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Crónicas al Voleo

La amazona de las Américas

La amazona de las Américas
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

El 24 de abril de 1925 el escritor, docente y aventurero suizo,  naturalizado argentino, Aimé Félix Tschiffely, partía desde la sede de la Sociedad Rural Argentina en la ciudad de Buenos Aires con rumbo a Nueva York; trayecto que completó montando alternativamente a los dos máximos exponentes de la raza criolla de caballos: Gato y Mancha, el primero de pelaje overo, el otro gateado.

Tres años y cinco meses después, Aimé guiaba a Mancha al trotecito por la quinta avenida ante la mirada asombrada de los paseantes neoyorquinos. Así lo reflejaba el diario La Nación: «Después de más de tres años y cinco meses, Aimé montado en Mancha, su fiel compañero (Gato tuvo que quedarse en la Ciudad de México al ser lastimado por la coz de una mula), logró la hazaña: al llegar a la Quinta Avenida de Nueva York llevaba en los cascos de su caballo criollo el polvo de veinte naciones atravesadas de punta a punta, en un trayecto más largo y rudo que el de ningún conquistador, y sobre su pecho, en moño blanco y celeste, bien ganados como una condecoración, los colores argentinos».

Probablemente inspirada en esta hazaña, Ana Becker decidió cantar «quiero retruco».

La niña de los caballos

Nacida en Lobería en 1916, cuando era muy niña, la familia de Ana Becker se trasladó a la localidad de Algarrobo, a poco más de 80 kilómetros de Bahía Blanca. Criada en un ambiente rural, los caballos no tenían secretos para ella. Era una adolescente cuando llegaron las noticias de la gesta de Gato y Mancha y eso provocó en ella una imborrable impresión. Montaba desde los 5 años y con apenas 12 había adquirido sobradas aptitudes para las tareas rurales, que desarrollaba a la par de los peones de la hacienda familiar.

Cuando tenía 24 años, montando un doradillo llamado Clavel, unió en un par de semanas las ciudades de Santa Rosa de la Pampa y Luján. Un par de años después, en 1942, con el apoyo del presidente Roberto M. Ortiz, y al mando de Zorzal y Ranchero, recorrió las –entonces– 14 provincias argentinas en 10 meses. La idea de atravesar el continente a lomo de caballo era cada vez más firme.

Dos jinetes se saludan

«En cierta ocasión –cuenta Ana en su libro «Ana Becker, amazona de las Américas»– fui a escuchar una conferencia del suizo Aimé Félix Tschiffely, antiguo maestro de Quilmes. El, como se sabe, realizó la hazaña de llegar desde Buenos Aires a Nueva York con los dos caballos, Mancha y Gato, animales que se hicieron famosos después de cumplir aquella marcha. Tschiffely hizo un relato ilustrado con proyecciones de su viaje a través de veintiún mil kilómetros por los pantanos; ríos, montañas, fangales, selvas y desiertos del nuevo continente. Al terminar su exposición, me acerqué a Tschiffely, y le dije que proyectaba viajar con un caballo de silla y un carguero hasta la capital del Canadá. El me miró un momento estupefacto. Después con la sonrisa bondadosa que le era característica, expresó que si yo conseguía hacer eso, hazaña muy difícil, superaría la suya; lo que sería tanto más significativo por tratarse de una mujer. Me explicó que su raid le valió la invitación de la Sociedad Geográfica de Estados Unidos, para un relato en sesión solemne. Como sólo se había hecho con el explorador (Roald) Amundsen (primer hombre en llegar al Polo Sur) y el almirante (Richard Evelyn) Byrd».

En ese libro, Becker recuerda que Tschiffely le aconsejó que no hiciese su travesía por Bolivia, dada la cantidad de ciénagas y desiertos de su geografía, pero ella le respondió: «Si usted pudo pasar, yo también podré».

Un comienzo complicado

El plan de unir Buenos Aires con Otawa estaba en marcha. No fue ni fácil ni rápido concretar la empresa, los preparativos tomaron casi 10 años. Había que conseguir caballos, pertrechos y plata. Ana movió cielo y tierra para obtener apoyo económico, hasta llegar al despacho de la propia Eva Perón, que aportó fondos desde su fundación. Por su parte, criadores de caballos y polistas, como Manuel Estrada y Pedro Mack le obsequiaron los caballos Príncipe y Churrito para emprender el recorrido.

Así fue que la mañana del 1 de octubre de 1950, desde la plaza de los Dos Congresos, el kilómetro 0 de la República Argentina, Ana Becker partía con Príncipe y Churrito con rumbo norte. Una multitud de jinetes la escoltó en el primer tramo de al aventura.

Hay que decir que la cosa empezó un poco atravesada. No había recorrido 40 kilómetros cuando un accidente la depositó en el hospital de San Fernando. Afortunadamente las consecuencias no fueron demasiado importantes y pocos días después ya se encontraba nuevamente en la ruta.

Un largo camino a Otawa

No fueron pocas las peripecias que le tocó vivir. Algunas anecdóticas y casi cómicas, otras dramáticas. Debió rechazar, de la manera más cortés posible, la propuesta de matrimonio de un cacique andino. Se perdió en la sierra boliviana durante dos meses. En Ecuador sufrió el intento de violación por parte de cinco hombres pero pudo huir a tiempo gracias al revolver que llevaba en el recado. Conoció en el lago Titicaca a un buscador de tesoros y atravesó Colombia durante una guerra civil. La asaltaron en la frontera de Costa Rica y Nicaragua y también en México. Soportó terremotos, heladas noches al sereno y agotadoras jornadas en desérticos paisajes al impiadoso rayo del sol.

Nada la detuvo, nada la amilanó. Finalmente Ana desmontó frente a la embajada argentina en Otawa un 6 de julio de 1954. Chiquito y Furia fueron los caballos que terminaron de realizar el periplo. Príncipe y Churrito murieron en el camino y fueron reemplazados por Luchador y la yegua Pobre India. En Lima el ejército peruano le obsequió a Chiquito y Ana donó a Luchador al club hípico local. Y antes de cruzar la frontera peruano – ecuatoriana entregó a Pobre India a cambio de Furia.

Figura popular

Para recorrer estos 25.000 kilómetros, Ana Becker empleó 3 años, 9 meses y 5 días. Durante ese lapso atravesó Argentina, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Honduras, Guatemala, México, ingresó a Estados Unidos por Texas, pasó por Nueva Orleáns, Washington (donde fue recibida en la Casa Blanca por el presidente Dwight Eisenhower), Nueva York y Montreal (Canadá) hasta llegar a Otawa. En cada pueblo canadiense fue recibida como una heroína.

«En todos los países se me trató muy bien y fueron muchas las personas, políticos y periodistas que supieron recibirme y ayudarme –recuerda en su libro–. Los niños de las escuelas en innumerables localidades me esperaban y al pasar me tiraban flores, recibimiento tan sencillo como elocuente. En Méjico me esperaron muchas bandas de música con sus alegres canciones. En Nueva Orleáns me entregaron la llave de la ciudad. Y me nombraron ciudadana honoraria, acompañándome en casi todas las rutas de los Estados Unidos, policías montados para resguardarme del tránsito».

Regresó al país en el Vapor Río Tercero el 27 de noviembre de 1954. Con el tiempo su salud fue deteriorándose y finalmente murió el 14 de noviembre de 1985. Sus restos descansan en el cementerio de Algarrobo, el lugar donde se forjó la inmortal pasión de Ana por los caballos.

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