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Crónicas al Voleo

La pequeña Berlín

La pequeña Berlín
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Siempre resulta emocionante repasar las imágenes de aquel 9 de noviembre de 1989 cuando las ignominiosas placas de hormigón empezaron a ceder ante la presión de un pueblo harto de estar dividido por las sinrazones de la guerra fría. El reciente fallecimiento de Mijaíl Gorbachov, último presidente de la URSS, trajo a la memoria de muchos de nosotros esas noticias que consumíamos con una mezcla de incredulidad y esperanza.

Como hemos cronicado en esta columna (https://www.altagracianoticias.com/el-primer-martir-del-muro-de-berlin/ y https://www.altagracianoticias.com/huir-de-berlin/), la construcción de ese monumento a la opresión cambió radicalmente la vida de los berlineses.

Lejos de Berlín

Pero no fue Berlín el único lugar de Alemania que fue dividido en dos. Finalizada la guerra, los aliados dividen el país en cuatro zonas y establecen fronteras entre cada sector, cada uno de ellos administrados por las potencias triunfantes (Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Unión Soviética). Para establecer el límite entre yanquis y rusos se acordó utilizar, entre otros accidentes geográficos, el breve recorrido del río Tannbach.

Por estas cuestiones decididas en los escritorios de las grandes capitales, una buena mañana los pocos (muy pocos) habitantes de Mödlareuth –un pueblito distante 300 km. al sur de Berlín y a poca distancia de la frontera con Chequia– se dieron que no podían cruzar el río Tannbach, que divide en dos al poblado y que en esa zona es apenas un hilo de agua que puede salvarse con un salto.

Un pueblo, dos estados

En realidad, el muro de Mödlareuth es precedente al de Berlín. En 1954 se levantó una precaria empalizada de madera de casi dos metros de altura, a la que siguió, cuatro años después, una valla de alambres de púas para, finalmente, construir en 1966 un muro de hormigón hecho y derecho, de características similares al que ya lucía la dividida ciudad capital (en ese momento solamente capital de Alemania «Democrática»).

Históricamente Mödlareuth ha sido un caso particular. Desde el siglo XIX esta pequeña comunidad compartía escuela, cuartel de bomberos, estafeta de correos, comisaría y la exigua corriente de agua, pero cada margen del Tannbach pertenecía a un estado regional distinto: Turingia al norte y Baviera al sur. Por este motivo tenían códigos postales, prefijos telefónicos e incluso matrículas de automotores distintas.

La novedad es que, después de la guerra se hizo muy difícil cruzar el río. De hecho, quienes quedaron del lado de Alemania Occidental no pudieron volver a pasar al otro lado del río, en tanto que los Alemania Oriental debían gestionar un permiso especial.

Sentimiento comunitario

«De un día para el otro, los niños de la parte bávara ya no podían asistir a la escuela, ubicada del lado turingio, los agricultores no podían acceder a sus campos, la comunidad fue fracturada», destaca Robert Lebegern, director del museo de Mödlareuth, fundado en 1990.

El pueblo fue rebautizado como la «Pequeña Berlín» (Klein-Berlin en alemán) y su sector occidental se convirtió en una módica atracción turística. Arnold Friedrich, quien fue alcalde de la parte bávara (RFA) en los años ochenta y noventa, recuerda que a pesar de la división «el sentimiento comunitario se mantuvo intacto. La gente se comunicaba de diversas maneras. Cuando en una cuerda de colgar ropa había prendas de bebé azules, eso significaba que había nacido un varón y así los pobladores podían saber lo que pasaba del otro lado».

«Al principio, saludábamos a la gente del otro lado del muro, pero ellos no respondían. Luego, nos enteramos de que tenían prohibido hacernos señas», recuerda Karin Mergner, una agricultora que se instaló en Mödlareuth en 1966 junto a su familia.

Una sola fuga

Según recuerda Ulrich Grünzner, ex guardia fronterizo del sector occidental en la década de 1970, se instalaron «dispositivos de disparo automático con un cable sensor. Eran unos embudos rellenos de pólvora, explosivo y piezas de metal».

El sistema fue letal para los animales que decidían hacer caso omiso a los carteles que advertían del peligro y causaban explosiones que alarmaban a toda la población, especialmente en horas nocturnas. «Sucedía a menudo –cuenta Karin Mergner–. Recuerdo el olor y las columnas de humo».

En todos los años de la existencia del muro de Mödlareuth hubo solamente una fuga con final feliz: la del vecino de un pueblo cercano que logró poner pie en Baviera con una escalerilla portátil que colocó sobre el techo de su automóvil. Una vez arriba, las tropas fronterizas le descubrieron, pero cuando empezaron a disparar, saltó y quedó del lado libre.

La triste historia de Peter

El escritor español Jorge Corrales refiere la particular historia de uno de los principales afectados por la construcción del muro: Peter, que cada día se tumbaba frente al muro. No entendía su existencia y silenciosamente deseaba que desapareciera.

Lo particular de Peter es que era el único toro del pueblo y había quedado del lado administrado por Estados Unidos. No sería tan grave esto si no fuera que las 36 vacas de la comarca quedaron del otro lado.

La situación de Peter, que también afectaba la economía y la alimentación de los pobladores, generó negociaciones entre los gobernantes de ambas márgenes del Tannbach. Los del lado soviético proponen que Peter sea autorizado a cruzar la frontera cada día y dedicarse a lo suyo. Los del sector occidental ni siquiera consideran la opción, están seguros que de este modo el toro no volverá nunca más.

De la mano de la ciencia

Tras mucho debatir, las autoridades deciden echar mano a la ciencia y zanjan el problema apelando a la inseminación artificial. Obtienen el semen del toro y lo trasladan al otro lado del muro. Son apenas unos pocos metros, pero la jungla burocrática convierte ese sencillo trámite en una odisea de siete horas. Técnicamente es la solución perfecta, pero para Peter no es igual. Nunca es igual.

De a poco el caso de Peter comienza a ser conocido más allá de los límites del pueblo y el flujo turístico a Mödlareuth aumenta gradualmente. Hasta el expresidente norteamericano George Bush padre obtuvo su foto con el bovino.

Todo le sale mal al pobre Peter, que finalmente muere poco antes de que el muro sea derribado, sin tener una alegría en décadas.

Una cerveza al otro lado

Finalmente el muro de Mödlareuth también cayó, un mes después que el de Berlín. «Yo siempre decía que quería algún día poder ir a beber una cerveza del otro lado del muro –recuerda Arnold Friedrich– y el 9 de diciembre de 1989, aquello fue una realidad. El sentimiento de comunidad que existía antes del muro permanecía intacto, la gente se echaba en brazos de unos y otros, fue como si la aldea nunca hubiera sido dividida».

Como consigna el periodista Guillem Sans Mora «tantos años después, el este y el oeste de Mödlareuth siguen teniendo códigos postales y prefijos telefónicos diferentes. Los bávaros hablan alto francón, y sus vecinos turingio suroccidental. Los primeros se saludan con “Grüss Gott!” y los segundos con “Guten Tag!”. Pero todos se sienten vecinos del mismo pueblo».

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