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Crónicas al Voleo

Cuando se apagó Nueva York

El 13 de mayo de 1977, Nueva York se quedó a oscuras y reinaron el caos y el descontrol. Nunca nada volvió a ser lo mismo.
Por Germán Tinti (para Crónicas al Voleo)

En la década de 1970 Nueva York distaba mucho de ser la meca turística que representa en nuestros días. Hoy, el visitante (y el neoyorquino) puede disfrutar de sus calles, de sus edificios icónicos; de una gastronomía global y espectáculos para todos los gustos (aunque no todos los presupuestos). En los setentas la Gran Manzana era una ciudad prácticamente en quiebra; con desocupación creciente y una delincuencia violenta que abarcaba los barrios más pobres como el Bowery, Bronx o Hell’s Kitchen hasta los sectores más exclusivos como el Upper East Side en Manhattan o Flushing en Queens.

Una idea bastante acabada de lo que era esta ciudad de Nueva York en los años 70 nos la regala Martin Scorcesse; desde el móvil que conducía el depresivo e inestable Travis Bickle en «Taxi Driver». Para el verano de 1977, la crisis del petróleo, desatada cuatro años antes por la decisión de los países árabes de no venderle el «líquido elemento» a los países que habían apoyado a Israel en la Guerra del Yom Kipur, extendía aún sus consecuencias. Estados Unidos enfrentaba una crisis que había dinamitado la industria, arrasado con los planes sociales, la economía y la vida en general.

Rayos misteriosos

La ciudad más grande y populosa del país no era ajena a esta caótica situación. El clima social necesitaba tan solo una pequeña chispa para entrar en ignición. Para agregar más dramatismo a este tórrido verano neoyorquino, las noticias daban cuenta del desconcierto policial en la persecución del autoproclamado «Hijo de Sam». Un asesino serial que desde hacía más de un año venía provocando pánico y paranoia. Más de 500 detectives trabajaban en el caso del «asesino del calibre 44», el arma que usó el criminal para acabar con la vida de seis personas y herir a siete más en sus –hasta entonces– ocho apariciones en público.

Después de una sofocante jornada, negros nubarrones en el horizonte hacían presumir que llegaría la lluvia y ese miércoles 13 de julio terminaría con algo de alivio para la población. Pero a pesar de la profusión de rayos y relámpagos, no llovió y siguió haciendo calor.

Poco después de las 9 de la noche un rayo impactó sobre la planta de energía que la Consolidated Edison Company of New York, Inc. tiene en Westchester, al norte de Nueva York, y que provee de electricidad y calefacción a buena parte de la ciudad. Unos minutos después, un par de rayos más cayeron en dos líneas de alta tensión, lo que sacó de servicio a la Ravenswood Generating Station, en Long Island. Así las cosas, a las 9.30 no había electricidad en todo Nueva York.

Furia y descontrol

El caos fue instantáneo: los subtes se detuvieron y dejaron en el entramado subterráneo de la ciudad a casi cinco mil personas que debieron evacuar a pie y en total oscuridad. Los túneles que comunican la isla de Manhattan con el Nueva Jersey y Brooklyn debieron clausurarse al no funcionar los sistemas de ventilación, los aeropuertos JFK y La Guardia dejaron de operar y debieron desviarse, reprogramarse y cancelarse decenas de miles de vuelos, el partido entre los New York Mets y los Chicago Cubs, el Shea Stadium, se suspendió cuando Lenny Randle estaba a punto de batear.

Pasada la paralización inicial, y con 9 millones de habitantes a oscuras, una ola de saqueos inédita se desató al unísono en los cinco distritos que conforman la ciudad: Queens, Brooklyn, Staten Island, Bronx y Manhattan. Bandas espontáneas y no tanto atacaron miles de comercios que habían quedado en total desprotección, las fuerzas policiales no eran suficientes para coordinar la evacuación de edificios, salas de teatro, cines, vías de subte, embotellamientos monumentales, rescate de personas atrapadas en ascensores. En una ciudad en la que históricamente se habían desarrollado violentas pandillas barriales o étnicas, los representantes del orden quedaron en evidente desventaja.

«Es la noche de los animales», dijo a la prensa el sargento de policía Robert Murphy, en una frase que se hizo célebre. «Agarras a cinco o seis y aparecen cien. Vamos a un sitio y, los que no están saqueando, avisan a los demás con silbidos. Lo único que podemos hacer es sacar a la gente de las tiendas; pero se van a la de al lado».

Los argentinos, y en particular los cordobeses, tenemos una triste memoria de la angustia que significa estar en una ciudad que es víctima del descontrol, la violencia y la ausencia de ley. Eso mismo sintieron  los habitantes de la ciudad más importante del país más poderoso aquella sofocante noche de verano.

«Trae la mañana serena claridad»

Así y todo, con las luces del día comenzó a llegar la calma. Nueva York era un paisaje de guerra. Durante la oscuridad los bomberos debieron multiplicarse para combatir más de mil incendios que produjeron los saqueadores cuando ya no había nada que llevarse. Unas cuatro mil personas fueron detenidas, convirtiéndose en el arresto masivo más multitudinario de la historia de la ciudad.

«Miles de saqueadores, envalentonados por la oscuridad y la confusión, recorrieron la ciudad anoche y esta madrugada en una ola delictiva», tituló el New York Times en la mañana del 14 de julio. «Entre cristales destrozados, sirenas y el sonido de los contenedores de basura utilizados para derribar las fachadas metálicas de los negocios, ladrones y vándalos arrasaron tienda tras tienda». La revista Time relató que «Los habitantes de los barrios deprimidos bajaron en riadas hacia las zonas más ricas. Incendiaron cientos de casas y saquearon miles de tiendas», Newsweek apeló a Conrad para titular «El corazón de las tinieblas». Las páginas de correo de lectores se poblaban de indignados y prejuiciosos pedidos de deportaciones de puertorriqueños, destierro al sur de negros, fusilamientos y mano dura.

Nada será igual

El servicio eléctrico se restableció totalmente 25 horas después, aunque gran parte de la ciudad tuvo luz cerca del mediodía del jueves 14. Los disturbios, que también incluyeron reivindicaciones sociales y raciales, provocaron pérdidas por 300 millones de dólares (unos 1.200 millones a valores actuales).

El alcalde Abraham Beame dijo que fue una «noche de terror», sin advertir entonces que también fue el ataúd para su carrera política. En las elecciones municipales de noviembre de ese año se presentó para la reelección pero quedó tercero y fuera del ballotage, que fue dirimido entre Mario Cuomo y Edward Koch, quien finalmente sería ungido alcalde.

Nueva York había perdido la inocencia y cambiado para siempre.

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