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El Padre Viera, nuestro Cura Gaucho

Durante más de cuatro décadas, el Padre Domingo Viera fue mucho más que el cura de la ciudad.

El Padre Viera, Silvano Domingo Viera, nació el 16 de julio de 1910 en un paraje perdido de las Sierras Grandes llamado San Antonio, en las inmediaciones de Villa Cura Brochero. Fue Cura Párroco de Alta Gracia durante casi 40 años. Fue convocado para reemplazar a otro “prócer” católico de estos pagos, como fue el Padre Buteler. Hoy, elegimos traer su historia de vida, directamente de los archivos de notas de COSAS NUESTRAS

Domingo Viera, desde que llegó a Alta Gracia dejó atrás su documento de identidad y para todos fue y será “el Padre Viera”. Así, a secas, que no hacía falta el nombre de pila para acercar feligreses a la iglesia. El “Domingo” quedó para los amigos íntimos, a quienes trataba de “vos”, pero no se animaban casi a tutearlo.

El Padre Viera no fue un cura más. Como sacerdote se animó a hacer lo que otros no hacían; en tiempos que la iglesia se aferraba a su status divino, él decidió que bajando a la tierra era donde estaban quienes lo necesitaban. Y a eso se dedicó gran parte de su vida.

Cura, a veces médico, amigo de asados y ginebras, buen jugador de taba y mejor jugador de truco; supo poner coloradas las mejillas de varias damas con sus chistes subidos de tono y dejar con la boca abierta a los chicos con sus trucos de magia.

Silvano Domingo Viera fue quien bautizó, casó y dio la comunión y la confirmación a generaciones de altagracienses. Fue parte activa de una ciudad que fue creciendo alrededor de una iglesia que atesoró hasta el último aliento de su vida.

Humilde origen

De raíz campesina, Domingo nació en el paraje de San Antonio, entre llanos y lomadas, al oeste de Villa Cura Brochero. Huérfano de padre desde los 9 meses,  la vida lo llevó a ser pastor de ovejas junto a sus siete hermanos. Conoció la crudeza, pero a la vez la paz de la vida del serrano, realizando a diario sus tareas. Su madre, apenas una joven todavía, quedó a cargo de los ocho hermanos: Angel Rafael, Margarita Luisa, Vicente, María Teresa, Filomena, Miguel Horacio, Griselda y él, Domingo.

Y en el campo, los trabajos de sol a solo no faltaban si se quería sobrevivir. Esa vida le enseñó a ser un hombre de a caballo, a saber enlazar, domar y –sobre todo- a aprender que en los silencios profundos de la montaña se podía hablar con Dios.

El llamado divino

Habrá sido tal vez por ello, o porque el espíritu del Cura Brochero (que siendo Domingo un bebé iba a dar misa a su casa), lo cierto es que antes de cumplir 16 años preparó su valija y con toda la fe, viajó a Córdoba. Un viaje directo al Seminario, donde estuvo estudiando once años.

“Viajé solo, en los antiguos Nash de siete asientos de la empresa “El Petizo”. Al llegar a Córdoba, hacia el mediodía, pararon en Av. Vélez Sarsfield 539 y como el chofer no encontró el timbre de la puerta interior bajó del auto mi colchón y mi valija y tranquilamente me dejó en la puerta de calle”, relató el momento el propio Padre Viera en sus memorias.

Once años y algunos meses estuvo en el Seminario, hasta que el 18 de setiembre de 1937 recibió de manos de Monseñor Fermín Laffite la Ordenación Sacerdotal. Aquel día estuvo presente su mamá, quien fue la primera persona a quien Domingo Viera le diera la Sagrada Comunión.

Tras él se cerraban las puertas del Seminario y se abrían los caminos de la provincia…

Su llegada a Alta Gracia

Su primera misión sacerdotal fue la Parroquia de Santa Rosa de Río Primero. Allí estuvo cuatro años. Luego, en 1942, fue nombrado Cura Párroco en San Agustín. La parroquia comprendía más de la mitad del Departamento Calamuchita. Desde el filo de la Sierra Grande hasta San Agustín y buena parte del llano. Fue cuando comenzó a tomar contacto con el Padre Buteler, Párroco de Alta Gracia, a quien terminaría reemplazando el 9 de enero de 1949.

Con Pancho Torillo, uno de sus grandes amigos.

Comenzaría a escribir la historia con su propia letra, metiéndose de a poco y definitivamente en el alma y el corazón de la gente de Alta Gracia que, católicos o no, practicantes o no, lo tuvieron como confesor, guía espiritual y, sobre todo, como amigo. Una amistad forjada a fuego con el doctor, con el gaucho, con el serrano, el abogado, el comerciante, el trabajador, el obrero y el político. Porque Domingo Viera no fue un cura más, créame. Razón tuvo Monseñor Laffite cuando lo designó y le dijo: “con tu sencillez vas a ser igual o más que tus antecesores”. Y así fue.

Valores como la abnegación, el desinterés y la entrega total durante casi cuatro décadas marcaron su paso por estas tierras. No hubo persona que lo haya requerido que no hubiera atendido. De día, de noche. Acá o en las sierras profundas. A pie, montado en su mula, en un viejo auto, como fuera, el Padre Viera acudía a ellos con su palabra de aliento, su simpatía y su buen humor.

Líder terrenal

Domingo Viera fue el creador del Club El Ateneo (luego cine), impulsor del desarrollo educativo de la ciudad con El Obraje y la escuela San Vicente de Paul: gestor de movimientos eclesiásticos como la Acción Católica, el movimiento católico de juventudes y Mallín, o la creación de los Exploradores de San Tarsicio. Además, fundó capillas como las del Buen Pastor en barrio Córdoba o la barrio General Bustos.

Fue respetado por todos porque siempre respetó a todas las personas sin preguntar por su credo, su color político o su condición social.

El cura de a caballo

O mejor dicho, de a mula. Porque con la “Cotocha”, un animal que un amigo serrano le había regalado, recorrió cientos de veces las soledades de la montaña para ir a dar misa, o para visitar a un enfermo que lo requería tal vez al filo de las sierras grandes.

A lomo de la «Cotocha», recorriendo la sierra.

Innumerables fueron sus historias de viajero incansable acompañado por el silencio de días enteros recorridos a paso de mula o caballo hasta llegar a su destino. Cruzando arroyos y ríos crecidos, aguantando fríos terribles y vientos cortantes. Cura gaucho, viajero incansable conoció como nadie en esa época los más perdidos rincones de las sierras.

Sus correrías de a caballo terminaron en octubre de 1975 cuando se hizo impostergable una operación de cadera y nunca más pudo montar. Pero no por ello iba a dejar de viajar para visitar a sus feligreses. Un viejo Ford 1929 atado con alambre lo llevó y lo trajo por los caminos de Dios durante los siguientes años de su apostolado.

En el año 1986, fue jubilado por el Arzobispado y se retiró de la Parroquia, recibiendo la capellanía de las Hermanas del Huerto, camino al Valle de Buena Esperanza. En su jubileo, seguiría siendo protagonista de eventos religiosos y sociales, porque siempre era demandado, requerido, convocado. Amado, hasta sus últimos días.

Un millón de amigos

El Padre Viera tuvo cientos de amigos en Alta Gracia. Aquel “Cura de las miguitas”, como le llamaban los chicos por sus trucos de magia se granjeó la amistad de muchos. Amigos que impulsaron que en 1988 fuera declarado “Ciudadano Ilustre de Alta Gracia”, y “Jubilado del Año”.

Año 1989, bendiciendo la II Edición del Encuentro Anual de Colectividades.

Personas que siguieron rindiendo culto a su amistad, como Pancho Torillo, que al día de hoy siente que sus ojos se ponen cristalinos cuando lo recuerda. O como el Dr. Dino Carignani, que fue su médico personal; como Alfredo Laniado, dueño de una imperdible anécdota con el cura. O como los Moreschi, o los Rossi, o los…. Todos eran amigos del Cura. Y aprovechaban cada cumpleaños para renovar esa relación. “El padre Viera se hizo cargo de la Capillas de Falda del Carmen. Mi viejo propuso que le dieran de comer al cura una vez en cada casa. En mi casa comía el 10 de julio y en lo de Rossi el 15, justo el día de su cumpleaños. Desde el 53 o 54, el Padre festejó su cumpleaños en lo de Rossi, junto a sus amigos en Falda del Carmen”, cuenta Pancho Torillo.

El cura de las anécdotas

Historias del Padre Viera, miles. Rescatamos una que lo pinta de cuerpo entero, contada por Torillo: “Una vez estábamos a la taba los de Falda del Carmen contra los de Alta Gracia. Era para una Navidad. Tira el Padre Viera, saca al que estaba al lado mío y agarro la taba yo. Tiro, y yo tengo la mala costumbre de gritar “¡Me cago en el cura”!, tiro la taba y la clavo y se cae… entonces él agarra la taba y empieza a hacerla jugar en la mano y tira. Le pasa exactamente lo mismo que a mí y dice: “Si vos te cagás en el cura, yo me cago en el Obispo”. El tema es que estaba Primatesta atrás de él. Y ni lerdo ni perezoso, lo miró y agregó: “Este no se ríe, rebuzna”.

O la otra, también narrada por Pancho: “Junto a Américo Moreschi, Pedro García, la Yoli Guardabassi, el Yito, lo llevamos en helicóptero al Champaquí. Le alquilamos el helicóptero a Berta y lo llevamos a dar misa allá. Había una viejita que nos había pedido que lo quería ver al Padre Viera antes de morir. Era pleno cerro, ahí estaba la casa de ella, la escuela y la capilla, todo lo que hay. Si en algo le falta viajar para dar misa, era en helicóptero”.

Así, rodeado siempre de amigos, fue su vida hasta el final de sus días.

En la segunda edición de Colectividades, fue convocado para bendecir la fiesta. “Yoly Guardabassi me dijo que había que llevarlo al Padre Viera. Lo llevamos en una volanta. Llegamos con la volanta y varios más a caballo. Subió al escenario y nos dijo: ´Che, ninguno se saque el sombrero, porque yo voy a hacer la bendición con el sombrero puesto´. Carlos Franco andaba a las señas en el escenario pidiendo que nos quitáramos los sombreros, y nosotros, nada”, recuerda Torillo.

El Cura campechano

El Padre no era de quedarse callado. No lo fue cuando tuvo que defender la iglesia en la época del peronismo duro, ni cuando se juntaba a jugar a los naipes con los amigos. Y esa franqueza lo llevó a ser querido por todos, quienes veían en él más que un sacerdote, a un hombre más. “Tres condiciones que tiene que tener un hombre para ser un buen cura: tener 300 pesos en el bolsillo, a 300 kilómetros la familia, y 300 botones en la bragueta”, solía decir Viera.

El padrecito le hacía a la ginebra, al vino tinto y al fernet. Nadie mejor para matizar asados o sobremesas de naipe. Al vaso le echaba 3 cuartos de fernet y le ponía coca. Cuando andaba mal del estómago, se tomaba una copa de fernet puro. ¡Cómo no lo ibas a querer, si era uno más del pueblo!

El reposo del guerrero

Luego de tantos años en la Parroquia, como dijimos, lo jubilaron y se fue a vivir junto a las Hermanas del Huerto. Allí, las anécdotas seguirían, en una convivencia que no fue sencilla. Sus amigos lo iban a buscar y la monja encargada del lugar, protestaba: “No le voy a prestar la llave, porque ustedes lo llevan a comer un asado, se pasa de copas y luego se olvida que tiene que dar misa”, ante la risa de todos los presentes, Viera incluido.

Ultimos deseos del Padre Viera, donde pide ser enterrado en Falda del Carmen.

Pero poco a poco se agotaban las baterías de este cura que había roto todos los moldes y así se ganó a la gente. Ya bastante antes de fallecer, dejó por escrito su deseo de ser enterrado en la capilla de Falda del Carmen.

Su luz se apagó 10 de febrero de 2004. En silenciosa y triste caravana, su féretro se llevó en caravana hasta Falda del Carmen, donde actualmente yace en el descanso eterno.

Tenía 93 años vividos a pleno, Domingo Viera cuando dejó su vida terrenal. Este hombrecito nacido en plena montaña, pastor de ovejas, cabras y almas, que no llegaba al 1,60 metro de altura, se iba dejando una huella imborrable en todos lo que lo conocieron. Y transformando su figura y su acción en un capítulo ineludible de la historia de Alta Gracia.

En el atrio de la Capilla de Falda del Carmen descansan los restos del querido Padre Viera.

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