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Crónicas al Voleo

La dramática vida de Andrés Selpa

La dramática vida de Andrés Selpa
Por Germán Tinti (Especial para AGnoticias)

El tipo se pasea por la avenida Corrientes con aspecto de dandy. Sobretodo negro hasta los pies. Pies que, por cierto, iban enfundados en lustrosos zapatos de charol. El traje azul marino aparecía con garbo debajo del abrigo y combinaba perfectamente con el moño que coronaba la blanca y almidonada camisa. En sus manos, abrigadas por guantes de cuero color patito, cientos de volantes que promocionaban la pelea que este personaje mantendría en el Luna Park pocos días después.

Era diciembre de 1960 y Andrés Selpa –que soportaba estoicamente el calor porteño con un atuendo tan llamativo como poco adecuado para la época del año– necesitaba que su pelea ante Juan Carlos Rivero pusiera al tradicional estadio porteño, el templo del box, hasta las banderas. Poco tiempo antes había arreglado con Juan Carlos «Tito» Lectoure que se quedaría con el 30% de la taquilla de cada combate. Mientras más gente concurriera al coliseo de Corrientes y Bouchard

Es que el boxeador, ya por todos conocido como «el Cacique de Bragado», gastaba más de lo que ganaba. Unas cuantas exesposas, no pocas novias, una tropilla de hijos, la severidad de los crupieres del casino de Mar del Plata y el casi constante ir y venir de los dealers, se llevaban el no poco dinero que ganaba con sus puños.

Pobreza y abandono

Había nacido en la localidad bonaerense de Bragado en 1932 y fue bautizado como Andrés Rodríguez. Fue el segundo de cuatro hermanos del matrimonio conformado por Andrés y Pilar Salgado. Cuando alcanzó la mayoría de edad eligió utilizar el apellido de su abuelo, Pantaleón Selpa, poeta y recitador campero, cuya figura lo marcó durante su niñez.

A temprana edad fue abandonado por su madre. Los niños Selpa crecieron en una profunda pobreza, alternando trabajos rurales y pasajeras changas en el pueblo. A los crudos inviernos pampeanos debía enfrentarlos, en general, sin calzado alguno («un par de alpargatas costaba 25 céntimos, mi padre no podía pagarlos» recordaría años más tarde). Vivían, él, su progenitor y sus hermanos Oscar, Juan y Omar, habitaban una precaria casilla de chapas que poco podía hacer ante las inclemencias del tiempo.

El histórico locutor Héctor Larrea, otro bragadense famoso, lo recuerda en sus años en su pueblo natal, cuando el noqueador dejaba atrás la adolescencia y el comunicador todavía era un niño: «Era un lindo tipo, le gustaban mucho las minas. Era un tipo buen mozo a pesar de estar golpeado como boxeador, aparte de cálido y buena gente. Era muy buena gente. Y las macanas que hizo fueron por los golpes, por el medio en el que se desenvolvía. Toda la familia de Selpa era buena gente».

Un triste reencuentro

Alentado por sus buenas actuaciones en los rings de la zona central de la provincia de Buenos Aires, cuando cumplió los 18 años migró a la Capital de la mano de su padrino Raúl Boccardo. Sus puños lo llevaron a entrenar en los gimnasios más importantes de la ciudad y en sus bolsillos ingresaron algunos billetes importantes.

Sin embargo, Selpa tenía una espina que necesitaba extirpar de su corazón. A través de los datos brindados por ex vecinos de Bragado, llegó a la puerta de la casa de Atilano Ortega Sáenz, un dramaturgo nacido en España, autor de obras de teatros y letras de tango, donde su madre era empleada doméstica.

El momento en que Andrés estuvo frente a la puerta bien podría describirse con las palabras que Horacio Basterra eternizó en su tango «Nadie»: «Al llegar hasta el umbral / Un candado de dolor / Me detuvo el corazón».

Pero las cosas no salieron como lo imaginó Selpa. «Finalmente me encontré frente a un portón de hierro y vidrio —cuenta en su libro “Sin prejuicios”—. Quedé allí parado, sumamente nervioso y con las manos temblando. Me atormentaban dudas e interrogantes. Trataba de adivinar de antemano cómo estaría, y si se pondría feliz cuando yo, uno de sus hijos, la abrazara y besara. Desde el fondo del zaguán apareció una señora gorda, con la cabeza llena de rulos. Era ella. Corrí para abrazarla, besarla y volverla a abrazar. Ella se quedó estática y, tras la sorpresa, me impulsó hacia la vereda. Con evidente nerviosismo y casi sin mirarme, preguntó: ¿Qué hacés acá? Quedé perplejo. Descubrí que no había en ella ninguna emoción por mi presencia. Me dio a entender que no quería que nadie nos viera».

El golpe fue brutal y devastador. Desde ese día odió a su madre. Cuando se enteró de su muerte, y según su propia versión, concurrió al velorio y ante el féretro dice haber dicho: «Que dios te perdone, porque yo no puedo hacerlo». Sin embargo, Andrés Raúl, uno de sus siete hijos, cuenta una versión distinta: «Entró puteando, peleándose con todos sus hermanos y escupiendo el cajón».

Ángel y demonio

Arriba del ring provocaba amores y odios. Buena parte del público que iba a sus peleas lo hacía con el deseo de verlo perder, pero cuando ganaba lo aplaudían a rabiar. Su némesis fue Eduardo Lause, «el campeón sin corona». Lo enfrentó en tres oportunidades, ganando dos de los combates.

Se enfrentó a Carlos Monzón en dos oportunidades en 1965 –cayó por puntos y empató, respectivamente– y viajó a Washington en febrero de 1967 para disputarle el cetro mundial de los semipesados al norteamericano Bob Foster (por primera vez en su carrera perdió por nocaut).

Le gustaba la noche y todos sus condimentos: la milonga, la cocaína y la farándula. Fue amigo de María Marta Serra Lima y de la imponente Nélida Roca (de quien la mitad de los hombres de Argentina, entre ellos mi abuelo, estaba enamorado). Se adelantó a Mohamed Ali y a Ringo Bonavena y fue un pionero de la autopromoción cuando invitaba al público a ver morir a su próximo rival.

Encuentro con Borges

Escribió dos libros, la ya citada autobiografía «Sin prejuicios» y uno de poemas que generó una simpática anécdota con Jorge Luis Borges que alguna vez recordaría el genial escritor:

«Me es grato saludarme con desconocidos. Siento amistad por ellos y siento gratitud… Una vez me encontré con un boxeador, creo que se llamaba Selpa. Yo estaba con Emma Risso Platero, salíamos de un restaurante de la calle Esmeralda, y Selpa me reveló su existencia y me abrazó. Yo me sentía ligeramente incómodo, pero, al mismo tiempo, agradecido, ¿no? Selpa, en vez de llamarme Jorge Luis Borges, me llamó José Luis Borges, y yo me di cuenta de que eso no era una equivocación, sino una corrección. Porque Jorge Luis Borges es muy duro; en cambio, José Luis Borges suena mucho más atenuado. ¿Por qué repetir un sonido tan feo como orge? Creo que no urge repetir el orge, ¿no? Creo que, a la larga, yo voy a figurar en la historia de la literatura como José Luis Borges».

Siete tiros a la esposa

Todo muy lindo, pero no podemos dejar de consignar que el 14 de junio de 1966 le metió siete tiros a su penúltima esposa y pocos minutos después, arma en mano, se presentó en la redacción del diario Crónica diciendo «maté a mi mujer», María del Carmen Quagliario.

Desesperado, confesó ante el director del tabloide: «realmente, no me acuerdo demasiado. Soy consciente de que le pedí estar unas horas con mis chicos y ella me lo negó, burlándose de mí. “Tienen que hacer”, me dijo María del Carmen y me enceguecí, no pude soportarlo. Ahí nomás saqué el revólver, porque yo siempre he usado armas, y le disparé. Ella continuaba mofándose… Sus palabras retumbaban en mis oídos».

Quagliario sobrevivió y Selpa fue condenado a 6 años de prisión. Años después debió volver a la cárcel por maltratar a su última esposa, Olga Acuña, 27 años menor que él. Era 1992 y el campeón había desbarrancado definitivamente.

Recordman y poeta

Fue, es, el boxeador con mayor cantidad de peleas profesionales en Latinoamérica (220) y fue monarca argentino y sudamericano de los pesos mediano y semipesado. Le escribió un poema a Aníbal Troilo («Quiero cantar Pichuco / pero no me da la voz / porque es más grande que yo / lo que te quiero decir / y los que te han de oír / evocando tu historial / verán que sos inmortal /  mi música de mi pueblo / y aunque les cueste creerlo / no habrá otro Pichuco más»).

Murió en 2003, pocos días después de haber cumplido 71, a causa de un paro cardíaco motivado por un severo cuadro de deshidratación. En un geriátrico de su pueblo natal, el «Cacique de Bragado» perdía su última batalla.

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