AG Noticias
Crónicas al Voleo

Un gangster de la vieja escuela

Un gangster de la vieja escuela
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

«Todo sucedió de manera súbita y con dramática rapidez. Bonanno, que regresaba de un restaurante, se bajó de un taxi detrás de su abogado, William P. Maloney, quien corrió bajo la lluvia para protegerse bajo el toldo del edificio. Luego, saltando de la oscuridad, aparecieron unos matones que tomaron a Bonanno de los brazos y lo empujaron hacia un automóvil que los estaba esperando. Bonanno forcejeó para zafarse, pero no lo logró. Entonces miró a los hombres con indignación, obviamente enfurecido y asombrado; desde la Prohibición nadie lo había tratado con tanta brusquedad, y en esa época los únicos que lo trataban así eran los policías, cuando se negaba a responder a sus preguntas. Pero quienes ahora lo empujaban eran hombres de su propio mundo, dos hombres fornidos, que medían cerca de un metro ochenta e iban vestidos con abrigos negros y sombreros, uno de los cuales dijo:

—Andando, Joe, mi jefe quiere verte».

La prosa inapelable de Gay Talese pinta, con unas pocas pinceladas, cómo eran las cosas cuando Joe Bonanno estaba en la cresta de la ola. Había súbitas invitaciones que uno no podía rechazar, aun cuando fuera el tipo más poderoso de Nueva York.

Un pueblito de pescadores

Joseph «Joe»  Bonanno había nacido en 1905 en Castellammare del Golfo, un pequeño pueblo de pescadores siciliano, ubicado a poco más de 60 km. de Palermo, en el norte de la isla de Sicilia. En las últimas décadas este poblado de intrincadas calles agregó a su economía el turismo. En las tranquilas aguas de su pequeño puerto descansan lujosos yates que llegan desde todos los puntos del Mediterráneo.

Nadie hace muchas preguntas en Castellammare. Tengamos en cuenta que de esas callejas salieron, además de Bonanno, mafiosos de cartel como Salvatore Maranzano, Joseph Ristuccia y Michael Monte. Hablar poco es una virtud que alargaba la vida en este cálido pueblito de prolongadas siestas.

Tanto influenció este humilde puertecito en el desarrollo y apogeo de la mafia neoyorquina, que la violenta guerra entre las primeras familias: Masseria y Maranzano fue llamada por la prensa como la Guerra de Castellammarese. El enfrentamiento se desarrolló entre febrero de 1930 y abril de 1931.  La guerra fue ganada por Maranzano y dio origen a las 5 familias neoyorquina: Gambino y Genovese (escindidas de Masseria), Bonanno, Colmbo y Lucchese (deprendimientos de Maranzano).

Personaje de película

Bonanno se instaló definitivamente en Nueva York en 1924. Cuando tenía tres años se había trasladado a la «Gran Manzana» junto con su familia, pero regresaron a Italia al cabo de diez años.  Joseph, para entonces, ya tenía relación con algunos miembros de la familia Maranzano. Desde entonces llevó a la familia que había fundado su padre Salvatore a ser la más poderosa de la ciudad y, en consecuencia, del país.

La historia de su vida, sus métodos y sus códigos, fueron reflejados en prácticamente todas las películas y series de mafiosos que hemos visto (y las que no vimos también). El Vito Corleone de Coppola, el Al Capone que De Niro compuso para «Los Intocables», Tony Soprano en una serie, están fuertemente influenciados por la figura de Joe Bonanno. Su sombra se proyecta, también, en «Contacto en Francia», la película que le dio un Oscar a Gene Hackman y, claro está, en «Érase una vez en América» del tano Leone. La mayoría de las películas de gangsters tienen dos cosas en común: la influencia de Bonanno y la actuación de Joe Pesci.

Vito Corlene tiene mucho de Joe Bonanno

Era un gánster de la vieja escuela que, al contrario de sus contemporáneos, mantenía perfil bajo. No se encandiló con la fama como le pasó a Lucky Luciano y a Gaetano Luchesse, que se dejaban ver en celebraciones multitudinarias haciendo ostentación de su fortuna y poder. Joe prefería festejar sus éxitos en reuniones a las que accedían unas pocas personas de confianza porque así corría menos riesgo de ser asesinado.

Astucia y buenos abogados

Durante su «vida profesional» solamente una vez fue demorado por la policía y fue por llevarle algunas armas a Al Capone. Siempre se comunicaba utilizando teléfonos públicos y nunca lo hacía dos veces seguidas desde el mismo aparato. Durante las tres décadas en las que tuvo la sartén por el mango no hubo un fiscal que lograra probar que hizo algo ilegal.

Por su astucia y por sus buenos abogados, Bonanno no se preocupaba mucho por la policía o el FBI. La verdadera amenaza eran sus colegas con quienes trataba de mantener fluida relación por aquella máxima de Maquiavelo de «mantén cerca a tus amigos, pero más cerca a tus enemigos». Y tenía razón.

Esconderse hasta que pase la tormenta

Debió fingir su propio secuestro cuando Carlo Gambino y Gaetano Luchesse se enteraron de su plan de eliminarlos para quedarse con toda la torta. Estuvo desaparecido cerca de dos años y no fue «liberado» hasta que tuvo garantías de que Gambino y Luchesse habían desistido de sus intenciones de mandarlo al fondo del Hudson con zapatos de hormigón.

Sus prolongadas «vacaciones» pusieron a su familia en decadencia y muchos de sus hombres cambiaron de padrino. Por eso, en 1968 se retiró de los negocios sucios y se instaló en Tucson, Arizona, donde se reveló como un exitoso hombre de negocios con emprendimientos inmobiliarios e industriales.

Cuarteles de invierno

Las últimas tres décadas las pasó disfrutando del clima desértico del sudoeste norteamericano, como un ciudadano casi ejemplar que disfrutaba de su fortuna y de sus nietos. Solamente un par de veces tuvo que pasar por tribunales para explicar algunos detalles de su vida pasada. «¡Que me detengan si incumplo una ley! ¡Pero primero que lo demuestren!», solía decir a jueces, fiscales y periodistas. Nunca nadie demostró nada.

Al contrario de casi todos sus coetáneos, Joseph Bonanno murió en su residencia de Tucson a los 94 años de un infarto, lejos de las ametralladoras Thompson, los sospechosos accidentes o de súbitos estrangulamientos en algún oscuro callejón.

Quienes lo conocieron aseguran que tenía un buen carácter. Ya lo decía Al Capone: «con una sonrisa se llega lejos, pero se llega más lejos aún con una sonrisa y una pistola». Su hijo Salvatore sostuvo alguna vez que «sus valores y sus principios habrían sido los mismos si hubiera estado al frente de la Mafia o de General Motors».

No queda claro si hablaba muy bien de su padre o muy mal de algunos empresarios.

nakasone