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Jochen y Piers

Jochen y Piers
Por Luis Eliseo Altamira

Hablábamos con Diego de Conesa, el bar que Irene Castaño tiene en la calle San Lorenzo. Yo le decía que es un reducto de aspirantes a prosapia y él, que estaba equivocado.

– Nada más alejado. ¿Vos lo conocés al Ara Grigoryan??

– Sí, claro…

Se refería a un tipo de rostro oscuro y expresión violenta, rabiosa, también desesperada, que pasa calle arriba o vereda abajo de la Belgrano en su bicicleta, siempre en otro ritmo, en otro tiempo, raudo…

Diego buscó en su teléfono una foto en la que aparecía en la barra de Conesa con el rostro sereno, despejado, la actitud abierta. Otra persona. En la foto estaban también Diego, Irene, el padre Antonio Alcoriza, la Negra Melina Fernández y dos tipos de los que me llamó la atención uno que era idéntico, pero idéntico, a Jochen Rindt.

– Este tipo me hace acordar a Rindt – le dije.

   – ¿A quién?

   – A Jochen Rindt,  un corredor de la fórmula 1.

   – ¿Jochen, dijiste?

   – Sí.

   – Este también se llama Jochen….

   – ¿En serio me decís? Lo único que falta es que sea austríaco…

   – ¡Es austríaco! – exclamó Diego, alegremente extrañado por la doble coincidencia.

Volví a mirar la foto. Le conté que Rindt, muerto en un accidente durante las pruebas de clasificación del gran premio de Italia de 1970 (cuatro carreras antes de que finalizara aquella temporada), había terminado siendo el campeón, dado que nadie logró superar los puntos que había alcanzado hasta entonces.

Le conté también que, dos años antes de aquel accidente, Rindt había venido a Alta Gracia, a correr la segunda carrera de una temporada de Fórmula 2 europea que se hizo en nuestro país, en el mes de diciembre. Fueron cuatro en total: el primero en el Autódromo Municipal de Buenos Aires; el ocho en el Oscar Cabalén, de Alta Gracia; el quince en el Zonda, de San Juan, y el veintinueve nuevamente en Buenos Aires.

Unos días antes de la carrera en el Cabalén, comenzaron a llegar al Sierras Hotel, de Alta Gracia, muchos de los pilotos. Yo tenía por entonces doce años y, contagiado por la fiebre automovilística que imperaba en la ciudad (Oreste Berta, el director del equipo IKA Torino que había salido campeón de TC el año anterior, vivía acá), compraba todas las semanas las revistas Automundo y Parabrisas Corsa; razón por la cual conocía los rostros de aquellos corredores.

Provisto de una libretita Norte y una birome, salí a la caza de autógrafos acompañado por un amigo que me daba coraje para encararlos. Conseguí que Rindt me firmara cuando se aprestaba a subir a un Chevrolet 400 verde metalizado, estacionado frente al casino del hotel. Reconocí en la penumbra de los pasillos del Sierras al mexicano Pedro Rodríguez, oculto tras unas gafas oscuras, el pelo engominado, enfundado en una acolchada campera azul con un logotipo de Good Year. Vi, bajando por la calle de tierra que pasaba por el costado de la cancha de tenis del parque del hotel, a un sonriente Joseph Siffert (llevaba una campera impermeable amarilla con la inscripción PORSCHE en la espalda y garuaba…). Lo juro por Dios.

*

El caso es que me disponía a contarle a Diego algo de lo que me tocó ser extrañamente testigo por aquellos días, cuando alguien me llamó al celular por algo urgente. Quedamos con Diego en encontrarnos en Conesa, para que me presentara al tal Jochen.

Fui esa misma noche. Después de presentarme a Irene y a los que estaban de la barra, Diego dijo:

– Esta mañana, mostrándole a Manuel esa foto en la que estamos todos, me dijo que Jochen es idéntico, pero idéntico a un campeón mundial de la fórmula 1, también austríaco, que se llamaba Jochen y que estuvo en Alta Gracia, años atrás.

– Bastantes años atrás… – precisé.

Los de la barra me miraron con interés.

– Y me pareció que estaría bueno que se conocieran – agregó.

– Sí, pero van a tener que esperar un poco, entonces – interfirió Irene -. Porque Jochen se volvió a Europa.

– ¿Cómo que se volvió a Europa?

– Sí, anteayer.

Ahí me enteré que el tal Jochen venía todos los años a Alta Gracia, a pasar una temporada con un amigo inglés. Diego me instó entonces a contarles la historia de Rindt.

– Que es el único campeón… Post… ¿Cómo es?

*

Acababa de explicarles lo de campeón post mortem, cuando la Negra Melina, intrigada por la semejanza física, me dijo:

– Estaría bueno que viéramos unas fotos, ¿no te parece? Si vos decís que es igual…

Busqué fotos de Rindt en el Google. Ahí estaba, con el buzo antiflama, los ojos de mongol, la nariz como aplastada por un puño, la boca breve, siempre despeinado, mirando a la cámara o abstraído: en el podio del Gran Premio de Inglaterra de 1970 con Nina, su mujer; acostado sobre la carrocería de su Lotus 49, charlando con Jackie Stewart; dentro del auto con el casco puesto (había una del Lotus 72 después del accidente).

Los de la barra estaban estupefactos.

– ¡Es Jochen! – dijo uno.

– Sí, no puede ser que no sea él…

– La misma cara de viejita… – dijo Diego, señalando la foto de tapa de una biografía titulada Uncrowned King.

– ¿Y en ésta? – agregó Irene – Fíjense la manera de sostener el cigarrillo… Entre el medio y el anular…

Yo estaba fascinado. Busqué videos para ver las reacciones que podía provocar el Rindt en movimiento. Puse un documental de la D W. Las imágenes lo mostraban chiquito; en un Volkswagen blanco con el que corría antes de sacar el carnet de conductor; en Indianápolis y en las 24 horas de Le Mans, que ganó en 1965; a su hija Natasha, con más edad que la que él tenía en el momento de morir; trabajando como notero para una cadena de televisión austríaca (aparecía hablando, micrófono en mano, en los boxes de Monza).

Un periodista se refería a los accidentes que se sucedían por entonces en la Fórmula 1; otro contaba que Rindt le había dicho, después de firmar para Lotus: “Con Lotus puedo ser campeón mundial o puedo morir”.

– Fueron las dos cosas… – deslicé.

– Y nunca nos dijo ni una ni la otra…  – agregó el padre Alcoriza.

Lo dijo sin una pizca de ironía. Los demás asintieron, consternados.

– Pero, ¿cómo les iba a decir? – dije, queriendo traerlos a la realidad.

Nadie me respondió. Las imágenes mostraban ahora el accidente que tuvo en el circuito de Montjuich, del que salió vivo de milagro (“Solo se rompió la nariz y sufrió una conmoción cerebral”,  dijo la locutora. Solo…) y el de Monza, en el que se le partió un eje de freno antes de llegar a la curva Parabólica (el coche pasó por debajo del guardrail y el volante se le clavó en el pecho. Murió al llegar a la enfermería).

Al final aparecía la viuda recibiendo la copa de campeón del mundo de manos de Jackie Stewart.

*

Todo lo que no sabíamos de él… – dijo la Negra Melina.

– ¿Cómo de él? – pregunté con una sonrisa.

Fue como quién oye llover.

– Alguien habló de una combinación de carácter y talento, ¿no? – dijo Irene.

Y agregó:

– Tales sus virtudes.

– Sí, un tipo divertido, afable – acordó el padre Alcoriza.

– Y muy seguro de sí mismo – agregó Diego -.  ¿Se acuerdan de cuando fuimos al primer paredón, a ver Alta Gracia desde las sierras?

Todos asintieron con admiración. Diego empezó a contarme:

– Fuimos en un Falcon que él tiene para andar por acá.

¿Qué él tiene?, pensé. Pero no dije nada…

– Cuando entramos a la parte de tierra del camino, empezó a hacerlo derrapar de una forma… Lo llevaba hasta el límite del trompo y de allá regresábamos, rameando en dirección contraria con una suavidad, una elegancia…. Me acuerdo que el Antonio, que venía como desmayado en el asiento de atrás, dijo: ´Eso es delicadeza´.

– A mi me encantó la parte del documental en que aparecen los mecánicos empujando el auto y él detrás, caminado tranqui, con las manos en los bolsillos… – dijo Melina.

– Sí, despreocupado, encantador… – asintió Irene.

– ¿Y cuando para al tipo de la seguridad para que deje pasar al camarógrafo que lo viene filmando? – apuntó Ara.

– Sí, esa irreverencia con las normas, ¿no?

 – También, teniendo un abuelo que es dueño de una fábrica, no vas a andar por el mundo pidiendo permiso….

– ¿Pero de que Jochen están hablando? – pregunté, no pudiendo contener ya la indignación.

– Y se sigue vistiendo igual, ¿vieron? – continuó Melina, ignorando olímpicamente mi pregunta.

– Sí, la misma onda sesentista – acordó Irene -. El y Piers.

– ¿Piers? ¿Quién es Piers? – pregunté.

– El inglés que anda con él.

*

Me acordé entonces de lo que estaba por contarle a Diego cuando me llamaron al celular. Algo de lo que me tocó ser extrañamente testigo por aquellos días, dije. Fue así: la carrera en el Oscar Cabalén la ganó el italiano Andrea de Adamich, quien repitió en el Zonda, de San Juan. Para la última, que se iba a correr el 29 de diciembre en Buenos Aires, había un intervalo de quince días.

Por entonces se comentaba que muchos de los pilotos se habían hospedado en el hotel Llao Llao, de Bariloche, y que algunos habían vuelto a sus países de origen, para regresar pasada la navidad. Digo esto porque una mañana en la que estábamos con mis amigos en la vereda del bar El Turista, vimos, subiendo por la Pellegrini, a pie y en contramano, tirando sendos carritos de golf y conversando animadamente, ¡a Jochen Rindt y Piers Courage!

¿Estarían parando en el Sierras Hotel? Seguramente. ¿Se quedarían a vivir en Alta Gracia? Ya acariciábamos la posibilidad de tenerlos como vecinos… El hecho fue que no los volvimos a ver. Courage ganó en Buenos Aires y la temporada de Fórmula 2 llegó a su fin. Pero hubo una coincidencia extraña, insondable, que fraguó dos años después…

Courage, conduciendo un De Tomaso Cosworth, perdería la vida en el circuito de Zandvoort, mientras disputaba el gran premio de Holanda de 1970. Menos de dos meses antes de la muerte de Rindt.

*

Busqué fotos de Courage en el Google. Las imágenes me mostraron a un hombre dulce, a la vez que pícaro y perspicaz. La frente ancha, el cabello ondulado, los dientes prominentes, el mentón estrecho, solo o con otros corredores o con su hermosísima mujer, lady Sarah Curzon. ¿Habría fotos con Rindt? Puse Rindt al lado de la palabra Courage en la ventana del Google y me aparecieron cinco fotos (¡había una en la que estaban jugando al golf! (en otra se lo veía a Rindt con el casco de Courage puesto…).  

Sentí que las imágenes no solamente me confirmaban que sí, que era Courage la persona con que lo había visto a Rindt aquella mañana, sino que, además, me estaban mostrando hasta dónde llegaba aquella amistad

Le mostré estas fotos a Irene,  preguntándole:

– ¿Ese que está con él es Piers?

– Sííí… – susurró.

Y agregó:

– No puede ser…

Le pedí a Diego que me mostrara la foto de los de la barra. El tipo que aparecía al lado de Jochen, que era Piers, era idéntico a Courage…

*

Al día siguiente Irene me llamó para decirme que el apellido que figuraba en el papel donde Jochen le había anotado su dirección era Graz, no Rindt, y que le había enviado una carta preguntándole si él y Piers habían sido pilotos de la fórmula 1.

Tiempo después llegó la respuesta. Transcribo una parte de la misma: “Sí, nosotros corrimos en la fórmula 1, y, como dice el amigo de Diego, estuvimos en el Sierras Hotel de Alta Gracia, al que volvimos después de la carrera de San Juan porque, como vos sabés, Alta Gracia nos encantó”.  En la carta le explicaba también que, después del accidente, había sustituido su apellido Rindt por Graz, en homenaje a la ciudad adonde había ido a vivir con sus abuelos, después de que sus padres murieran en un bombardeo durante la segunda guerra mundial.

Al finalizar le decía que pensaban volver con Piers para fines de septiembre. Los estamos esperando. Tengo un montón de preguntas para hacerles.

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