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La Cacica que dominó la Patagonia

La Cacica que dominó la Patagonia
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

A principios del siglo XIX la solitaria inmensidad de la Patagonia era, para la imaginación del hombre citadino (aquel que residía en la Gran Aldea que describió Lucio Vicente López en lo que significó la primera novela corta de la literatura argentina), un territorio hostil e inhabitable, solo apto para aventureros y aborígenes.

En aquella basta vastedad, lejos de todo lo que entendemos por «civilización», la figura de la Cacica María La Grande, también conocida como María «Vieja», «La Reina» o «Santa María», era una referencia insoslayable para quienes se atrevían a desafiar los múltiples peligros que implicaba explorar aquellos remotos distritos.

Bilingüe y ¿mestiza?

Se estima que nació entre 1780 y 1789 (los registros civiles no abundaban por esos lugares). Era hija del Cacique Tehuelche Vicente y, según algunos autores, era mestiza. Una de las razones en que se fundaba esta idea era que había sido bautizada como María de la Asunción, lo que llevó a algunos a arriesgar que había nacido en la capital paraguaya, aunque no hay elementos para que la teoría tenga veracidad.

Sin embargo, desde joven, María hablaba castellano y oficiaba de traductora de los exploradores que llegaban a su toldería. Las primeras noticias de su existencia las refirió el Teniente de navío Juan José Elizalde, quien realizó una gran exploración del litoral patagónico en la última década del siglo XVIII. Fue entonces que entrevistó a sus padres, Vicente y Cogocha, quienes estaban acompañados por la niña.

La zarina de la Patagonia

Robert Fitz Roy, el marino que encabezó la expedición Beagle, la que –entre otros asuntos– puso en nuestra tierra a Charles Darwin, la trató en 1827 en bahía San Gregorio, a orillas del canal que todavía no era de Beagle, sino Murray. El británico consignó que era la única que hablaba español, tenía gran destreza ecuestre y solía utilizar elementos relacionados con el catolicismo.

Los dominios de María La Grande eran por demás extensos. Luis Vernet, el primer comandante político y militar argentino de las Islas Malvinas y adyacentes al cabo de Hornos, la conoció en la Península Valdés, adonde había llegado con el objetivo de cazar caballos salvajes.

No poca fue la sorpresa cuando María se presentó al mando de más de mil tehuelches. Fue Vernet quien la bautizó «La Grande», haciendo alusión a la zarina Catalina II. La cacica le informó al marino que los caballos eran de su propiedad porque se habían criado en el territorio que ellos poblaban y el militar no tuvo más alternativa que reconocer los derechos de los (mal llamados) indios.

Una Cacica en Malvinas

Quedó demostrado que María era una experimentada comerciante con grandes dotes para la diplomacia. Durante su cacicazgo los pueblos originarios mantuvieron paz entre sí y cordiales relaciones con los «cristianos». Los capitanes de las expediciones que llegaban al sur buscando cazar lobos marinos siempre intentaban contactarla para proveerse de carne de guanaco para alimentar sus tripulaciones, como así también pieles, mantas de guanaco y plumas de ñandú. María canjeaba estos productos por espadas, cuchillos, tabaco, yerba, frenos, monturas, harina, azúcar y alcohol.

Cuando Luis Vernet se había instalado en lo que actualmente es Puerto Argentino, en las Malvinas, invitó a María La Grande a visitar las islas. Para ello envió a sus hombres de mayor confianza en una goleta. Luego de un viaje complicado, especialmente porque la invitada y su séquito no estaban acostumbrados a navegar, desembarcaron en la Isla Soledad.

El choque de culturas se hizo evidente desde que la comitiva tehuelche puso un pie en Malvinas. Los aborígenes dormían en el suelo, sus atuendos estaban confeccionados de piel de guanaco o de zorrino y el pescado no formaba parte de su dieta. María homenajeó a la esposa de Vernet, también llamada María, con un quillango de guanaco. A su vez, la anfitriona le obsequió un vestido que la cacica agradeció, pero nunca usó.

No era inocente ni desinteresada la generosidad de Luis Vernet. El militar tenía la idea de crear una factoría e instalar una colonia de población blanca en la Bahía San Gregorio y para ello necesitaba la bendición de María la Grande. Cuando las conversaciones estaban encaminadas, la invasión inglesa a las islas Malvinas truncó los planes de Vernet.

Refugio de unos cuantos

En las tolderías de María se acogía a muchos refugiados. Un batallón de desertores de los buques pesqueros y de prófugos de la justicia encontraban reparo en los dominios de la líder tehuelche. También ofrecía ayuda y cobijo a los misioneros que recorrían la Patagonia.

Mientras María vivió, no hubo guerras tribales en la región y ninguna tribu tomaba decisiones de importancia sin previamente consultarla. Al igual que su nacimiento, no existe un registro exacto de su fallecimiento, que se ubica entre 1840 y 1848.

Lo que sí quedó en el recuerdo y en el relato popular es que en señal de duelo, en toda la superficie de la Patagonia se encendieron fogatas en su memoria. Sus colaboradores más cercanos quemaron sus más preciadas pertenencias personales. Casimiro Biguá (1819 – 1874) la sucedió como cacique principal de los tehuelches situados al sur del Río Negro.

El legado y la fusión

María La Grande tuvo una nieta también llamada María, que tuvo gran influencia sobre su gente. Fue amiga y colaboradora del primer gobernador de Santa Cruz, Carlos Moyano, el comandante Luis Piedrabuena, el Perito Moreno y Ramón Lista, que sucedió a Moyano en la gobernación del austral territorio nacional.

Los chimenteros de la época afirman que Moyano habría tenido dos hijos con una bisnieta de María La Grande. A quienes envió a Mendoza porque poco después contraería enlace con Ethel Turner, la sobrina del gobernador inglés de Malvinas. Fue de Malvindas de donde llevó a los primeros colonos británicos en Santa Cruz y mantuvo intercambio comercial. Especialmente en lo que se refiere al ganado ovino.

La muerte de la gran cacica –cuyos dominios llegaron a extenderse desde las costas del actual canal de Beagle hasta las estribaciones de la Sierra de Tandil– dio paso a que la influencia de los mapuches provenientes de Chile sobre los pueblos originarios como tehuelches y ranqueles se convirtiera en dominación, sobre todo en el aspecto cultural, en una especie de sincretismo que abolió la identidad del pueblo.

Parafraseando a Rubén Patagonia, bien se podría cantar aquello de… «cuando el invierno suelta su esplendor / Y se pinta la cima del Chaltén / Se me antoja la estampa de María La Grande / Corriendo los ñandúes hacia el sol».

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