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Diez notas sobre el Diez

Diez notas sobre el Diez: «La nostalgia preventiva»

Diez notas sobre el Diez: "La nostalgia preventiva"
Por Germán Tinti (*)

«Hay algo que yo llamo nostalgia preventiva. No sé si es una categoría psicológica, tal vez debería serlo, quizás tenga otro nombre. El tema es así: hay cosas que sabemos que van a ocurrir indefectiblemente: que se mueran tus viejos, que Gallardo se vaya de River, que en verano haga calor, que Talleres descienda, que me vuelva un viejo choto con una jubilación de mierda. Sí, el futuro se las arregla para acojonarte siempre. Mi problema es que empiezo a tratar de asumir esos quiebres con anticipación; sufro a cuenta de posteriores pérdidas.

Esto me pasa hace mucho tiempo. Es más, cuando empiezo a disfrutar algo ya se me cuela la idea de que es efímero y empiezo a sentir nostalgia de algo que ocurrirá mucho después. Messi estaba en el pináculo de su carrera y yo pensaba que pasaría después, cuando sus destellos de genialidad fueran cada vez más espaciados y no tuviéramos en el horizonte nada que nos otorgara una esperanza. Tal vez creía que cuando eso ocurriera me dolería menos, tal vez deseaba que fuera eso.

Pero no. Te hace mierda igual, no hay forma de amortiguarlo.

Dar ejemplos de figuras populares es menos doloroso que ejemplificar con personas cercanas que amamos, así que sigamos en esa línea. Me pasa con Diego y con Charly (¿hace falta aclarar?) y estoy seguro que cuando ocurra lo inevitable se me va a hacer mierda el corazón. No sirve pero no lo puedo evitar.

¿Lo inesperado es distinto?

A la nona el corazón le dijo basta en la cola de la panadería. Un instante, un flash. Estaba todo bien y de repente todo se había terminado. No hubo transición. A Lennon un demente lo cagó a tiros cuando yo empezaba a entender de qué iba la cosa. Pappo se estroló en la moto una madrugada. No sé si dolieron menos, pero quizás el no verlas venir hagan que la sensación sea distinta, no sé. Duele, pero uno no anda sufriendo a cuenta.

Al nono le costó diez años reunirse con Gina. Su decadencia fue dolorosa para todos, e indudablemente para él también, aunque lo soportó estoicamente, sin una queja. Ceratti tuvo que agonizar cinco años para por fin desconectarse de la maquinaria que lo mantenía, cruelmente, en una vida vegetal«.

Juro por lo más sagrado que a esto lo escribí en la medianoche del 24 al 25 de noviembre de 2020, a lomos de un joven malbec, sin ninguna razón aparente y soportando una tórrida noche que, sin embargo, dejaba vislumbrar una tormenta.

Nubes negras

Vaya tormenta. Una docena de horas después el propio Diego me daba la razón a mi sospecha y la convertía en certeza: la nostalgia preventiva, la tristeza a cuenta –aunque inevitables– no sirven para nada. La trompada de los hechos consumados te tumba, es un uppercut directo a la mandíbula que te manda a la lona por toda la cuenta.

No me voy a poner a pontificar sobre la vida de Diego, no sirve de nada y no soy nadie para eso (¿quién lo es?).

Maradona es el de las canchas, ese al que Hugo Orlando Gatti definió como un «gordito con suerte» para tener que tragarse sus palabras un par de días después. Ese que, según me comentó alguna vez el «Gato» Bujedo, inolvidable marcador de punta que brilló en Racing de Córdoba y Vélez Sarsfield, fingía pegarle mal a la pelota la tiraba fuera del predio donde entrenaba la Selección Argentina en la previa a la Copa América de 1979; cuando curiosamente el defensor nacido en Río Segundo usó la casaca 10 y el Diego tuvo el número 6 en la espalda. «Le pregunté que le pasaba que le estaba pegando tan mal y me contestó que detrás del cerco estaban los pibes de una villa cercana a quienes les había prometido regalarles algunas pelotas».

Fama y excesos

¿Los excesos? En sus memorias, Keith Richards (otro de quien en más de una redacción tienen el borrador del obituario desde hace mucho) habla de los excesos de una figura popular en la cima de la fama: «Todos esos excesos juerguistas resultan muy difíciles de explicar, no es que dijeras: “muy bien, esta noche la vamos a armar”. Simplemente pasa. Supongo que buscas olvidarte de todo, aunque no conscientemente, pero el hecho es que al estar en una banda te sientes enjaulado en muchas ocasiones, y cuanto más famoso te haces más prisionero te sientes. ¡Es increíble hasta dónde puedes llegar para dejar de ser quien eres durante unas cuantas horas!»

Hace 12 años, en un ya olvidado blog que intenté llevar adelante por algún tiempo, y ante la impresión que me causó una fotografía de Diego en la India, sobre un escenario montado en un enorme estadio colmado, en un país donde el deporte más popular es el cricket, se me ocurrió trazar un paralelismo de indudable corte herético.

«Más famoso que Jesús«

En 1966, durante un reportaje, John Lennon dijo que Los Beatles, en ese momento, eran más famosos que Jesús.

Esa afirmación -salida de la boca de un muchacho de 26 años, que por ese entonces integraba la banda musical más famosa y popular del mundo; que vendía millones de discos por hora desde Nueva York a Tokio y desde Londres a Buenos Aires; que era multimillonario cuando apenas 10 años atrás vagabundeaba por las calles de Liverpool sin grandes expectativas de futuro, gambeteándole a la miseria y al delito- generó una violenta reacción de parte de lo más rancio y conservador de la sociedad, que inmediatamente se puso en marcha para purificar mediante el fuego la gran afrenta. Claro que los buenos tiempos de la inquisición habían pasado y debieron conformarse con quemar los discos del cuarteto inglés.

Lo tragicómico del asunto es que Lennon tenía razón.

Este año, el Vaticano decidió perdonar al autor de “Give peace a chance”. La dispensa -como en el caso de Galileo- llega tarde, porque tanto el científico como el músico yacen varios metros bajo tierra.

Pero no pretendo poner en el tapete aquí la ventaja de velocidad que a veces tiene la condena por encima de la absolución. Tampoco voy a hacer cuestiones sobre si correspondía perdonar a John o bien darle la razón (que es distinto y es lo que hubiera correspondido).

No, esto se trata de otra cosa.

Se trata de Maradona.

¿Y este que tomó? se preguntará más de uno.

A ellos les digo que miren las fotos del Diego en la India. Que lo vean rodeado de unas 100 mil personas en un estadio, vestido de civil, saludando solamente; recibiendo el homenaje fervoroso de tantos fans que haría que las máximas estrellas del Pop se sientan unos ilustres desconocidos.

Maradona es más famoso que Jesús. Que lo sepan bien aquellos que nunca le van a perdonar nada. Ni su pobreza original ni su riqueza acumulada jugando a la pelota; tampoco la mano de Dios ni la apilada que lo convirtió en “barrilete cósmico”; ni la merca, ni la joda, ni el positivo en Estados Unidos, ni el pase a Caniggia contra Brasil en Italia, con el tobillo del tamaño de una sandía.

Conviene aclararlo ya mismo. No soy un incondicional del 10. No es para mí ni Dios, ni un revolucionario ni nada por el estilo. Fue el mejor jugador de fútbol que tuve la suerte de ver y punto. Con él disfruté el fútbol en su máxima expresión y sufrí cuando cayó en desgracia, pero no lo considero ni un líder ni un referente de nada que no se circunscriba a una cancha. Sus excesos corresponden a su vida privada y su recuperación también.

Yo quería que el DT de la Selección fuera Bianchi.

Me atrevo a decir que Maradona no puede ser ejemplo ni siquiera de buen futbolista. Porque un ejemplo es algo para imitar. Y con la pelota, el Diego era, es y será inimitable. Un entrenador no puede decirle a un futbolista “mirá sus videos y aprendé”, porque ese arte no se aprende. Maradona se nace.

Fue único. Es único. Será único. 100 mil indios lo confirmaron hace algunas horas allá, del otro lado del mundo. En un país del que sabemos muy pocas cosas. Por ejemplo, como el 10, no teníamos ni idea que les gustara el fútbol, y que podían expresar tanto fervor popular aun cuando días antes habían sufrido una tragedia espantosa. Esos 100 mil indios se suman a cientos de millones que en todo el planeta lo conocen, lo admiran, lo aman.

Ok, fama no es prestigio. Fama no es -en definitiva- una virtud. Todo lo que quieran.

Maradona es más famoso que Jesús. Y que los Beatles. Por favor, no quemen nada.

Una pequeña herejía final. Creer en los milagros de Jesús es una cuestión de Fe. Los milagros de Maradona están todos filmados.»

Descansa en paz Diego Armando Maradona. Tal vez nunca esté lo suficientemente agradecido.

(*) Germán Tinti. Periodista, escritor, historiador. Columnista habitual de AGNoticias con su espacio «Crónicas al Voleo»
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