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Crónicas al Voleo

Michael Schenker y el pasaporte de otro

Michael Schenker y el pasaporte de otro
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Desde que el infame Muro de Berlín estaba en construcción hubo mucha gente que desarrolló y llevó a cabo planes para sortearlo. Pero algunas veces la casualidad te abre una puerta y solamente hay que ir para adelante. Este es el caso de Michael Scheiner, un adolescente que trabajaba de recepcionista en un hotel de Berlín Oriental.

En aquellos años, la oferta hotelera para extranjeros en el lado comunista de Berlín se reducía al Hotel Stadt Berlin en el 7 de Alexanderplatz. Allí se alojaron, en 1988, los integrantes del grupo británico Depeche Mode, para ofrecer un concierto en una de las fechas de su gira europea.

Fanático de la banda, Michael entabló relación con los músicos y los asistentes, quienes lo instaron para que el día del concierto estuviera presente. El conserje les aclaró que no podía pagar la entrada, pero la banda le dijo que estaba invitado y simplemente tendría que decir su nombre en la puerta.

Un sueño de libertad

Fue en aquel recital, extasiado por la música y emocionado por compartir un momento de libertad con tantos jóvenes como él, Michael tomó una decisión que sería una bisagra en su vida: se iría de Alemania del Este. Por las buenas o por las malas. Difícilmente haya escuchado a Pedro y Pablo, pero seguramente pensó algo parecido a los versos de Blues del éxodo: «Hay una tierra prometida / para los hijos de tu grey / Al otro lado de la ruina / comenzaremos a crecer».

Como buen alemán, respetuoso de las leyes, comenzó haciendo los trámites administrativos para lograr un permiso para pasar al sector Este de Berlín. Si bien en la última década los requisitos se habían flexibilizado, en general las posibilidades de conseguir una autorización eran extremadamente bajas.

Una mañana, Michael Schenker se presentó en la Oficina de Asuntos internos, llenó el formulario. Sabía que era difícil una respuesta positiva y su pesimismo era acertado. El empleado tardó menos en poner el sello denegando el pedido que lo que Michael había demorado en completarlo.

La oportunidad inesperada

Frustrado, pero no vencido, Schenker volvió a su trabajo, mientras rumiaba su primera derrota y analizaba alternativas para poder atravesar el muro. En eso estaba cuando, una tarde, llegó al hotel una delegación danesa que participaría  en la Copa de la Juventud de Bailes de Salón, una competencia que por entonces era muy popular en Europa.

Como era de rigor, los visitantes dejaron sus pasaportes en la recepción. En un rato de descanso, Michael se puso a curiosear mirando los documentos y en eso estaba cuando sintió que el mundo se daba vuelta. Fue entonces cuando sintió aquello que había escrito Joaquín Sabina: «Cuándo menos te lo esperas, el diablo va y se pone de tu parte». Frente a sus ojos, en un pasaporte danés, estaba su foto. Inmediatamente buscó corroborar su impresión y no había dudas: Morten Bank-Mikkelsen era su sosías (no, el osito en mameluco es Osías).

Morten tenía entonces 16 años e integraba el equipo de baile de salón de Dinamarca y era una de las principales figuras de la delegación. De hecho, junto a su pareja (cuyo nombre se ha perdido en la espesura del tiempo), fue el ganador en su categoría. Por eso aquella tarde estaba eufórico cuando regresaba al hotel y le costó entender quiénes eran esos tipos de traje que lo estaban esperando.

Los sujetos, que se presentaron como funcionarios del Ministerio para la Seguridad del Estado, la temible Stasi, el servicio de inteligencia de la Alemania Democrática, lo interrogaron sobre el destino de su pasaporte. Morten les dijo que lo había dejado en la conserjería, según le habían indicado al llegar al hotel.

El último baile de Michael

Lo que no sabía el muchacho era que, mientras él y su compañera se floreaban en la pista de baile, Michael Schenker pasaba por su casa para recoger algo de ropa y se dirigía prestamente estación de trenes de Friedrichstrasse. En su cabeza sopesaba todas las posibilidades: que no pudiera engañar a los guardias fronterizos significaría una buena temporada en algún sórdido calabozo. Si, en cambio, tenía éxito, no volvería a ver a sus familiares y amigos. Ambas opciones lo aterraban, pero la perspectiva de continuar su vida en el sector soviético de Berlín le resultaba inaceptable.

Cerca de la medianoche del 29 de marzo llegó al Tränenpalast (que en alemán significa «el palacio de las lágrimas»), el último y más difícil escollo para aquellos que querían pasar al sector occidental. Allí le dio «su» pasaporte al guardia que lo revisó concienzudamente mientras Michael sentía que un sudor frío le recorría la espalda. Aun así, no hizo ningún gesto que pudiera ponerlo en evidencia y después de unos segundos que le parecieron siglos, el funcionario le franqueó el paso.

La caminata final

Uno no puede dejar de imaginarse la caminata de Michael hasta el andén como aquella escena final de «Expreso de medianoche», cuando Billy Hayes logra abandonar el presido y se dirige nerviosamente hacia la libertad. Su tensión, la de Michael, comenzó a desaparecer cuando el tren que lo depositaría en el sector oeste se puso en marcha. Por su parte, Morten Bank-Mikkelsen no tuvo mayores dificultades con la Stassi, más allá de un simple interrogatorio que duró un par de horas. Él era simplemente una víctima de Schenker y después de «conversar» con los funcionarios, solamente debió gestionar un nuevo pasaporte para volver a su país.

Michael volvió al Stadt Berlin treinta años después, para conocer, en persona, a Morten, la persona que sin saberlo le abrió la puerta de la libertad. Cuando se cumplen 36 años de la caída del Muro de Berlín, Michael Schenker se erige como otro héroe de los que desafiaron la sinrazón comunista y lucharon para salir de la opresión.

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