Por Germán Tinti (para Crónicas al Voleo)
Hablemos de Christiania. Naciones Unidas tiene, entre otras tantas cosas, una Red de Desarrollo Sustentable que anualmente, y junto con reconocidas instituciones como la Universidad de Columbia Británica, el Centro de Desempeño Económico dependiente de la London School of Economy and Political Science o la Fondazione Ernesto Illy, publica el World Hapiness Report. Un informe global que clasifica a todas las ciudades de todo el mundo por su bienestar subjetivo. Además profundiza en cómo los entornos sociales, urbanos y naturales se combinan para afectar nuestra felicidad.
Tranquilos, ya hablamos de Christiania… Sigamos: no buscan evaluar si hay mucha gente deprimida o triste, sino identificar qué tan cuidadoso y generoso es el Estado con sus ciudadanos; qué tanta libertad, salud, ingresos y buena gobernabilidad les ofrece. Es decir, una equilibrada mezcla de factores culturales y sociales que benefician a los individuos y al colectivo

Copenhague, la capital de Dinamarca, está acostumbrada a figurar entre los primeros puestos de esta especie de tabla de posiciones de la felicidad. Y no es para menos, toda vez que cuenta con altísimo nivel de vida, educación y salud gratuitos, la inflación no es un problema y la corrupción aparece en las películas pero no en los noticieros. Los aficionados a la buena mesa podrán disfrutar de las delicias de Noma, elegido cuatro veces consecutivas el mejor restaurante del mundo. Allí, por la bagatela de 300 euracos podremos saborear los maravillosos platos que crea el chef René Redzepi.
Comunidad hippy
Justamente a pocos metros de este restaurante, en uno de los sectores más exclusivos de Copenhague, nos encontramos con la puerta de acceso a Christiania, un amplio predio con edificios y galpones que el ejército abandonó a principios de la década de 1970 y desde entonces ha sido ocupado por un grupo de jóvenes hippies pertenecientes al movimiento social Provo, que fundó allí una comunidad libre.

Lo que al principio parecía un arranque pasajero de rebeldía juvenil cumplió ya 4 décadas de existencia y nada parece indicar que tengan pensado mudarse. Sus habitantes se sienten, y así lo expresan, fuera de Dinamarca y de la Unión Europea.
No obstante, el estado danés y el municipio copenhaguense se han ocupado reiteradamente del caso. En 1989 se promulgó la Ley de Christiania, que transfería los terrenos al ayuntamiento de Copenhague, que mantuvo el asentamiento supeditado a una futura legalización y normalización.
Amores y conflictos
Los conflictos entre la comunidad y el Estado son reiterados. Se objeta principalmente la propiedad de la tierra y la libre circulación de algunas drogas. Para lo primero, los christianenses lograron, gracias a donaciones y apoyo por parte de personalidades danesas de la escena artística, recaudar fondos y comprar algunos de los terrenos al estado; lo consiguieron pidiendo un crédito bancario, constituyeron la fundación Fonder Fristaden Christianian. De este modo se dejó de considerarlos ocupantes ilegales manteniendo los terrenos como comunales.

Lo de las drogas generó, y mantiene, la preocupación de las fuerzas del orden. Es que al principio era todo un gran descontrol, con bandas violentas y tráfico de todo tipo de estupefacientes. En defensa propia, los habitantes acordaron con las autoridades el permiso para la circulación de drogas blandas y se encargan de perseguir y denunciar a quienes pretenden comercializar otro tipo de estupefaciente.
Pero no estamos hablando de un grupo de drogones que quieren pasarse todo el tiempo fumando porro. La comunidad tiene sus normas, sus habitantes deben contribuir económicamente para pagar los servicios públicos (provistos por la vecina nación de Dinamarca).
Eso sí, aunque los residentes sean amigables, se trate un barrio bastante tranquilo y cualquiera sea bienvenido, hay que tener muy claro que se deben cumplir a rajatabla las leyes de la comuna: no consumir drogas duras, no llevar armas, no y no buscar peleas. Son sencillas. Y para ellos, la clave de la convivencia.

Las callecitas de Christiania
Su calle principal, Pusher St., es muy concurrida porque allí se consigue la cerveza a la mitad de precio que en el resto de la ciudad (no hay impuestos), artesanías locales y una amplia variedad de flores de marihuana. Turistas y citadinos llegan para aprovisionarse del cannabis y fumarlo en los barcitos del barrio.
Por su parte, la comunidad residente recibe con brazos abiertos a los turistas y hasta vende una guía de la ciudad en algunos de sus comercios por 50 coronas danesas, menos de 1 euro. Pero, a cambio, les pide que cumplan algunas de sus normas esenciales: pasarla bien, no sacar fotos –aunque al parecer esta regla no es tan inflexible– y, sobre todo, no correr, ya que puede crear, según los habitantes, «situaciones de pánico».
De alguna manera, Christiania es un museo a cielo abierto, lleno de graffitis y esculturas callejeras, con casas construidas con materiales reciclados y llenas imaginación y color; las hay de todas las formas, recargadas, grandes, pequeñas, cuadradas, redondas, fijas o móviles.

Futuro incierto
La superficie de esta especie de micro nación es de 34 hectáreas. Las no se pueden comprar ni vender, especialmente porque ni siquiera pertenecen a sus habitantes. De hecho, si alguno de ellos está fuera más de 6 meses, perdería automáticamente el derecho a su casa y esta pasaría a ser ocupada por otra persona. No se permite la circulación de automóviles y por ello el asfalto en las calles no es una preocupación para nadie. Como en el resto de Copenhague el medio principal de locomoción es la bicicleta.
El barrio cuenta con su propio sistema de correo, sus restaurantes (vegetarianos), salas con exposiciones, guardería y tiendas. También se suelen organizar importantes conciertos; sin ir más lejos, en Christiania han actuado artistas y grupos de la talla de Bob Dylan, Alanis Morissete, Blur, Portishead, Green Day, Rage Against The Machine o Eric Clapton.
Sin embargo, y a pesar de ser un claro ejemplo de que la autogestión es posible, una espada de Damocles pende constantemente sobre este curioso barrio del centro de Copenhague. El valor de los terrenos es un tema que siempre está dando vueltas por la zona. No obstante, los obstinados hippies de Christiania resisten y buena parte de la comunidad los acompaña.


