AG Noticias
Crónicas al Voleo

Escenografía de guerra

Escenografía de guerra
Por Germán Tinti (Especial para AGnoticias)

El ataque que las fuerzas armadas japonesas perpetraron el 7 de diciembre de 1941 contra la flota norteamericana estacionada en Pearl Harbor tuvo como consecuencia, además de casi 2.500 muertos, el ingreso formal de Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial. Pero también provocó en buena parte de la población norteamericana una paranoia colectiva ante la posibilidad de que se reiteraran los ataques nipones. Si ocurrió una vez, bien podría ocurrir de nuevo.

Y medio que el cagaz… temor que evidenciaban los ciudadanos, especialmente los de la costa oeste, no era zonzo. Menos de tres meses después del ataque a la base naval de Hawaii, durante la madrugada del 25 de febrero de 1942, sonaron las alarmas antiaéreas de Los Ángeles (https://www.altagracianoticias.com/la-batalla-aerea-de-los-angeles/). En esa oportunidad se atacó al supuesto atacante y la 37ª Brigada de Artillería costera disparó unos 1.400 proyectiles que no dieron en el blanco… porque no existía tal cosa.

Bombas sobre Ellwood

Y si bien la canción de Albert Hammond asegura que hay quienes dicen que nunca llueve en el sur de California, en aquellos días nadie que viviera en la zona hubiera podido confirmar tal afirmación. Porque días antes de la falsa alarma, llovieron proyectiles sobre el campo petrolero Ellwood, ubicado a pocos kilómetros de Santa Mónica. Desde el mar, un submarino japonés capitaneado por Kozo Nishino descargó buena cantidad de artillería sobre el parque industrial. Afortunadamente los artilleros del Kozo no estaban en una buena tarde y casi toda la munición nipona fue a parar a una playa desierta.

La posibilidad de que Estados Unidos sufriera nuevos ataques en su territorio era, evidentemente, cierta. Por eso, el Comandante en Jefe de Defensa Occidental, John L. De Witt, encomendó al Coronel John F. Ohmer la nada sencilla tarea de proteger todas las instalaciones estratégicas de la costa oeste.

Un Oscar para la defensa

Y es que el complejo industrial bélico norteamericano de la costa del Pacífico ofrecía a los cañones japoneses una buena cantidad de blancos de fácil ubicación. Además, algunos de esos centros eran de vital importancia para el futuro de los Estados Unidos en la Segunda Guerra, fundamentalmente en lo que se refiere a la industria aeronáutica. Por caso, en Burbank –Gran Los Ángeles– había importantes instalaciones de Lockheed, a poca distancia del centro urbano, mientras que en Seattle funcionaba una gigantesca planta de Boeing.

Contrariamente a lo que se hubiera podido suponer, Ohmer no recurrió a expertos en armamentos y en defensa antiaérea. El tipo, que además de milico era fotógrafo y mago aficionado, se fue a Hollywood. Allí visitó los principales estudios cinematográficos (MGM, Disney, 20th Century Fox, Paramount y Universal) y reclutó un batallón de ingenieros, escenógrafos, pintores, paisajistas, carpinteros y expertos en iluminación, encabezados por John S. Detlie, un afamado escenógrafo de amplia trayectoria y que en 1941 había ganado el Oscar como mejor director de arte por su trabajo en el musical Bitter Sweet.

Barrios de cartón, autos de goma

La misión de este particular ejército era darle a los enormes hangares y galpones de los establecimientos fabriles, empezando por la Lockheed, el aspecto visual de apacibles barrios residenciales o pequeñas comunidades rurales. Sobre la fábrica montó un decorado que a la distancia ofrecía un realismo indiscutible. Había coches de goma fabricados especialmente por la Goodyear que eran movidos diariamente para mejorar el engaño, árboles y plantas falsas construidos con alambre y cubiertos de plumas pintadas de verde para proporcionar una textura de hoja; conductos de aire camuflados como bocas de incendio; edificios, granjas y silos que eran simples estructuras de madera. Los grandes decorados de la pantalla de plata se trasladaron a lo largo de la costa oeste para defender a la nación.

El efecto visual era excelente. Mirado desde la altura (mucha altura: diez mil metros) no había forma de sospechar que aquellas primorosas casitas, esas prolijas veredas y las plazas llenas de árboles no eran más que un decorado de cartón piedra.

Pero la apuesta era grande, como grande era la inversión económica y muchos más grandes los perjuicios si el engaño llegaba a fallar. Por eso, Ohmer convocó a algunos miembros del Departamento de Guerra, completamente ajenos al proyecto (que, como puede deducirse, era top secret) para que sobrevolaran el área e intentaran localizar la planta de la Lockheed. Ninguno fue capaz. El trabajo había sido un completo éxito.

Good bye Japón

La Lockheed, entonces, se convirtió en el primer ítem de una importante lista que incluyó otros complejos y plantas aéreas: North American Aviation en El Segundo, Vultee en Downey, Northrop en Hawthorne, Consolidated en San Diego y Douglas Aircraft en Long Beach y, como se dijo más arriba, el enorme complejo de Boeing en Seattle.

La batalla de las Midway, los primeros días de junio de 1942, dieron por tierra toda intención japonesa de continuar incordiando en la costa de los Estados Unidos sobre el Pacífico. Por este motivo se decidió suspender el plan de camuflaje de complejos estratégicos.

Sin embargo las siete locaciones intervenidas por Ohmer y su tropa mantuvieron el camuflaje en sus edificios hasta la finalización de la guerra. «Terminó la guerra y la aviación nipona nunca llegó a aproximarse a la Costa Oeste, así que esos monumentales disfraces nunca llegaron a ser testados. Aunque muy probablemente funcionarían porque eran formidables, como se ve (no se ve, en realidad) en esta imagen –escribe el arquitecto y divulgador cultural español Pedro Torrijos León–. Las ciudades de Ohmer se desmantelaron en el 46 y varios de sus restos se repartieron entre los empleados que habían trabajado en las plantas durante la guerra. Quizá querían un recuerdo de cuando montaron sobre sus cabezas un decorado de Hollywood para engañar a las bombas».

nakasone