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Crónicas al Voleo

El aventurero que inspiró a Spielberg

El aventurero que inspiró a Spielberg
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

En estos días las marquesinas de los principales cines de todo el mundo anuncian el regreso de un octogenario Indiana Jones a la gran pantalla, en lo que es la última aventura del temerario explorador británico interpretado por Harrison Ford y surgido del genio del gran Steven Spielberg.

Pero este aventurero de fantasía, que octogenario sigue compitiendo contra los nazis para rescatar tesoros arqueológicos con poderes paranormales, tuvo un antepasado en el mundo real.

Explorador desde la cuna

Percival Harrison Fawcettt nació en 1867 en Torquay, un pueblo de la costa meridional inglesa que, en el siglo XIX, fue conocida como la Riviera inglesa por su clima saludable. Su padre Edward había nacido en la India y era miembro de la Royal Geographical Society. Tanto Percival como su hermano Mayor, Edward, heredaron de su progenitor el interés por la aventura y las exploraciones.

Luego de cursar estudios en el Newton Abbot Proprietary College se unió a la Artillería Real y en 1886 fue destinado a Ceylán (actual Sri Lanka), donde conoció a su esposa Nina Agnes Paterson. Más tarde trabajó para el servicio secreto británico en África del Norte y aprendió técnicas de topografía.

Enviado por la Royal Geographical Society, a los 39 años viajó por primera vez a Sudamérica para realizar trabajos de cartografía en la frontera entre Perú y Bolivia demarcada por el río Heath, un curso de agua que nace las estribaciones de la cordillera de los Andes que rodean el lago Titicaca, y corre en dirección norte, hasta desaguar por la margen derecha en el río Madre de Dios, en el extremo más oriental del Perú.

El manuscrito del bandeirante

Entre 1906 y 1924 realizó un total de siete expediciones a la región amazónica, ya sea en Bolivia, Perú o Brasil. En sus incursiones logró entablar muy buenas relaciones con los aborígenes, con quienes mantenía un trato amable y les entregaba regalos en cada una de sus visitas («montañas de baratijas»). En sus bitácoras anotaba animales asombrosos, desconocidos por la zoología europea, como anacondas de más de 15 metros de longitud (afirmó haber matado a una de 19), un pequeño perro de apariencia felina casi del tamaño de un foxhound inglés, y otro perro actualmente conocido como sabueso andino de dos narices.

Entre expedición y expedición, Fawcett pasaba horas en la Biblioteca Nacional de Brasil en Rio de Janeiro. Fue allí donde descubrió un documento de 1753, conocido como «Manuscrito 512», supuestamente escrito por el bandeirante portugués João da Silva Guimarães, que describía las ruinas de una antigua ciudad que contenía arcos, una estatua y un templo con jeroglíficos. Describió las ruinas de la ciudad con gran detalle sin dar su ubicación. La leyenda de El Dorado volvía por sus fueros.

De El Dorado a Z

El Dorado es una ciudad legendaria, construida en oro y ubicada en el norte de Sudamérica, en un sector indeterminado que incluye a Colombia, Venezuela y el norte de Brasil, una región en la que, según se suponía, existían numerosas minas de oro. Su leyenda fue una quimera tras la cual fueron decenas de expediciones que se internaban en las inhóspitas y peligrosas selvas. Muchas jamás volvieron.

Fawcett y su esposa

Fawcett llamó «Z» a la ciudad descripta en los manuscritos y desde el mismo momento en tomó conocimiento comenzó a pergeñar el modo de llegar a ella. Así lo deja aclarado en una carta que en 1912 le envió a su hijo, Brian, en la que expresa:

«El lugar llamado «Z» – nuestro objetivo principal – está situado en un valle rodeado de altas montañas. El valle tiene, aproximadamente, diez millas de ancho y la ciudad se halla sobre un promontorio en medio del valle, llegándose hasta ella por un camino de piedra cubierto por una bóveda. Las casas son bajas y sin ventanas, y hay un templo piramidal. Los habitantes del lugar son numerosos, poseen animales domésticos, y han excavado minas en las colinas circundantes. No muy lejos hay una segunda ciudad, pero la gente que la habita es de rango inferior a los habitantes de «Z». Aún más al sur hay otra gran ciudad, medio enterrada y completamente destruida».

La huella de la Atlántida

Fawcettt estaba convencido que «Z» era una de las varias ciudades perdidas remanentes del mítico continente de la Atlántida. Y se entiende perfectamente que se obsesionara con la posibilidad de descubrir una ciudad perdida en la profundidad del continente americano, sobre todo si se tiene en cuenta que en 1911 el explorador norteamericano Hiram Bingham había llegado a Machu Picchu.

El primer intento de descubrir «Z» fue en 1921. Además del Manuscrito 512, Fawcettt se guio por las referencias que había referido un viajero y excónsul británico en Río de Janeiro del siglo XVIII, Donal Cam O’Sullivan Beare. Este afirmaba en sus escritos haber visitado una ciudad perdida similar a la descripta por el portugués. A pocos días de camino de Salvador de Bahía.

La expedición recorrió el río Gongogi y, si bien no logró encontrar la ciudad, reunió de los lugareños nuevos testimonios relacionados con ciudades perdidas. Sin embargo, poco después de comenzar la aventura, Fawcettt y sus hombres resolvieron regresar por las inesperadas dificultades que le presentó la selva, los animales peligrosos y desconocidos y las virulentas enfermedades que los afectaron. Unos meses después volvió a intentarlo, pero debió retornar sin ningún éxito.

La tercera, la vencida

Pero no se desmoralizó Fawcettt por estos fracasos y, en 1925, lo intentó una vez más. Esta vez programó una expedición de largo aliento, porque preveía que duraría un año. Ahora disponía de más recursos y estaba mejor equipado gracias al patrocinio de periódicos y sociedades. Incluyendo a la Royal Geographical Society y a los Rockefeller. El resto del equipo de esta expedición estaba formado por su gran amigo Raleigh Rimell, su hijo mayor Jack, y dos trabajadores brasileños.

Fawcettt fue enviando cartas a su familia, cronicando el avance de la expedición. La última estaba fechada en un paraje llamado Campo del Caballo Muerto. En ella expresaba gran optimismo y decía que «esperamos atravesar esta región en unos días…. No debes temer fracaso alguno».

Fue lo último que se supo de ellos. Se enviaron varias misiones de rescate sin resultados. La teoría más aceptada era que los expedicionarios habían sido asesinados por haber insultado a un jefe aborigen. En 1952, miembros del pueblo Kalapalo, del centro de Brasil, explicaron que un grupo de exploradores había atravesado su territorio. Y que los mataron por hablar mal a los niños del pueblo. Los detalles del relato sugerían que las víctimas podían haber sido Fawcettt, su hijo Jack y Raleigh Rimmell.

Si bien Percival Fawcettt no encontró su ciudad, su legado quedó vivo y en los últimos años se encontraron numerosas ciudades antiguas así como restos de ancestrales lugares de culto en las selvas de Guatemala, Brasil, Bolivia y Honduras. Queda en claro que nuestro continente sigue siendo un lugar con mucho territorio para explorar y muchas sorpresas ocultas en sus selvas exuberantes y en sus inconquistadas cumbres.

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