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La historia del “Negro”, el perro que dejó todo por amor a su dueño

La historia del “Negro”, el perro que dejó todo por amor a su dueño

La historia del «Negro». El amor de un animal por su dueño, a veces supera todo lo que uno pudiera imaginarse. En estos casos, la fidelidad se multiplica a la enésima potencia para convertir una relación hombre-animal en algo que a veces ni la muerte puede cortar.

Historias como la del “Negro” seguramente hay unas cuantas. De tanto en tanto nos enteramos y nos enternecemos escuchándolas o leyéndolas. Han inspirado libros mundialmente famosos, o han terminado en la pantalla grande como argumento de alguna película. Muchas veces, los protagonistas de cuatro patas han merecido una estatua en su memoria. Siempre, han sabido ganarse los corazones de quienes los conocieron y supieron de sus historias.

Pero ésta historia, la del “Negro”, es nuestra. Bien nuestra. Bien altagraciense. Y se escenifica en el cementerio de Alta Gracia. Así, un lugar donde la tristeza le gana a todos, sirve de telón de fondo para un acto de amor incondicional y de fidelidad eterna protagonizado por un perro.

Parte del paisaje

Si uno entra al cementerio municipal, no tardará en encontrarse con él. Con su figura oscura, su paso lento y su mirada triste, el “Negro” aparece y desaparece entre tumbas, nichos y floreros. Pasa por todos lados sin tocar nada. Se mueve como quien lo hace sabiendo dónde está cada cosa y conociendo que nada debe cambiar de lugar.

El “Negro” no tiene un pedigree definido. Al cabo de un rato, uno termina convencido que tampoco le importó mucho nunca, ser producto de una cruza indefinida de razas. Uno entra y allí está. Imposible no verlo en algún momento y que no nos llame la atención su presencia.

Cuando pasa cerca suyo alguno de los empleados municipales, los sigue. Casi parece que escucha y entiende lo que hablan entre ellos. Y por ahí, algo de eso debe haber…

Para conocer algo más de su historia, charlamos con Luis Quintana, uno de los trabajadores que más tiempo llevan en el Cementerio. “Un día lo encontramos adentro del cementerio. Estaba echado al pie de una seputura; nos acercábamos y le hablábamos, pero obviamente ni siquiera nos miraba”.

¿Estamos hablando de hace cuánto tiempo?

“Y… esto habrá sido hace más o menos diez años. Si, por ahí, unos diez años…” De lejos ya se nota que el
“Negro” no es un perro joven. Igual, llama la atención la cantidad de años que tiene esta historia.

“Habrá pasado más o menos una semana desde que lo vimos la primera vez. El perro seguía echado en la misma sepultura de siempre. Su imagen era muy particular, además veíamos que no había comido ni tomado nada en todos esos días, y entonces un compañero le acercó un recipiente con agua y un poco de comida”, sigue narrando Luis. “Se ve que tenía mucha sed y hambre porque por fin se levantó y tomó y comió todo lo que le habíamos puesto”.

A partir de allí nació una relación entre el perro y los trabajadores. “Al otro día, el perro se apareció en la cocina, donde nos juntamos para para desayunar. Le dimos de comer de nuevo y así empezó a hacer todos los días. Se llegaba por la cocina, comía y se volvía para la sepultura de nuevo”.

Así, fue pasando el tiempo, y el perro continuaba con la misma rutina todos los días, solo que con el avanzar de los
meses ya se había hecho definitivamente amigo de los trabajadores. “Cuando llegábamos bien temprano a la mañana para abrir el cementerio, el “Negro” (porque ya había sido bautizado por los muchachos) nos esperaba junto al portón principal, moviendo la cola y haciéndonos fiesta”.

Conociendo su historia

Pasaron unos tres o cuatro años de aquellos primeros días, cuando una mañana entró al cementerio una señora y el perro, al verla, salió corriendo a hacerle fiesta. Sin embargo, la señora lo corría, no quería saber nada con él. “El perro la conoce”, pensamos, pero ella nos negó que fuera así. Total que la señora estuvo adentro, puso flores y el perro siempre con ella. Cuando se estaba yendo, en la puerta la señora me reconoce y me dice: “Te voy a decir la verdad, el perro era mío. El que murió era mi marido y el perro lo seguía todo el tiempo, estaban juntos todo el día. Eramos de Rafael García y al perro lo teníamos atado porque era dañino. Si lo soltábamos y no estaba mi marido, nos comía las gallinas o iba a hacer desastre con los lechones, era dañino”.

No saben cómo se vino, pero el perro, cuando falleció su dueño, estuvo echado todo el tiempo en la puerta de la casa, donde fue el velorio. Nadie se acuerda puntualmente, pero es evidente que el “Negro” acompañó a su dueño hasta su última morada, siguiendo el cortejo desde Rafael García hasta Alta Gracia.


Pero el “Negro” tiene también muchas historias en el lomo. Cuentan los más veteranos que en los primeros tiempos era bastante chúcaro. No malo, pero sí inquieto.

“Tenía un compañero de trabajo que ya está jubilado, que cuando estaba cavando una tumba lo llamaba y le decía: “Negro, cavá”, y el perro iba y cavaba con las manos. ¡Lo ayudaba!”

Las andanzas del “Negro” siguen: “Una vez lo picó una víbora y tenía el cuello todo inflamado. Llamamos al veterinario y los salvaron. A los 15 o 20 días, llegó corriendo con algo colgando. Era otra víbora que lo había picado y que la llevaba prendida en el cuello. Matamos la víbora y otra vez al veterinario, a salvarlo de nuevo. Luego de eso, lo hicimos castrar y se calmó. No era malo, pero era inquieto”.

El Negro no es cualquier perro ni dentro ni fuera del cementerio. “El sale y pasea por toda la zona. Va a la carnicería de Chumingo y le dan comida, o a otros negocios donde él ya sabe que le ponen agua. Ya para los comerciantes y los vecinos del Crucero es uno más del barrio”.

Estuvo echándose en la tumba de su dueño durante muchos años. Se ve que con el tiempo, los restos del difunto fueron quitados del lugar y entonces el “Negro” deambula por el cementerio, pero siempre duerme junto a alguna tumba.

“Cuando llego temprano, tipo 6 y 20 de la mañana siempre me espera en la puerta. Escucha que vengo en la chata y sale corriendo al portón a recibirme”, nos recuerda Luis mientras lo llama y lo acaricia.

El nombre que inicialmente tenía este perro quedó para siempre en el olvido. Desde hace más de diez años, para todos es el “Negro” y forma parte del paisaje de nuestro cementerio. “Acá come con nosotros, todos los días le damos de comer. Sabe que lo cuidamos y nos quiere mucho”, cuentan los muchachos municipales.

El “Negro” terminó ganándose el corazón de todos allá por los extramuros de la ciudad. Trabajadores y vecinos lo conocen y lo reconocen. Se pasea como sintiéndose dueño de un lugar que adoptó como propio por el sólo hecho de ser fiel a su dueño, aún más allá de la muerte.

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