Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
«Yo es que estoy convencido de que Mágico González era mejor que Maradona. Jugaba con ambos pies, no como Diego que era solamente zurdo. Hacía cosas increíbles. Para mí fue mucho más Jorge que Maradona».
Tal vez los pergaminos de Juan José «Sandokán» Jiménez Collar no sean lo suficientemente contundentes para que salga a decir una herejía de estas características. Pero la percepción del exlateral gaditano –que se inició en el Cadiz FC, pasó por el casi (y sin casi) desconocido Jerez Industrial y estuvo tres años en el Real Madrid, donde apenas jugó 49 partidos– coincide incluso con la del propio santo de Villa Fiorito.

El crack salvadoreño
Jorge Alberto González Barillas nació en San Salvador, capital de El Salvador. Era el menor de los ocho hijos que tuvieron Óscar González y Victoria Barillas. Ya de niño transitó los descampados de la capital centroamericana, desde Ciudad Corinto hasta Santa Tecla, y desde San Antonio Abad hasta Colonia Santa Lucía, jugando a la pelota y forjando su clase de crack.
Eran épocas en que las tristemente célebres maras no dominaban la ciudad, y aún antes de que el método represivo de Nayib Bukele pusiera fin al accionar de esas bandas y a todo tipo de garantía ciudadana en El Salvador, con métodos alarmantemente admirados en muchos lugares del mundo.
Comenzó a jugar profesionalmente en el extinguido Club Antel, el equipo de la Administración Nacional de Telecomunicaciones, en 1975. Posteriormente vistió las camisetas de Independiente Fútbol Club de San Vicente y el Club Deportivo FAS de Santa Ana.
Sus actuaciones le valieron la convocatoria a la Selección Nacional que terminó clasificando al Mundial de España de 1982, junto a Honduras. Fue entonces que «El Mago», tal como lo había bautizado el comentarista deportivo salvadoreño Rosalío Hernández Colorado, comenzó a convertirse en «El Mágico».

La transición del Mágico
A pesar de que El Salvador perdió los tres partidos de su zona (10 a 1 con Hungría, 1 a 0 con Bélgica y 2 a 0 con Argentina), el mundo pudo apreciar que Jorge González era un distinto. Inmediatamente clubes como el Atlético de Madrid, el Cádiz y el Paris St. Germain comenzaron a pujar para contratarlo. Finalmente el Cádiz se quedó con su ficha. No tengo pruebas, pero todo parece indicar que las playas gaditanas y el sol andaluz decidieron al crack salvadoreño.
Estamos en la época que en España se denominó la «Transición» que comenzó con la muerte de Franco. Más allá de cuestiones políticas, la gente gozaba de una libertad inédita que en muchos casos se traducían en discotecas que prácticamente no cerraban nunca.
Entonces, González comenzó a destacarse en las pistas de baile tanto (o más) que en el campo de juego. Esa afición se hizo conocida con rapidez entre simpatizantes y dirigentes del Cádiz, pero mientras el salvadoreño rindiera dentro del campo de juego, esos pecados se perdonaban.
Hotel California
En 1984, el Barcelona,–que tenía a Diego Maradona como figura estelar y estrenaba a César Luis Menotti como entrenador– realizó una gira por Estados Unidos. Como el club catalán tenía la intención de contratar al Mágico lo invitó a participar. El Cádiz había descendido a segunda y le permitió realizar la aventura americana.
Apenas pisó el JFK, González se encontró con unos amigos salvadoreños que lo estaban esperando. «Cuando llegó le dijo a Menotti que se iba, que ya llegaría al hotel. Y como no tenía mucho compromiso en esa gira porque no era jugador de la plantilla, se lo permitió» recuerda un ocasional compañero en el equipo culé. Otros miembros de aquella delegación especulan que la transferencia se cayó cuando en un hotel en California sonó la alarma de incendios y los únicos que no evacuaron el edificio fueron González y una ocasional compañera de cuarto.
«Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre –expresó González en una entrevista–. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme».

El compañero cordobés
Alguien que lo conoció bien, porque no solamente jugó con él, sino que compartió departamento, es el cordobés Hugo Vaca, que surgió del desaparecido club cordobés Las Rosas, jugó en Huracán de barrio La France, en Belgrano y en 1978 llegó a España para actuar en el Cádiz. Además de jugador fue técnico y dirigente y actualmente conduce un programa de TV dedicado al club amarillo. En 2019 recibió la distinción de hijo adoptivo de la ciudad gaditana.
«Es un personaje espectacular, que vive en un mundo paralelo al nuestro. Intenta no molestar a nadie, porque tampoco quiere que lo molesten. Creo que es el hombre más feliz del mundo, porque hace lo que quiere, cuando quiere y donde quiere. En Cádiz, encontró la horma de su zapato». Le dijo a la revista digital A la contra, agregando que «A nivel futbolístico estuvo a la altura de Maradona, pero no al profesional. Creo que los genios no saben que son genios o no se dan por aludidos cuando les dices que son genios. Él era el chico más normal del mundo: sano, amigo de sus amigos… Unas veces dormía en mi casa, se ponía ropa mía y nos íbamos al entrenamiento. Al día siguiente, iba a casa de Luque y se dejaba allí mi ropa… Todo era lo que le apetecía en cada momento. Mágico dormía algunas veces en las casas de sus compañeros, pero dependía de donde lo pillara la noche».
El mejor, para los mejores
Después de un breve paso por el Valladolid (media temporada) regresó a Cádiz, pero las cosas no serían iguales. Con la intención de acortarle las riendas a su pasión por la noche, el club acordó pagarle 700 dólares por partido.
En 1991, luego de jugar muy pocos partidos y afrontar una causa judicial por intento de violación por la que debió pagar 4.000 pesetas de indemnización, decidió volver a El Salvador. Allí jugó en el Club Deportivo FAS hasta el 2000, año en que fue convocado por última vez a la selección nacional y en el que decidió retirarse del fútbol profesional.

Uno de los más grandes lo consideraba el más grande. «El mejor jugador del mundo no soy yo, es un loco de El Salvador que juega en el Cádiz y le llaman “El Mágico” González» dijo Diego Armando Maradona en la década de 1980 cuando le preguntaron que se sentía ser el mejor futbolista del mundo. Y en otra ocasión no se quedó atrás: «Hubo otro jugador tan o más grande que Pelé y que yo: Jorge González, un fenómeno. Él es mejor porque yo vengo del planeta tierra y él viene de otra galaxia».
Actualmente, Jorge «Mágico» González reside en su ciudad natal, San Salvador, en la que el estadio nacional lleva su nombre. Tal vez sea –junto a George Best y los Ronaldos brasileños– uno de los máximos representante de esa casta de futbolistas que alquímicamente intentaron (intentan) hacer convivir la pasión por el fútbol y por la fiesta. Sin aceptar jamás que al final son como el agua y el aceite. Puede parafrasearse a Manu Chao cuando canta «si yo fuera el Mágico, viviría como él».


