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La Cholita, mucho más que una buena pizza

Bar y rotisería La Cholita, una tradición del buen comer y una sitio de reunión de amigos como pocos en la ciudad.

¿Por qué hablar de La Cholita? Veamos… hubo una vez que en COSAS NUESTRAS publicamos una foto que pretendía resumir aquellos lugares de la ciudad donde los cultores del buen comer solían reunirse en torno a una buena mesa bien servida. Entonces, los lectores opinaron y recordaron (mucho mejor que nosotros, por cierto) los negocios, los bares, restaurantes y rotiserías donde se hacían las más ricas comidas de la ciudad.

Y entre esos sitios, “La Cholita” ocupó un lugar preponderante. Ubicada en el corazón mismo de la Avenida del Libertador, lo necesariamente cerca del centro y todo lo alejado del bullicio que era necesario, este bar y pizzería marcó una época en Alta Gracia.

De pizzas y otros asuntos

Al cabo de los años, los memoriosos te dicen: “era el bar del gordo Gessi”, porque así lo llamaban los amigos al dueño. “Del gordo y la Elena”, dicen otros, sabiendo que ella también tuvo mucho que ver en la historia.

Elena y Hugo, o lo que es lo mismo decir: el corazón de La Cholita

Pero La Cholita fue mucho más que una buena pizza, fue un lugar de encuentro, un paso obligado para muchos y una historia familiar que merece ser contada y conocida por las nuevas generaciones. Para ello, nadie mejor que María Elena, hija de Hugo y Elena, los dueños de La Cholita.

“Ellos eran de Buenos Aires, mis abuelos tenían una casa de veraneo en la calle Bahía Blanca. Mi papá tenía problemas de salud, trabajaba en la zona del puerto y le hacía mal. Acá el clima lo ayudaba. Por eso un día decidieron radicarse en Alta Gracia y poner un negocio. Originalmente fue un almacén en un local chiquito, ubicado al lado de donde luego fue el bar”.

Los primeros tiempos

Había unas pocas latas de mercadería, poco espacio, y mucho empeño por crecer. Era el año 1951, y la historia recién empezaba. De a poco, fue creciendo. El slogan lo decía todo: “La Cholita, chiquita pero bien surtida”. Creciendo, siempre creciendo, el negocio fue progresando, y se necesitaba más lugar. A fines de los sesenta, Hugo y Elena compraron el terreno lindero, donde construyeron el nuevo local. Nacía así el bar y pizzería que haría historia en Alta Gracia. “Las pizzas las hacía mi papá, artesanales. Una vez compró una máquina sobadora, pero nunca le salieron igual a como las hacía él, y la dejó de lado”, cuenta María Elena. De entrada, fue pizzería y bar. Allí se podía encargar para llevar o bien sentarse a pasar un lindo momento en sus mesas, atendidas, entre otros, por “Pichi” Gómez, uno de los históricos mozos que tuvo nuestra ciudad.

Para todos los gustos

Pollo al spiedo, pizzas, helados de San Remo, rotisería, bar y… unos inolvidables chopps que se servían bien helados. “Cuando mi papá puso el chopp, en el local había un sótano y había instalado una serpentina. Se tiraba arriba, pero la cerveza estaba en el sótano. Imaginate en verano… en el centro hacía calor. El bar estaba en la avenida, que era abierta. A veces había mesas hasta en la calle, todos aprovechando el fresco”, recuerda María Elena.

El Gordo Gessi era el alma del lugar. “El que cocinaba era mi papá; mi mamá se levantaba temprano a limpiar con dos señoras más, porque mi papá se acostaba tardísimo, cuando cerraba a la madrugada. La mañana era para los desayunos y la venta de algo de fiambrería. A la tarde crecía la clientela y a la noche funcionaba el bar a pleno”. Los veranos era un paso obligado para quienes iban o venían del río. Lugar de encuentro después de los partidos de fútbol de barrio, y de cena para grupos de amigos. Eran tiempos de botellas de vino de litro, que venían en esqueletos de alambre y se servía en pingüinos.

Ilustre clientela

Barón Olsina, el Dr. Carignani, la familia Bonfigli, el Maestro Piantoni “era una familia muy cercana siempre a nosotros”, los Salas, los Alonso, los Capcias… nombres de habitues de La Cholita a lo largo de los años.

Pero no solo de ir a sentarse un rato se trataba. Encargar una pizza y pasarla a buscar un rato más tarde era una sana costumbre de aquellos años. Las fotos que comparte María Elena son todas unas postales de época. El patio con sus cajones de vino, los envases de Terma Cola, los sifones… Todo ello en un patio que también tuvo su historia.

Porque allí se reunían grupos de amigos o de compañeros de trabajo a festejar eventos en torno a una mesa. Al respecto, recuerda María Elena: “venían, por ejemplo, los empleados del banco y una vez por mes hacían asado en el patio. Recuerdo a Camurri, a Aguirre, a Dall Orso. Venían muchos, también los casineros que cuando terminaban de trabajar a las 3 de la mañana, venían a comer al bar antes de ir a sus casas. Pero no solo los casineros, también gente que venía a jugar y encargaban comida para cuando salían a la noche».

Empleados y amigos

Del lado de atrás del mostrador, hubo mucha gente digna de recordarse. Como Don Casado, el primer pizzero que trabajó junto a Gessi. O como Rubencito González, o César Arce, Julio Prada (que trabajaba en el Ferrocarril y además era mozo; “él decía que se parecía a Julio Sosa”), o como el ya mencionado Pichi Gómez, que una vez se cayó por la escalera del sótano… junto a ellos algunos pibes que aprendieron la profesión en La Cholita, mientras con Hugo compartían trabajo y diversión, sobre todo en verano cuando el Gordo se los llevaba al río en la camioneta.

Es que ese fue el espíritu que reinó siempre en La Cholita; se convirtió en un lugar de encuentro más allá de ser un bar como otros. Hoy, en el local funciona una fiambrería, propiedad de Leandro, nieto del Gordo. La Cholita funcionó hasta 1976 de la mano de la familia Gessi; con ellos, se fue una mística especial que sin dudas dejó una marca entrañable en la ciudad.

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