Del archivo de Cosas Nuestras, rescatamos a Elías López. Otro de los bellos personajes de nuestra ciudad capaz de reunir en un recuerdo, en un poema, en una canción a aquellos que fueron escribiendo la historia de los barrios de la ciudad. Todo comienza con un pensamiento en voz alta que Elías dejó en nuestro grabador:
“Cuando volví del todo al barrio, me paraba en el patio, miraba los cerritos chicos y me pegaba en la cabeza… ¿será cierto que me vine del todo? ¿será cierto que estoy acá?, lo hacía con la emoción de volver a lo que uno ama”. Don Elías López, desde lo alto de sus 83 años, recordó de esta forma el día que volvió a su pago chico; allá a su Villa Oviedo natal, luego de 31 años de ausencia.
Y es que la tierra de uno siempre tira y la nostalgia la mantiene firme en la memoria, pero claro, no es lo mismo. Volver… volver es otra cosa, y aquel día, Elías había vuelto a sus primeros amores. Al amor de sus años niños, de su juventud en los bailes en lo de Almada, de las achuras que iba a buscar al Matadero, de sus partidos con la camiseta de Ferroviario…
Hay barrios con historia, y la zona sur de Alta Gracia tiene un aura especial, forjada a necesidad y trabajo duro. Barrio de cuerpos cansados que encontraban los fines de semana el aire que faltaba en las canteras.
“Cuando yo era chico, barrio Sur terminaba en el arroyo y todo esto para acá era Villa Oviedo”; acá vivíamos, estudiábamos, trabajábamos, nos poníamos de novios y enlazábamos amistades para toda la vida”.
Un pibe de barrio
Elías López nació en 1937; tiene ochenta y tantos años bien vividos, muy transitados, y con mucho por contar. A lo largo de sus ocho décadas, hizo de todo. Fue Marino, trabajó en la vieja IKA Renault, se especializó en una empresa en Buenos Aires, y hasta tuvo un pequeño comercio.
Es una persona enamorada de su vida, de su gente; capaz de reflejarse en el paisaje que lo rodea, mimetizarse con él, y describirlo en poemas como pocos podrían hacerlo. Hablar con Elías es una de las hermosas tareas que tiene esto de andar recolectando historias por la ciudad. En cada frase trasluce su amor las pequeñas cosas, y las lleva a poesía… Como aquella donde le canta a su querido Villa Oviedo…
Tus calles polvorientas
Los cruces en las vías
Murmullo en la escuelita
Sendero de ilusión
El canto de las ranas
La pista en Don Almada
Los tiros en el Cerro
Retumban en mi emoción.
Historias personales
Elías tiene su historia personal jalonada por mojones ineludibles. El Matadero, los bailes, María su esposa y gran amor de su vida, la música, el trabajo en Buenos Aires siempre soñando con volver y el barrio, siempre el barrio.
Hablando de amores: “Con María nos pusimos de novios en un baile en Colón, cuando estuvo Donato Razziatti. Fui con un amigo, y del otro lado de la pista, estaba ella. Por supuesto, con la madre porque así lo dictaba el “reglamento” de aquellos tiempos. En el descanso de la orquesta, cuando ponen grabaciones, me quedo solo y la veo: la flaquita me seguía mirando. Empezó a sonar un pasodoble, y me ahí fui: la cabecee, y me asintió. Fue ahí que empezamos. Estuvimos cinco años de novios y llevamos 58 casados”, cuenta Elías López mirando con amor a su esposa.
Epocas de aprovechar a pleno los bailes. “En Banfield, en La Patricia, y junto a la laguna, que era un sitio a la orilla de la vía donde desembocaba el agua del Cerro y de las calles. Ahí al frente, había un bolichito pobre, de mala muerte, que hacía bailes. Usaban sol de noche para alumbrar y ahí andaba el dueño, meta darle bomba a los faroles”, cuenta Elías, y sigue con la anécdota: “Había de todo tipo de bicho, sapos, ranas, renacuajos, que de noche casi no podías escuchar lo que se hablaba del ruido que hacían, por eso le quedó “el baile de las ranas”.
Y fue futbolero…
Crecer en Villa Oviedo y no ser futbolero es casi un imposible, y Elías de joven jugó en Ferroviario: “A veces salía de la fábrica de hacer extras, me pegaba un baño y me iba a la cancha. Ferroviarios tenía una hinchada brava, sobre todo las mujeres; no era fácil ir a jugar ahí. No tenía más que dos hilos de alambre”.
Compartió equipo con el Cabra Pereyra, el Rata Cortez, el Gringo Cortez, Powell, que era supervisor en las canteras del Cerro, el Cabezón Núñez, el Tronco Rodríguez… todos nombres “ilustres” del viejo Villa Oviedo.
Amar la tierra
Solo aquellos que aman verdaderamente lo que los rodea serán capaces de reflejarlo en sus actos. Y este es el caso de Elías, a quien siempre le tiró aquello de la música y la poesía. Con cariño y con chispa, como en aquel gatito escrito sobre el Matadero:
Allá atrás del matadero
Un negro salía chupado
Se pasó una damajuana
Después de haber churrasqueado
Se afanó una parrillada
Mientras carneaba un novillo
le sacó hasta la mistuna
con un pedazo de librillo.
«Aprendí de tanto ver»
“La música siempre me gustó y de puro tonto nunca aprendí a tocar la guitarra. Tenía un hermano mayor que tocaba, el “Negro Papa”, que trabajaba en el Correo y jugaba a las bochas en Colón. Desde que me fui de acá, compré una guitarra, y nunca se me dio por ir a aprender. Lo que sé, lo aprendí de tanto ver y escuchar a los que saben y pude ponerle música a algunas de mis poesías”, cuenta Elías mientras busca en su cuaderno otro poema.
Volver, siempre volver
Treinta y un años estuvo Elías en Buenos Aires, soñando con volver un día. Regresó en 1991, para darse cuenta que su barrio tanto, no había cambiado. “El barrio tira, son muchos años. Acá en la zona, la Chola tiene casi 90, yo tengo 83 y no sé cuántos más puede haber de esta edad. Saco la cuenta y siento que tengo el primer número”. (risas)
Por eso hablar con él es sinónimo de barrio, de calles de tierra, de cuestiones del pasado que parecen estar aún presentes.
O recuerda al Rubio Chávez, el popular “yuyero” de la ciudad: “Era un viejo que vendía yuyos. Todos los días iba a las 6 de la mañana ya estaba en la sierra, juntaba todo tipo de yuyos medicinales y luego iba casa por casa, con dos canastos, vendiéndolos. Cuando iba a las sierras le encargaban ranas, que traía y también vendía. En el bar Los Mineros, había un cuadro donde estaba el Rubio Chávez pintado por Leo Rugani”, recuerda.
Y así van desfilando historias, personas, anécdotas que tendrán la frutilla del postre cuando Elías comience a hablar del arroyito de Alta Gracia, y nos lea lo que para él escribió.
El Señor del Arroyo
Al momento de hablar de este tema, a Don Elías López como que le brillan los ojos. Es que son tantos los recuerdos, tantas las historias y los momentos vividos, que no puede existir otro sentimiento más que el amor hacia aquello que alguna vez nos ha hecho felices. Recuerda el Puente de la 24 de setiembre “que en realidad se llama Padre Buteler, y fue inaugurado en 1946, más o menos”, la gran crecida del 52, y por supuesto, los balnearios donde sacarse de encima el calor de los veranos. “Al arroyo lo conozco desde chico, pescando y bañándome. Nos bañamos en Las Campanitas, cerca del puente 24. También un poco más arriba, en la Bateíta; o en el Pozo Moro, allá cerca del Ancla, donde ahora solo quedó una gran piedra, no era un pozo muy grande pero era profundo”.
Imágenes de barrio
Se hace complicado no seguir hablando sobre sus recuerdos: el Matadero, la sirena del Cerro, los obreros subiéndose a la zorra yendo y viniendo de la cantera, la escuelita Yrigoyen “donde salí mejor alumno cuando me recibí”, de la Señorita Lili Guinjoan…
Por ello, tal vez lo más acertado sería cerrar este trabajo con algunos de los versos que Elías López le dedicó al arroyo…
Arroyito de Alta Gracia
Yo te llevo en mi memoria
Tu cauce lleno de historia
Me rebalsa el corazón.
Al nombrarte mi emoción
Se despliega en mi camino
Aquí te puso el destino
Para adornar mi ciudad
Y disfrutar la amistad
De tu lecho cristalino.
Arroyito de Alta Gracia
Milenario caminante
Que vas paseando arrogante
En tu curso rezongón
A tantas pruebas de amor
Le pusiste musiquita
Y adornás con lucecitas
Que la luna te regala