba el sensacionalismo y la denuncia con la publicación de escritores como Raúl González Tuñón, Roberto Arlt, Jorge Luis Borges y Carlos de la Púa, era considerado un pasquín amarillista por algunos. Pero respetado por otros por su apoyo a los Republicanos en la Guerra Civil Española y a los Aliados en la Segunda Guerra.

«Cuando llueven las noches su frío vuelvo al mismo lugar del pasado»

El titular de Crítica encendió la mecha del escándalo. Inmediatamente el diputado Agustín Rodríguez Araya, del radicalismo santafesino, solicitó y logró la formación de una comisión para investigar el caso en sí y las ramificaciones que, sospechaba y luego comprobó, que se derivaban de la misma. El cuerpo, integrado –además de Rodríguez Araya– por los radicales Carmelo Piedrabuena, Fernando de Prat Gay y Atilio Giavedoni, los demócratas Roberto Lobo y J. Luciano Peltier y el socialista Jacinto Odone, encontraron irregularidades que iban desde premios pagados sin billete hasta privilegios para la concesión de la venta de la lotería otorgada a parientes y amigos del poder.

Rodríguez Araya hizo detener a todos los niños cantores. Muchos de los cuales tenían poco de niños y mucho pelo en las piernas. Algunos alternaban los sorteos con traje de boy scout con algún otro puesto público que requería pantalones largos. Finalmente todos confesaron.

«Y en el dulce rincón que era mío su cansancio la vida bosteza»

Pero además, Rodríguez Araya descubrió una intrincada trama de favores a personajes de la alta sociedad que engrosaban sus ingresos con la venta de enteros y fracciones de la lotería. Las autorizaciones para su comercialización se otorgaban según el apellido, el rango militar o la cercanía con los popes de la curia. Después pasó lo mismo con los registros del automotor, aunque estos ni siquiera te dan la esperanza de ganar algo.

Los chanchullos descubiertos fueron innumerables y los implicados casi todos miembros de paquetísimas familias de rancia estirpe. Tanto que Rodríguez Araya escribió: «A pesar de su alcurnia, no son sino estafadoras que todavía no han sido procesadas las señoronas que lucraban burlando la ley. Y son malversadores de caudales públicos los que acordaron tantos provechos ilícitos, ya que sólo pudieron permitirlos por cohecho o por incumplimiento malicioso de los deberes de su cargo».

Siete de los boy scouts (Navas, López, Tambore, Sitemberg, Praino, Laddaga y Mañana) y el tornero Lancellotti recibieron condenas de entre tres y cuatro años. Nadie más fue procesado, nadie más fue condenado. El hilo, una vez más, se cortó por la parte más delgada.

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