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Crónicas al Voleo

Ronnie Biggs: ladrón de trenes, play boy e ícono punk

Por Germán Tinti

 

Bruce Reynolds había iniciado su carrera delictiva luego de terminar el servicio militar. No era de los mejores, si se tiene en cuenta que era un visitante frecuente de calabozos de distintas cárceles inglesas. En una de esas estadías forzadas estaba este hijo de un sindicalista del gremio automotor, huérfano de madre y criado por sus abuelos, cuando un “ñieri” le comentó el asunto del “Up Special”, la formación ferroviaria del Servicio Postal Real que periódicamente hacía el trayecto Glasgow – Londres llevando la recaudación de los bancos escoceses a las bóvedas londinenses. Corría 1960 y Reynolds empezó a planificar su gran golpe.

(Dato incomprobable: gran parte de los robos importantes empiezan con un desconocido que suelta un dato a un compañero de celda. Hay toda una filmografía que sustenta esta teoría).

Tres años le llevó estudiar hasta el mínimo detalle: conocer el recorrido palmo a palmo para elegir el lugar más conveniente, anotar minuto a minuto el derrotero de la formación, averiguar los días en que los vagones transportaban más dinero, la cantidad de personal del correo que regularmente viajaba en el tren, la ubicación de las sacas, la elección del centro de operaciones, el reclutamiento del personal adecuado para la tarea.

El Up Special, el tren del dinero, víctima del robo de la banda.

Entre los elegidos para realizar el robo se encontraba Ronald Arthur Biggs, un desertor de la Royal Air Force a quien Reynolds conocía por haber cometido algunos delitos conjuntamente. Luego de algunos ingresos a distintos penales, Biggs se había casado, había puesto una carpintería y esperaba su primer hijo. Parecía haber dejado atrás definitivamente la vida criminal cuando su antiguo socio volvió a cruzarse en el camino. Bruce necesitaba a alguien con capacidad de mando, a Ronnie lo motivó la aventura y la posibilidad de dinero fácil.

La historia es bastante conocida: el robo se realizó con total éxito en su planificación y ejecución. La madrugada del 8 de agosto de 1963, cuando Biggs cumplía 34 años, unas 15 personas encapuchadas detuvieron cerca de Cheddidngton el “Up Special” que se dirigía a Londres con 124 sacas conteniendo 2.6 millones de Libras Esterlinas (según la inflación, son algo más de 42 millones de Libras actuales, casi mil quinientos millones de mangos. Y vos que a las papas fritas las pedís sin huevo para ahorrar). Ya con la plata en el camión se dirigieron al aguantadero (una finca de la zona de Oakley, a unos 20 km del lugar del hecho).

Hasta sus útimos días, Biggs se mofó de la búsqueda de Scotland Yard.

La idea original era permanecer en ese exilio rural el tiempo suficiente para que se aquietaran las aguas. Pero los planes se modificaron a los pocos días. El encierro y la monotonía expusieron rispideces entre los miembros de la banda, a algunos les pintó la paranoia por saber que había mucha policía en la zona buscándolos. La cosa se puso densa y decidieron dividir la guita y anticipar la fuga.

Siempre hay alguien mirando, por más solos y aislados que creamos estar. Los movimientos de la banda dispersándose llamaron la atención de alguien que informó a la policía sobre esos inusuales desplazamientos.

Nunca falta un vecino buchón.

En la finca, los investigadores encontraron víveres para aguantar un rato largo. Y además hallaron lo que perdería a los atracadores: un humilde juego de “Monopoly” con el que Edwards, Biggs y compañía buscaban apurar las lentas horas de espera. El tablero y los billetes del juego fueron recopilando prolijamente las huellas digitales de cada uno de los gangsters. Con ese dato, los prófugos cayeron a los pocos días. El juicio fue rápido y todos resultaron condenados. Del botín se recuperó una muy pequeña parte.

A Ronnie Biggs le cayeron 30 años, pero no estaba en sus planes tomarse unas vacaciones tan largas. Al poco tiempo decidió que era hora de irse, escaló los centenarios muros de la prisión londinense de Wandsworth, ganó las aguas del Támesis y al poco tiempo ya estaba en París.

Ronnie Biggs decidió que Río de Janeiro sería su lugar en el mundo.

A partir de entonces, Biggs llevó una vida de película. En Francia se cambió el rostro con una cirugía estética y pasó a Australia donde se reunió con su familia e intentó asentarse definitivamente. Sin embargo, Scotland Yard empezó a acercarse y Biggs decidió abandonar a su familia y tomarse un barco a Panamá con un pasaporte falso. Así, en cuestión de semanas arribaba al aeropuerto de El Galeao, en Río de Janeiro.

Marcándose una lambada en Copacabana / Aún flipa rememorando aquella mañana / En que decidió jugársela a cara o cruz / Para una vez que te sale un órdago claro al mus

Ronnie se convirtió en una celebridad. La falta de tratado de extradición entre Brasil y el Reino Unido permitió que dejara de vivir como un prófugo y pudiera moverse a sus anchas. Devenido en ícono se relacionó con el mundo del punk desde sus inicios. Grabó un par de canciones con Sex Pistols y fue productor de la banda alemana Die Toten Hosen y de la argentina Pilsen (liderada por el ex cantante de Los Violadores, Pil Trafa).

“A Ronald Biggs lo conocimos vía los Toten Hosen. Ellos habían grabado ‘Carnival In Rio’ y nos hablaron de él. Su condición era componer las letras. La multinacional que teníamos en ese momento podía afrontar esos excesos: viajar a Brasil, alojarnos varios días, grabar allí y la verdad la pasamos muy bien. Un tipo muy gracioso. El papel higiénico de su casa tenía la cara estampada de Margaret Thatcher, cosas así que nos hacían reír mucho”, le contó Pil Trafa a Generación B en 2016.

Junto a Die Toten Hosen, también incursionó en el mundo del música punk.

Una de sus fuentes de ingresos era su fama. Cobraba a los turistas que lo visitaban y pretendían sacarse una foto con él. Se sabe que no se quedó con mucho dinero del botín del robo al tren, pero llevaba una vida rumbosa en una ciudad que es muy amigable con la gente que quiere (y puede) llevar una vida rumbosa.

En 1981 Ronnie Biggs fue secuestrado y trasladado a Barbados. El operativo fue llevado adelante por un grupo comando del ejército británico. Pero terminaron siendo los secuestradores más tontos del mundo, porque no tuvieron en cuenta algunos vacíos legales que hicieron imposible el traslado desde la isla caribeña a Inglaterra. Después de unos días, devolvieron a Biggs a Río de Janeiro.

En 2001, con su salud deteriorada, y a instancias y solventado por el periódico sensacionalista The Sun, Ronald volvió a Inglaterra. Inmediatamente fue encarcelado, pero liberado algunos años después por razones humanitarias. El gobierno británico lo ingresó en una residencia. Dos años después presentaba en Londres, su nueva autobiografía ‘Odd Man Out: The Last Straw´

Su última aparición pública fue en marzo de 2013, durante el entierro de otro miembro de la banda del robo, su viejo compañero de correrías Bruce Reynolds. Allí se le vio en una silla de ruedas y con dificultades para hablar. Falleció en diciembre de ese año, víctima de una apoplejía, a los 84 años.

“Por un momento debemos admirar la astucia de Ronald Biggs. Todo lo que hizo en la vida –honesto y deshonesto- él lo hizo de forma maravillosa», escribió el periodista y dramaturgo Mario Prata en uno de los tantos obituarios que se publicaron a su fallecimiento, agregando que «aunque fuera un criminal, él fue tratado en Brasil como un senador, sin juzgarlo y sin castigarlo».

 

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