Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Un día, Matías Juan Pablo Villanueva encaró a su padre, gerente de una sucursal bancaria en el barrio en que vivía su familia de clase media. Y le dijo que había decidido dejar el colegio y convertirse en barrabrava. El padre demoró en caer en la cuenta de que el adolescente (tenía 15 años) hablaba en serio.
La familia Villanueva vivía en el barrio de Parque Patricios, a la vuelta de la sede del Club Atlético Huracán, y eran todos hinchas del «Globo». Matías, el tercero de nueve hermanos, iba a la cancha desde hacía un poco más de un año y se había convertido en un verdadero fanático de la institución.
«Siempre me las rebusqué en la calle. Hice más malas que buenas. Fui la oveja negra: mal en la escuela, mal en el estudio, mal en el comportamiento –reconoció en una entrevista–, me gustaba vaguear. Repetí séptimo grado. Primer año lo repetí tres veces y abandoné los estudios. A los 14 conocí Huracán. A mi viejo le regalaban entradas».
Desde entonces, Matías, que de a poco se fue convirtiendo en «Locura» entró en una espiral delictiva que fue más allá de «pelearse los domingos en la cancha», como dice la canción de 2 Minutos. De arrebatos callejeros pasó a asaltos a pequeños negocios o a domicilios. Cuando tuvo acceso a armas los robos fueron más grandes y más violentos.

Barra 24/7
Su familia no aceptó su «vocación» y lo echaron del hogar. Al principio vivió en un ómnibus abandonado, pero cuando los «negocios» empezaron a mejorar pudo comprarse un departamento, adonde se fue a vivir con su pareja de entonces, con la que tuvo dos hijos.
«Yo soy barrabrava todo el tiempo, no solamente los domingos –sostuvo en una entrevista que le realizaron en un canal de Youtube dedicado a promocionar barras– nosotros para ir a Avellaneda, cortábamos Caseros y agarrábamos dos o tres colectivos 134 y nos bajábamos en Belgrano. Caminábamos a la cancha con la bandera abajo del brazo. En un entretiempo de Huracán – Arsenal nos fuimos a esperar a los de Central a la cancha de Deportivo Español, para devolverle el trato de la semana anterior. No les robamos la camioneta con las banderas por esto: corrieron por sus vidas».
Problemas en una salidera
Ocho años duraría esa escalada. Hasta que un día de septiembre de 1997, mientras con Tomás, su cómplice, merodeaban en moto por los alrededores de una sucursal del banco Galicia del barrio de Palermo, fue interceptado por un patrullero. Después de la voz de alto comenzaron a hablar los fierros.

Locura vació el cargador de su 9mm y, ya sin municiones, intentó escapar corriendo, pero no pudo llegar muy lejos. Una de las tres balas policiales que lo alcanzaron le destrozó una vértebra lumbar. Nunca más volvería a caminar.
«El primer balazo me reventó el riñón derecho y me perforó el hígado y la vejiga –recordaría en una entrevista a Infobae–. Otro tiro me atravesó a la altura de la cintura pero no hizo nada. El tercero me destrozó la última vértebra lumbar. No sentía las piernas».
Vuelta a la tribuna
No pasó demasiado tiempo detenido, aunque sí debió permanecer internado durante casi un año. La causa fue caratulada como «robo en grado de tentativa» y a los cuatro meses fue liberado. Al parecer, el fiscal de la causa habría tenido 35 mil razones para decidir la excarcelación, y todas tenían la cara de Benjamín Franklin.
Poco después de haber regresado a la casa de los padres, los viejos compañeros de la «José C. Paz», la facción de la barra quemera que paraba en la plaza homónima, a pocos metros del Ducó, empezaron a ir a buscarlo para volver a la cancha. Locura ya había colgado de un clavo sus años salvajes, pero el amor por el Globo no disminuía.
Eran tiempo en que los partidos se jugaban con hinchas de los dos equipos y Villanueva iba a todas las canchas. Su figura se hizo popular en las populares. Por aquel tiempo sumaría una nueva admiradora, una niña que con el tiempo se convertiría en la reina del pop criollo.

La vecina famosa
Lali Espósito también es de Parque Patricios e hincha de Huracán, y recuerda que salía a la puerta de su casa para verlo pasar: «Era Brad Pitt en silla de ruedas. La persona más linda del barrio –dice la cantante desde un canal de streaming– estábamos todas fascinadas con él. Era un sol, un divino».
Y es que alta facha tenía Locura. Grandote, ojos claros y una simpatía compradora. Derrochaba carisma el tipo. Pero la mirada de Lali resulta entre idealista y naif. Sin embargo, en su último disco, «No vayas a atender cuando el demonio llama» le dedica una canción en la que recupera aquellas fantasías: «Mi sueño mojado es tenerlo encerrado en mi casa / Nunca me alcanza / El jefe del barrio está siempre parando en la plaza / Es una amenaza / Conozco cada cicatriz / Él nunca se olvida de mí / Me tiene tatuada en el pecho como un antibalas / Su chica mala».

Fin del recorrido
Con el tiempo consiguió independencia para manejarse con su silla y se fue a vivir solo. Su padre le conseguía algunas changas… haciendo trámites bancarios. Era más rápido que la mayoría porque no hacía cola. Fue cuando conoció a Coco, una chica que aguantaba los trapos en el Ducó y que había crecido en una familia evangelista. Junto a Coco tuvieron una hija, Mía. Locura cambió los trapos, los fierros y los paravalanchas por pañales y mamaderas.
Pero la muerte, con la que empezó a codearse en la adolescencia, siempre lo estuvo rondando. Una osteomilitis lo puso contra las cuerdas en un par de ocasiones, en una de las cuales estuvo clínicamente muerto.
Finalmente, la huesuda («esa vieja puta y fría» cantaría José Carabajal) ganó, como siempre. El 20 de diciembre de 2024 Locura Villanueva colgó definitivamente los trapos. Se apagó la existencia de un barrabrava redimido por amor… y una bala en la columna.






