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La oreja de Manuel

Por Luis Eliseo Altamira

 

“Acaso un día, carnavaleando airosos con el vino / llenos de sol y harinas y coplas y caballos, / topen un ramo verde de albahaca marchitado / y piensen que yo alegre me coronaba de laureles”, dijo Manuel Castilla por ahí. Quizás haya ocurrido; quizás vuelva a ocurrir, o suceda por primera vez, en el carnaval que se avecina. Quién sabe.

En octubre, noviembre de 1995, viajé a Salta con la idea de hacer un documental con el Cuchi Leguizamón. Lo había entrevistado cuatro años atrás, encuentro del que algún día hablaré, pero ahora padecía la afección cerebral que le haría perder totalmente la memoria y estaba demasiado perdido. Opté por recoger testimonios de personas allegadas a él, como sus familiares, el poeta Miguel Angel Pérez y otros. Fue Moro Leguizamón, el tercero de sus hijos, quién me propuso entrevistar a la Catu Castilla, la viuda de Manuel. Allá fui.

 

Manuel J. Castilla y el Cuchi Leguizamón, casi que no se concebían el uno sin el otro.

Recuerdo la sencillez del frente de la casa y la total falta de recelo con que me refirió el entusiasmo con que su marido (Manuelito, decía) le había hablado de Eulogia Tapia. “En La Poma, Catu, hay una muchacha de una belleza que tendrías que ver”, dijo que le dijo. A ella no le molestaba que su marido le hablara de esa manera de otra mujer, porque comprendía el atractivo que la belleza ejerce en los poetas.

Antes de iniciar el reportaje me sinceré respecto de mi desconocimiento de la obra literaria de Castilla (excluyendo las letras de su cancionero, que conocía en parte) y le expresé mi curiosidad por los Cantos del gozante, un libro de poemas del que el Cuchi había dicho, en un disco que grabó con César Isella, que era una expresión de la alegría de la tierra (precordillerana de Salta y Jujuy). “¡Su vida (la de Manuel) era ese paisaje!”, dijo Leguizamón en aquella oportunidad. “¡Su gozo!”.

 

Juntos. Eternamente juntos en la belleza de cada poesía.

La cuestión es que al finalizar la entrevista, la Catu salió un momento y regresó con un ejemplar intacto de la primera edición de los Cantos…, que tengo a mano en este momento, a la izquierda del teclado. Leo: “Nestor Groppa y Jacobo Regen, poetas y amigos, cuidaron desveladamente estos CANTOS DEL GOZANTE, que José Francisco de Paula Américo Ortiz “Gutemberg” apoyó generoso, publicándolos en San Salvador de Jujuy, al comienzo de la primavera del 72”.

“Qué lindo cuando muera y vengan mis amigos a mirarme los ojos”, empieza uno de los poemas. “Estaré ya lejano, llenas de un sueño quieto mis pupilas. / Tal vez dentro de esa agua / vayan viendo las cosas que yo he visto y amado”. ¿No parece ser la expresión del rostro del Che Guevara muerto la que ha inspirado estos versos? Sigo.

“Ese hongo anaranjado y húmedo pegado en la corteza de este tronco en el monte / es mi oreja y escucho, hasta el más leve, todos los ruidos de la tierra”. La posibilidad de que lo real sea otra cosa que lo que establece la descripción “comprobada” del mundo… La oreja de Van Gogh y la oreja de Manuel. Y continúa: “Si un hachero aplastase distraído esta oreja / tendría una pena como un río de larga, de irme yendo así solo a la muerte. / Pero sigo vivo, mirando cómo pasa rameando la víbora la cola enardecida de su tigre perdido”.

El Mono Villegas ha dicho que Manuel Castilla es uno de los poetas más grandes de la lengua castellana. A veces recuerdo estas palabras, sobre todo cuando releo maravillas como las que acabo de citar. Sé que era vecino de Juan Riera, un anarquista español que había abierto una panadería cerca de su casa. Castilla trabajaba en el diario El Intransigente y un día lo dejaron cesante. Cierta mañana escuchó el timbre y cuando fue a atender, se encontró con Riera, que le traía el pan. Le dijo: “Cuando usted trabajaba en El Intransigente me parecía muy bien que fuera a buscar el pan. Pero ahora que lo han dejado cesante, el que le tiene que traer el pan soy yo”. Tiempo después le hicieron con el Cuchi la Zamba de Juan Panadero, esa que dice: “Cómo le iban a robar ni queriendo a don Juan Riera, que a los pobres les dejaba de noche la puerta abierta”.

Para finalizar, les dejo este famoso poema de Manuel, La casa. Dice así: Ese que va por esa casa muerta / y que en la noche por la galería / recuerda aquella tarde en que llovía / mientras empuja la pesada  puerta. / Ese que ve por la ventana abierta / llegar en gris como hace mucho el día / y que no ve que su melancolía / hace la casa mucho más desierta. / Ese que amanecido, con el vino, / se arrima alucinado al mandarino / y con su corazón lo va tanteando. / Ese ya no es, aunque parezca cierto, / es un Manuel Castilla que se ha muerto / y en esa casa está resucitando”.

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