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Crónicas al Voleo

Cuando Sumo llegó a la ciudad

Cuando Sumo llegó a la ciudad
Por Germán Tinti, para Crónicas al Voleo

El año iba enderezando hacia su tórrido epílogo, yo naufragaba en las últimas semanas del último año del secundario (nunca nos llevamos bien el secundario y yo) cuando en la FM de Radio Universidad, en un programa que iba, creo, desde las 10 de la noche y que conducía un locutor de fugaz paso por la radiofonía de estas tierras llamado Leo Leonardi, empezaron a anunciar un recital de una banda desconocida (para mí) que tocaría en el Teatro Griego del Parque Sarmiento.

Estamos justo en la mitad de la década de 1980, las emisoras de frecuencia modulada tenían poco recorrido en este país que asistía a una verdadera revolución en sus medios masivos de comunicación. Hubo una auténtica explosión de emisoras. Algunas pocas (la 102.3 de los SRT y la 99.7 que pertenecía a LV2 sobre todo) contaban con tecnología e infraestructura suficiente para poder ser escuchadas en casi toda la ciudad con buena recepción y, por ende, eran las más populares. Después había cientos de emprendimientos que combinaban entusiasmo, pocos recursos y mucho espíritu amateur. El resultado de estas pequeñas FM eran emisiones ruidosas y de bajo alcance, pero también un formidable semillero de locutores, periodistas, operadores y técnicos que forjaron un espectro radial amplio, variado y de alta calidad (más allá de los gustos particulares) al que podemos acceder los cordobeses en estos tiempos.

Cinco magníficos

Pero volvamos a esas últimas semanas de 1985 y al programa de Leo Leonardi: «Lagunas Rock». El estilo del conductor era sorprendente para oídos cuya referencia radial en materia de rock era la amigable mesura de Mario Luna y su inolvidable «Alternativa». Leonardi era más gritón, con un estilo que (descubriría yo después) propio de las emisoras norteamericanas en las que el locutor también era operador. La dinámica también era distinta, la velocidad era una prioridad y el programa era al palo los 120 minutos de aire. Y ponían rock, un montón de rock.

Luca Prodan, con pelo y en Traslasierra.

Pues bien, a mediados de noviembre el programa comenzó a promocionar el recital que el grupo Sumo ofrecería en el Teatro Griego. No era una banda común y corriente, al menos por lo que se podía oír. Su música no se parecía a nada de lo que conociéramos hasta entonces, aunque es justo decir que era más bien poco lo que conocíamos, recién estábamos asomando la cabeza al mundo después de tantos años de encierro y las noticias demoraban mucho en atravesar el océano. Pero fundamentalmente había algo que era completamente disruptivo: ¡Los tipos cantaban en inglés!

Poco a poco empezaríamos a tomar nota de las singularidades de Sumo: que su cantante era un italiano educado en Escocia; autoexiliado de la heroína que encontró en Traslasierra un plus a su baqueteada vida. Que Sumo se había empezado a formar en 1981 y que ya tenía un largo recorrido en el under porteño y del conurbano. Sabíamos que si bien llegaban a Córdoba a presentar su primer disco oficial: «Divididos por la felicidad», algún tiempo antes habían publicado una placa independiente llamada «Corpiños en la madrugada». Que no era extraño (más bien era común) que los putearan por cantar en inglés. Más de uno en Mina Clavero recuerda que en uno de los primeros recitales del primigenio Sumo, Luca respondió a los insultos diciendo «si no les gusta el inglés vayan a quemar los discos de los Beatles y toda esa fuckin’ mierda».

Llegando los monos

Otra característica de la banda era su aspecto. Viviana Ratto, experimentada periodista y locutora que entonces era productora de la 102.3, recuerda cuando los miembros de la banda, un breve desfile de desarrapados, aparecieron en los viejos estudios que la emisora universitaria tenía en el primer piso del Pasaje Muñoz, en pleno centro de la ciudad de Córdoba.

«Yo vi una fila de extraterrestres encabezada por Luca Prodan, que estaba en jogging, ojotas y lentes con forma de palmeras –contó Viviana en una entrevista al Diario El Independiente de La Rioja–. Atrás de él venía un gigante, con una barba larga dividida en dos, Roberto Pettinato. Después Germán Daffunchio, que tenía puesta una remera rayada en blanco y negro porque en aquel entonces trabajaba en una empresa pesquera, y tenía esa onda marina. Detrás de él, venía Ricardo Mollo y últimos, Diego Arnedo y Super Troglio. Al verlos, quedé petrificada. Eran unos adelantados. Durante la entrevista recuerdo que Leonardi le pregunta a Luca, «¿Creés en Dios?». Y él, responde: «No, yo creo en Superman», rompiendo todos los límites sociales de ese tiempo».

Tengamos en cuenta que todavía estábamos en la «Córdoba de las campanas», de hacerse la señal de la cruz cuando pasabas frente a una iglesia (bueno, todavía estamos ahí), de radios poniendo solamente música sacra en Semana Santa.  Pero los tiempos estaban cambiando, como cantó Bob Dylan.

Divididos por la felicidad

Así llegamos a la estrellada y cálida noche del viernes 13 de diciembre de 1985. Creo que había aprobado matemáticas y me había ganado el derecho a disfrutar el fin de semana. Apenas unos doscientos curiosos nos amuchábamos en las primeras filas de la tribuna cuando empezó la revolución. Luca Prodan, Diego Arnedo, Germán Daffunchio, Ricardo Mollo, Alberto «Superman» Troglio y Roberto Pettinato nos volaron la cabeza a los pocos que allí estábamos. Y 35 años más tarde lo siguen haciendo con chicos que nacieron cuando Luca ya se había convertido en leyenda.

Nada fue igual después de eso. Tras el recital la caminata alternado reflexivos silencios y eufóricos comentarios con los amigos (¿Esteban, Pablo, la Avichuela?. Seguro que estaban) bajando hacia el centro, la obligatoria parada en Ojalá (que después fue María María) para tomar una cerveza y ver si tocaba alguien; comer un lomito en Dino, una playa de estacionamiento con lomitería adosada que estaba sobre la cañada y en el que solían parar distintas jaurías adolescentes que avanzaban hacia el final de la noche.

Sonará solemne y exagerado, pero Sumo cambió nuestras vidas. Luca Prodan fue, como dice la canción Regtest, una estrella fugaz que subió y bajó demasiado rápido; pero que también iluminó el cielo de nuestras adolescencias y cuya luz se mantiene brillante más de tres décadas más tarde. Apenas dos años después de aquel recital, también un diciembre agobiante, este italiano puteador daría por terminada su misión en este mundo. Pero nunca nos dejó.

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