Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
A Baker Street se la conoce mundialmente porque en el 221b solía residir el afamado detective Sherlock Holmes según las populares novelas creadas por Sir Arthur Conan Doyle. Poco más de cuatro décadas después, Baker Street volvió a ganar las primeras planas de los diarios londinenses.
A principios de septiembre de 1971, cuando «La naranja mecánica» seguía llenando cines y los Rolling Stones volvían a sorprender con «Sticky Fingers», desconocidos ingresaron en la bóveda de la sucursal de Lloyds Bank ubicado en la esquina de Baker y la carretera A501, a poco más de una cuadra de la propiedad que habitaban Holmes y Watson.
Ondas de radio
La crónica debería comenzar cuando Robert Rowlands llegó a su casa de Wimpole Street, a pocos metros del Regent’s Park una tarde de fines de agosto de 1971. Empleado público y radioaficionado, solía pasar sus noches persiguiendo conversaciones anónimas y fugaces frente a un vetusto aparato de radio.
Así estaba aquella noche, aburrido porque una vez más no aparecía nada interesante en el éter. Estaba considerando seriamente la posibilidad de apagar los equipos e irse a dormir cuando –poco después de las once de la noche– escuchó algo que le llamó la atención. Dos personas cuyas voces no pudo identificar hablaban de un robo, un gran golpe que estaban preparando y a punto de perpetrar.
Sin mucha convicción llamó a la policía. No tenía más datos que dos personas que bien podrían estar bromeando a ver si alguien entre las ondas radiales se los tomaban en serio. Comentaban qué harían con el dinero que les tocaría y se insultaban socarronamente entre ellos. La respuesta del operador policial fue, de alguna manera, la que esperaba: un tanto desganado tomó los datos y le agradeció su compromiso ciudadano.
La policía se moviliza… un poco
Sin embargo, Rowlands siguió escuchando y la conversación le pareció cada vez más creíble, por lo que tres horas después volvió a llamar a Scotland Yard y esta vez el agente que lo atendió vio indicios de que lo que le decía este radioaficionado era creíble, al menos para dar una vuelta. Y eso hicieron.
Tras escuchar los diálogos entre un individuo que trabajaba con otros en la excavación de un túnel hacia la cámara acorazada de un banco, mientras otro miembro de la banda, emplazado como vigía en un edificio cercano, el inspector a cargo mandó un patrullero con dos agentes para «pasear» por un total de 170 sucursales bancarias ubicadas en un radio de 15 km. del domicilio de Rowlands.
La idea era que los presuntos implicados vieran pasar el móvil policial e hicieran algún movimiento que los delatara. O al menos que el sujeto que estaba de campana le avisara a sus compinches. Así podrían saber cuál era la sucursal que estaba a punto de ser robada.
La única certeza que arrojó el operativo fue que los ladrones trabajaban únicamente los fines de semana. De hecho, el móvil se estacionó unos minutos frente al Lloyds de Baker Street, pero quiso la casualidad que el encargado de vigilar el movimiento de la calle se había ausentado por unos minutos para comprar un sandwich. Poco después de que los policías se habían retirado del lugar, la radio volvió a hablar: «Por aquí sigue todo tranquilo, muchachos».
Un plan eficaz… pero no tanto
La planificación del golpe la había comenzado Anthony Gavin, un criminal de carrera, que se inspiró en «La liga de los pelirrojos», un cuento de Sherlock Holmes en el que los delincuentes hacen un túnel hacia la bóveda de un banco desde el sótano de una tienda cercana. Gavin y sus colegas alquilaron Le Sac, una tienda de artículos de cuero a dos puertas del banco. Para no llamar la atención trabajaban solamente los fines de semana para construir el pasadizo subterráneo que los llevara a la bóveda.
Finalmente, el sábado 11 de septiembre llegaron hasta su objetivo. Oficialmente se informó que los cacos se habían llevado 500.000 Libras Esterlinas, pero off the record se reconocía que el monto podía ser el triple, sin contar lo que se llevaron de las cajas de seguridad. A plata de hoy, estamos hablando de unos 45 millones de Euros.
Pero si bien la tarea de planificar el robo fue minuciosa, los ladrones no tuvieron tanta precisión para cubrir sus huellas. En primer lugar, el local de la peletería fue alquilado con el nombre real de uno de los miembros de la banda: Benjamin Wolfe, un peletero de 66 años con antecedentes de robo. Caído Wolfe, llegar a los demás integrantes de la banda fue pan comido. En poco más de un mes ya habían caído Wolfe, Gavin, Reg Tucker y Thomas Stephens. Continuaron buscando a otros miembros de la pandilla, incluida una mujer, durante cinco años, pero no se realizaron más arrestos. Gavin, Tucker y Stephens fueron condenados a doce años de prisión; Wolfe recibió una sentencia de ocho años, por su edad.
Benditas teorías conspirativas
El golpe dejó, además de un tendal de dueños de cajas de seguridad perjudicados, algunas teorías conspirativas. Una de ellas indica que uno de los participantes del robo aseguró en varias entrevistas que en una de las cajas de seguridad se toparon con un libro de contabilidad. Y allí, anotaciones de sobornos a diversos miembros de la policía metropolitana realizados por un mafioso involucrado en el negocio de la pornografía ilegal. Aunque nunca se probó la existencia de aquel cuaderno, se produjeron una serie de sonadas renuncias entre conocidos cargos policiales de dudosa reputación en los meses siguientes al robo.
Otro rumor es que una de las cajas de seguridad contenía fotografías comprometedoras de la princesa Margarita y el actor y criminal John Bindon. Desde ámbitos gubernamentales se refirieron a la historia como «una tontería alegre». Un tercer rumor es que la pandilla descubrió fotografías de un miembro del gabinete de ministros conservador abusando de niños y las dejó para que la policía las encontrara, pero no se tomó ninguna medida.
Nunca se supo a ciencia cierta cuanto dinero se llevaron los ladrones. Lo cierto es que del millón y medio de Libras estimado, solamente se recuperaron poco más de doscientos mil. Alguien, seguramente, disfrutó de los dividendos del trabajo de Baker Street.