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Crónicas al Voleo

Los primeros Simuladores

Hubo varios "robos del siglo". El ocurrido en Santa Fe fue uno de ellos.
Por Germán Tinti

La primavera democrática había dado paso al “infierno inflacionario” al que aludía el Flaco Spinetta en su “Resumen porteño”. El certificado de defunción del “Plan Austral” se firmó en el mismo momento en que el bolsillo fue la respuesta al Ministro que hablaba con el corazón y ya el “Peso Convertible” regía la economía argentina, empatando con fórceps nuestra moneda con el Dólar norteamericano. El Banco Central había salido al rescate de una verdadera marea de billetes de 500.000 Australes, para destruirlos y reemplazarlos por los flamantes de 50 Pesos. Mientras eso ocurría, los papeles de la antigua denominación seguían teniendo validez legal.

Como es habitual para la época, esa mañana del 22 de diciembre de 1992 hacía mucho calor y la humedad era altísima en Rosario. El viejo aparato de aire acondicionado de la oficina de Norberto Schiavetti, gerente del Tesoro Regional Rosario, con su monótono ruido de motor de Rastojero mal mantenido, poco podía hacer contra la columna de mercurio que se mantenía en lo más alto del termómetro.

Los papeles en orden

“Por los inconvenientes por usted conocidos, debido a la falta de billetes de $ 50, el Directorio del BCRA ha resuelto por una situación de emergencia el reciclaje de australes 500.000 para una zona del país”. El fax parecía en orden. El membrete, las firmas y los sellos eran correctos. Y el pedido, de acuerdo a las circunstancias, no parecía descabellado: debía entregar a un grupo de inspectores del Banco Central que llegarían al otro día todos los billetes de 500.000 Australes que tuviera en las bóvedas del Banco de Santa Fe, donde funcionaban las oficinas a su cargo. Schiavetti era un empleado bancario con 30 años de experiencia y sabía que estas cuestiones debían chequearse. Levantó el tubo de su teléfono y se comunicó con la casa central en Buenos Aires. Desde allí le confirmaron lo que ordenaba el fax e insistieron en que debía enviar la mayor cantidad de billetes lo más rápido posible.

“Sí, estoy al tanto, claro… Necesitamos los billetes de 500.000 australes mañana a primera hora, así que mándelos en el primer vuelo que haya. Los inspectores nuestros van para allá, ¿okey?” le contestaron desde el otro lado de la línea. Todo estaba en orden. Había que ponerse manos a la obra. Cuatro empleados trabajaron a revientacaballos para juntar, en tiempo y forma, 600 mil billetes, que todos juntos terminaron en 13 sacas que en un camión blindado prestado por el Banco de Santa Fe, el propio Schiavetti y uno de sus empleados, Hugo Tenaglia, más el chofer y el guardia, llevaron al aeropuerto de Fisherton donde, a las 8 de la mañana del miércoles 23 de diciembre se encontraron con los enviados desde la Capital en el salón VIP de la estación aérea. Los tres inspectores, que se identificaron como Jaime Shell, Alfredo Alberto Acosta y Jorge Raúl Torres, exhibieron sus credenciales y recibieron las 2.100 “balas”, como se llama en la jerga bancaria a los fajos de billetes termosellados. Inmediatamente abordarían un vuelo de Austral a Buenos Aires.

Vuelo demorado

Pero entonces ocurrió un imprevisto: un desperfecto mecánico retrasaba varias horas el vuelo. Según los enviados porteños, no había posibilidad alguna de demorar mucho el regreso, por lo que intentaron alquilar una avioneta a la empresa Flying Car. Finalmente, por el peso del equipaje (650 kg.) debieron ser dos los aparatos. “Me regatearon el precio del flete y les hice una rebaja de 100 dólares”, recordaría después Walter Barreto, gerente de Flying. Arreglaron en 900 dólares con rebaja incluida. Cargaron 7 sacas en una máquina, donde solamente viajaría el piloto, y las seis restantes en la otra, donde pudo subir solo uno de los inspectores para despegar rumbo al aeropuerto de San Fernando. Los otros dos enviados, Shell y Acosta, acompañados por Tenaglia, alquilaron un remís Peugeot 504. Tenaglia debía ir hasta la sede del Central a retirar el comprobante de recepción de los billetes.

Con diversas excusas, Shell y Acosta abandonaron el remis una vez llegados a Buenos Aires y acordaron con el rosarino encontrarse a las 18 en la sede del Banco Central. Tenaglia y el remiseron aprovecharon el tiempo recorriendo la capital del país. En determinado momento se comunicó con Schiavetti para anunciar su arribo con total normalidad. Allí se enteró de todo y se dio cuenta que le temblaban las rodillas.

En ese lapso de tiempo, Norberto Schiavetti había telefoneado a Buenos Aires para avisar que la entrega se había realizado según lo previsto. “¿Qué entrega, cuáles billetes, cómo que 30 millones?” le contestaron –palabras más, palabras menos– desde el señorial edificio de la calle Reconquista.

Un plan minucioso

Encabezados por Héctor “Tito” Rima, que había comenzado a planear el gran robo cinco meses antes, una verdadera organización delictiva montó un gigantesco simulacro para engañar a experimentados empleados bancarios y quedarse con una fortuna casi imposible de rastrear. “Pincharon” el teléfono de Schiavetti para fraguar comunicaciones, falsificaron credenciales, hojas membretadas, firmas y sellos. Según el periodista Ricardo Canaletti, “fue uno de los tantos ‘robos del siglo’ aunque en realidad se trató de una estafa, un engaño ejecutado magistralmente. Cayeron algunos porque un pai umbanda, a su vez informante de la Policía Bonaerense, se enteró por uno de los integrantes de la banda, del golpe que habían dado”.

Del casi medio centenar de detenidos, solamente 12 fueron enjuiciados recién 10 años después. Y nada más que 5 recibieron condenas leves. Tenaglia y Schiavetti fueron absueltos al comprobarse que habían sido víctimas y no cómplices. Se habló de complicidad policial y de empleados infieles, pero la investigación nunca avanzó. Del botín apenas se recuperó una parte mínima. El volumen de dinero robado obligó a las autoridades del Ministerio de Economía a apurar la salida de circulación de los billetes de 500 mil Australes, pero fue una medida más tribunera que efectiva.

“Disculpe, ¿tiene fuego?”

Héctor “Tito” Rima, el autor intelectual, el cerebro, el ideólogo del golpe, se rapó, engordó y se escondió en la ciudad santafesina de Esperanza, donde fue detenido en 1993 con solamente 600 dólares y 760 pesos en su poder. Un año más tarde lo excarcelaron cuando pagó la fianza gracias a un garante falso que puso a disposición un inmueble que no le pertenecía. Cuando volvió a caer la causa ya había prescripto.

No eran Mario Santos, Emilio Ravenna, Gabriel Medina y Pablo Lamponne, pero “Tito” Rima bien podría haber pedido fuego para su habano cuando salió de la cárcel gracias a una fianza simulada.

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