Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
El ciclista Gino Bartali es uno de los más importantes deportistas de la historia de Italia, integrante del olimpo de la península. Ocupa el sitial junto a personajes como el motociclista Valentino Rossi, los también ciclistas Felice Grimoldi y Fausto Coppi; la tenista Francesca Schiavone, el automovilista Alberto Ascari y los futbolistas Roberto Baggio y Paolo Maldini.
Ganador dos veces del Tour de Francia (en 1938 y 1948) y tres veces del Giro de Italia (en 1936, 1937 y 1946), Bartali fue uno de los grandes íconos del deporte mundial de la primera mitad del pasado siglo. En consecuencia, una de las figuras que la propaganda del gobierno fascista de Benito Mussolini utilizaba para promocionar su dictadura. A pesar de ello, Bartali nunca se pronunció públicamente a favor del «Duce» y en privado solía criticar sus políticas.
Como explica el periodista Ander Izagirre, Gino «tampoco entró en el juego del fascismo, aunque, como había sido el gran icono deportivo de la preguerra, el régimen lo utilizó con fines propagandísticos». Por otra parte, Andrea Bartali, uno de sus hijos, expresó que «Mussolini creía que si un italiano terminaba triunfante el Tour, eso mostraría que los italianos también pertenecían a una raza superior. La victoria de mi padre se convirtió en un asunto de orgullo nacional y de prestigio del fascismo, por eso estuvo bajo una enorme presión».
Por las rutas toscanas
Nacido en 1914 en Ponte a Ema, una pequeña localidad a pocos kilómetros de Florencia, en el seno de una humilde familia de agricultores, comenzó a trabajar siendo poco más que un niño en el taller de reparación de bicicletas de Oscar Casamonti. El gran deportista nació cuando el dueño del negocio, satisfecho por el trabajo del joven, le regaló una y lo alentó a iniciarse en el ciclismo. Los bucólicos paisajes de la Toscana fueron el escenario de sus primeros entrenamientos, luego de fichar para la la Società Sportiva Aquila, el club de su pueblo.
De acuerdo a la prensa especializada, Bartali fue uno de los últimos exponentes del ciclismo clásico, en el que la tenacidad y la capacidad física innata todavía no habían dado paso al ciclismo más tecnificado y sistemático que representó primero su archirrival y gran amigo Fausto Coppi y posteriormente el francés Jacques Anquetil.
En una crónica del Giro de Italia publicada en el Corriere della Sera en 1949, el periodista Dino Buzzati lo muestra bebiendo vino tinto en las comidas y fumando algún que otro cigarrillo entre etapa y etapa, algo impensable en el mundo del ciclismo de competición tan solo unos años después. Pero estamos en la época en que, en Argentina, algunas grandes figuras del fútbol afirmaban que los días de partido almorzaban ravioles «de la vieja», se tomaban unos vinos y salían para el estadio.
Prenda de unidad
Su extraordinaria figura trascendió la actividad deportiva y se convirtió, más allá de la propaganda fascista, en una especie de prenda de unión nacional en tiempos convulsionados. El atentado contra el líder comunista Palmiro Togliatti, en 1948, podría haber desencadenado una guerra civil. Las victorias de Batalli en el Tour de Francia, sumadas a los llamados a la calma del propio Togliatti impidieron el inicio de una revolución. Giulio Andreotti, quien fuera primer ministro de Italia años después, afirmaría que «decir que la guerra civil se evitó por una victoria en el Tour de Francia es sin duda excesivo, pero es innegable que en ese 14 de julio de 1948, día del ataque a Togliatti, Bartali contribuyó a aliviar las tensiones».
Retiro dorado
Tras retirarse de la competición siguió ligado al mundo del ciclismo, primero como director del modesto equipo San Pellegrino y después como comentarista de la RAI. También fue asesor técnico de firmas industriales, además de vender bicicletas con su nombre y vino chianti de su Toscana natal. Por sus extraordinarios méritos deportivos, Bartali fue nombrado «Cavaliere di Gran Croce OMRI» (Caballero de la Gran Cruz al Mérito de la República de Italia).
Gino Bartali falleció en el año 2000 a los 85 años de edad. El parte médico indicaría que había sufrido un ataque al corazón. Lo sobrevivieron su esposa, Adriana (con quien estaba casado desde 1940) y sus tres hijos, Andrea, Biancamaria y Luigi.
¿Esto es todo?¿Se trata de una insípida biografía de un extraordinario deportista? Bueno, no.
Lo que más importa
Sucede que luego de su muerte se supo que durante el gobierno de Benito Mussolini, Bartali participó secretamente de las actividades realizadas en la clandestinidad, para evitar que muchas personas fueran asesinadas o enviadas a campos de concentración, que es casi lo mismo. Gino aprovechaba sus entrenamientos para llevar escondida en su bicicleta la documentación necesaria para que una gran cantidad de miembros de la colectividad judía de Italia pudieran abandonar el país antes de ser detenidos y –seguramente– masacrados.
Para entender el contexto, en la Italia de Mussolini los judíos no podían casarse con católicos, ni ser empleados públicos o bancarios. No podían concurrir a escuelas públicas, ni como alumnos no como docentes. Muchos menos ejercer la abogacía o el periodismo.
Correo clandestino
Si bien durante la Segunda Guerra las competencias deportivas estaban suspendidas, su presencia pedaleando en caminos rurales y rutas regionales, vestido con un maillot deportivo en el que figuraba en grandes letras su nombre, no llamaba la atención y recibía el saludo y el aliento de todos con quienes se cruzaba, sean aldeanos o controles militares.
Bartali era el correo perfecto para la DELASEM (Delegación para la Asistencia de Judíos Emigrantes), la red clandestina creada por el activista antifascista Giorgio Nissim, que con el apoyo de varios arzobispos utilizaba diversos monasterios toscanos para elaborar pasaportes que salvarían la vida de cientos de judíos.
«Transportaba fotos en una dirección y la documentación falsa confeccionada a la vuelta. Todo sucedía muy rápido porque el viaje se hacía en un solo día para regresar antes del toque de queda. Y eran casi 400 kilómetros, de modo que imagine el esfuerzo», explicó años después Biancamaria, una de sus hijas.
Bartali conocía las carreteras Toscanas como la palma de su mano. Los soldados sentían auténtica devoción por el ciclista y si alguno se ponía preguntón no había mejor excusa que la del entrenamiento. Alejaba de mal modo a quienes querían acercarse a su vehículo, no sea cosa que la desequilibrase, ya que, según él había que tratarla con delicadeza porque había sido ajustada al milímetro para alcanzar la mayor velocidad posible. En realidad, escondía el papeleo en el cuadro y bajo el sillín.
Justo entre las naciones
Ochocientas personas lograron salvar su vida gracias a su audacia, pero nunca hizo alarde de ello. Simplemente consideraba que es lo que debía hacer. «Era muy humilde y no quería contar todo lo que había hecho por los judíos: El bien se hace, pero no se dice, ¿si no qué bien es ése? Siempre quiso mantener en silencio esta historia» afirmaba Andrea, quien aseguraba que cuando alguien husmeaba en su pasado, Bartali lo mandaba callar e incluso amenazaba a los periodistas con denunciarlos si seguían incordiándolo. «No está bien especular con las desgracias de los otros», solía decir.
Además de las numerosas distinciones que recibió por su destacada trayectoria deportiva, Gino Bartali recibió, de manera póstuma, premios y condecoraciones por su trascendente aporte humanitario. Entre ellos la Medaglia d’oro al Merito civile, por su contribución al salvar judíos en peligro durante la Segunda Guerra Mundial (Roma 31 de mayo de 2005) y el titulo Justo entre las Naciones, que otorga el estado de Israel a aquellas personas que, sin ser de confesión o ascendencia judía, prestaron ayuda de manera altruista y singular a las víctimas de la persecución sufrida por los judíos durante la Segunda Guerra.