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Crónicas al Voleo

Los vuelos nocturnos de Fitzpatrick

Los vuelos nocturnos de Fitzpatrick
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Los pocos transeúntes que deambulaban a eso de las tres de la mañana del 30 de septiembre de 1956 por las inmediaciones de la Avenida St.  Nicholas y la 191, en Washington Heights, (lo que actualmente es conocido como Little Dominican Republic, al norte de Manhattan) miraron hacia arriba entre sorprendidos y patitiesos. El rotundo silencio de la noche había sido desgarrado por el estridente sonido de un motor acercándose.

Esta historia comienza unas horas antes, cuando Thomas Fitzpatrick entró a un pequeño bar para tomar un par de cervezas. Poco tiempo después las cervezas ya eran bastante más de un par y Thomas se había puesto charlatán. Y, como suele ocurrir cuando uno está medio mamado, bastante fanfarrón. Fitzpatrick hizo gala de su condición de piloto de aviones y de haber combatido en la Segunda Guerra y en Corea.

Veterano de guerra

Nacido en el norte de la Isla de Manhattan en 1930, trabajó durante casi toda su vida en una empresa de instalación de calefactores. Pero antes de ingresar en el mundo laboral, Tommy Fitz (tal como lo llamaban sus amigos) había mentido su edad . Así, a los 15 años se enroló en la infantería de marina para servir durante la segunda guerra, destinado a China. Allí aprendió a pilotar aviones.

Cuando en 1950 estalló la guerra de Corea, Fitz estaba en Japón aguardando la repatriación. Pero fue destinado al nuevo conflicto, donde se convirtió en el primer neoyorquino herido en esa conflagración. Según el informe oficial «fue herido mientras conducía un camión de municiones para rescatar a algunos soldados estadounidenses atrapados por el fuego comunista». Por ello recibió como condecoración un Corazón Púrpura, que se otorga  en nombre del Presidente a aquellos que han resultado heridos o muertos en servicio después del 5 de abril de 1917.

Después de la guerra, Fitz se casó con Helen Fratinardo, con quien tuvo tres hijos: Thomas Jr, Daniel y Stephen. También formó parte de diversas organizaciones barriales, comunitarias, religiosas y de ex combatientes. Asimismo se fue aficionando a los bares, lugares en los que solía pasar cada vez más tiempo.

Apuesta de borrachos

Pero volvamos a la madrugada de aquel domingo de otoño de 1956 en el pequeño bar de la avenida St. Nicholas. Tommy y sus contertulios ya habían arribado a la etapa «sabés como te quiero hermano» de la borrachera cuando alguien puso en duda su pericia para volar aviones. Entonces surgió la apuesta.

No trascendió el monto, pero lo cierto es que Fitzpatrick aseguró que podía aterrizar un avión en la avenida. Acto seguido se subió a su auto y recorrió poco más de 15 kilómetros hasta la Escuela de Aeronáutica de Teterboro, en Nueva Jersey. Allí «tomó prestado» uno de los aviones.

Según recordaba años después Jim Clarke, vecino del lugar y testigo del hecho, «la historia cuenta que había hecho una apuesta con alguien en el bar de que podría regresar a Heights desde Nueva Jerseyen 15 minutos. Supuestamente, planeaba aterrizar en el campo de la escuela secundaria George Washington, pero no estaba iluminado por la noche, por lo que tuvo que aterrizar en St. Nicholas».

Vuelo nocturno

El aterrizaje fue absolutamente preciso, lo cual agiganta la proeza si tenemos en cuenta que el piloto estaba borracho, sin ningún tipo de asistencia de tierra, de noche y en una calle no demasiado ancha y con autos estacionados en ambas manos.

Si bien el New York Times calificó el aterrizaje de «excelente» y consideró que se trataba de una «hazaña de la aviación», Fitzpatrick fue acusado de «hurto mayor» y de violar el código administrativo de la ciudad de Nueva York, que prohíbe expresamente aterrizar aviones en la calle. Sin embargo, el dueño del avión retiró los cargos y finalmente Tommy solamente debió abonar 100 dólares de multa.

Sam García, que era un niño vio el avión estacionado en la calle 191, dijo que creyó «que tal vez lo habían traído en camión, como una broma, porque no había manera de que un hombre hubiera aterrizado en esa calle angosta. Si sucediera hoy, lo llamarían terrorista, lo encerrarían y tirarían la llave».

Otro bar, otra apuesta

El hecho rápidamente pasó a formar parte del anecdotario del barrio y del propio Fitzpatrick. El continuó con su trabajo en la empresa de calefacción, su familia y sus periódicas visitas a los bares en busca de algunas cervezas y de parroquianos conversadores. Como era habitual, hacía gala de sus años en el frente, pero ahora también comentaba su audaz aterrizaje nocturno.

Así, sábado tras sábado, Tommy deleitaba a su audiencia con sus anécdotas en Japón y en Corea. Y claro, concluía su «acto» con sus recuerdos de aquella madrugada de septiembre del ’56. Hasta que una noche, en otro bar de Washington Heights, a metros del Highbridge Park, el dueño del local se atrevió a poner en duda la veracidad de sus dichos. Y entonces, salió otra apuesta. «Dame media hora» podría haber dicho Tommy cuando salió a buscar su auto.

De nuevo recorrió los 15 kilómetros hasta Nueva Jersey para tomar un avión prestado y otra vez a volar, borracho, sin asistencia de tierra, de noche y –en este caso– sin licencia (se la habían quitado como consecuencia de la apuesta anterior).

Una vez más el estrépito del motor de un avión destrozó la calma nocturna del barrio pocos segundos antes de que en medio de la avenida Amsterdam, frente a la Universidad Yeshiva, a pocos metros del río Harlem, aterrizara suavemente el bimotor elegido por Fitzpatrick para esta nueva hazaña.

Seis meses a la sombra

De acuerdo a las publicaciones periodísticas, Tommy bajó del avión, se abrochó el saco de su traje gris y se retiró de la escena sin siquiera cobrar su apuesta. Pocas horas después se entregó a la policía y en su declaración narró el desafío con el dueño del bar, tal vez pensando que sería un atenuante.

La motivación alegada por el aviador nocturno no fue muy tenida en cuenta por el juez, que en su fallo expresó que «si lo hubieran sacudido adecuadamente en ese momento, es posible que esto no hubiera ocurrido una segunda vez». En este caso, Fitzpatrick fue condenado a seis meses de prisión por «introducir un objeto robado en el Estado de Nueva York». Para morigerar la condena se tuvieron en cuenta sus antecedentes militares.

Un trago en su honor

Thomas Fitzpatrick falleció en 2009 sin haber vuelto a ponerse al mando de un avión nunca más. En su obituario se hizo referencia a su servicio en la segunda guerra y en Corea, además de sus dos espectaculares aterrizajes en avenidas de Nueva York. Se omitió –con criterio– que lo último lo hizo bastante borracho, no era necesario.

Es difícil entender por qué no se hizo una película con esta historia, pero al menos quedó, para la posteridad un trago que tuvo bastante popularidad en los 70 y 80’s en Manhattan y que incluye licor de café, vodka, Licor Chambord, frutos rojos, clara de huevo batida y almíbar. Salud.

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