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Crónicas al Voleo

Del Canario y la crónica policial uruguaya

Del Canario y la crónica policial uruguaya

Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Washington «Canario» Luna fue un cantante de murga uruguayo nacido en el barrio montevideano de Villa Española, centro de referencia de la colectividad ibérica en la capital oriental; el mismo que fuera hogar del gran Obdulio Varela.

Washington «Canario» Luna

Canario. Proveniente de una familia humilde, desde niño Washington trabajó como canillita, lustrabotas y vendedor de lotería. A los 12 años comenzó a participar en murgas barriales y a subirse a los tablados. En sus inicios artísticos integró una comparsa llamada «Guerreros Africanos», y participó en diversos grupos de humoristas como «Negros Melódicos» y «Jardineros de Harlem». Integró las murgas «Los Pichones de Antaño», «Los Saltimbanquis», «La Milonga Nacional», entre otras. Alcanzó la fama con la murga «Falta y Resto», de la cual fue uno de los fundadores a principios de la década de 1980. Fue, durante décadas, un verdadero referente de la bohemia de Montevideo y con el paso del tiempo se convirtió en un artista de culto, sea lo que sea que signifique esa expresión.

El «Canario» obtuvo fama internacional cuando grabó una de las grandes creaciones de Jaime Roos. «Brindis por Pierrot» convirtió a Roos en uno de los músicos más populares del Uruguay y a Luna en la voz icónica del carnaval.

La canción describe y recorre distintos personajes y situaciones del mundo carnavalero, la política, el boxeo y la bohemia de la ciudad como una representación típica de las conversaciones de boliche. Asimismo hace referencia a su propia angustia, soledad y muerte. Jaime Roos describe la canción como un «himno a la bohemia», que describe como «vivir un poco jugado, en el límite, sin retaguardia y muy expuesto a la soledad, la enfermedad y la muerte».

En su letra, el poeta hace referencia a una serie de hechos delictivos que conmocionaron al Uruguay en la primera mitad de la década de 1960 y que con el paso del tiempo se fueron convirtiendo en hazañas icónicas del imaginario popular, pasando de las páginas policiales a los ámbitos sociológicos y culturales.

«Ahí está Martincorena escuchando esta canción»

La fría y ventosa mañana del 12 de julio de 1961 cuatro hombres se bajaron de un taxi (que los esperó en doble fila y con el motor en marcha) en la rambla portuaria y la calle Colón, frente al local de «Cambio Paganini» en la zona portuaria, frente a la actual terminal de la empresa Buquebús. Cuatro hombres con medias en la cabeza y armas en mano se bajaron del coche de alquiler. Uno de ellos, Evelio Viñas, se quedó de «campana» y los otros tres ingresaron en la casa de cambio.

Rápidamente, Mincho Martincorena, el Negro Viñas y Nicanor Noguera redujeron a los dos empleados, abrieron la caja fuerte y  rápidamente se hicieron de unos 80 mil pesos en billetes de diversa nominación y procedencia.

Parecía que el golpe había sido preciso, rápido y limpio. Pero cuando el cuarteto estaba abandonando el lugar de los hechos acertó a pasar por el lugar un patrullero de la división Hurtos y Rapiñas que pasaban en su recorrida portuaria. A bordo iban el oficial Pedro Píriz Pereyra y los agentes Ruben Do Reis y José María Blanco. A los uniformados les llamó la atención el taxi estacionado en doble fila y con el motor encendido, así que se detuvieron a averiguar. Fueron recibidos con una andanada de disparos que no pudieron repeler y los tres agentes del orden murieron acribillados.

Cacería en la ciudad

Este era el segundo asalto de una seguidilla que se producirían en menos de 20 días llevado a cabo por lo que los pesquisas creían (y estaban en lo cierto) era una misma banda integrada por uruguayos y argentinos. El primero había sido un golpe en una sucursal del Banco de Crédito y el último se produjo una semana después, cuando tres personas desvalijaron de un millón de pesos a un empleado de la Dirección Impositiva.

La policía montó una verdadera cacería y uno a uno fueron cayendo todos los integrantes de la banda, algunos se entregaron, otros fueron sorprendidos en medio de una orgía y detenidos cuando huían desnudos por la calle, otros se resistieron y fueron abatidos.

El último en ser acorralado fue Carlos Basilio Myccio «Mincho» Martincorena que durante un tiempo pudo esquivar las redadas que le pisaban los talones hasta que la noche del 5 de agosto fue rodeado cuando se escondía en la vivienda del canchero del club Salus en el barrio Nuevo París. Pretendió resistirse a una numerosa comisión policial que le había pedido que se entregue. Salió de la vivienda disparando pero no llegó demasiado lejos. Una lluvia de plomo le cayó encima. Los forenses retiraron 34 proyectiles de su cuerpo.

«¿Qué será de los porteños ocupando el Liberaij?»

Marcelo Brignone, Carlos Alberto Mereles y Roberto Dorda habían llegado a Montevideo a fines de 1965. Huyendo de la policía de la provincia de Buenos Aires tras un asalto en la localidad de San Fernando que había terminado con tres muertos. Los delincuentes se llevaron la totalidad del dinero de los sueldos de los empleados municipales.

Al principio los tres argentinos habían llevado una vida tranquila en el margen oriental del Río de la Plata; hacían fiestas, iban al casino y sobornaban a policías para que los dejaran tranquilos. Pero todo terminó cuando en circunstancias que nunca fueron del todo aclaradas asesinaron a un agente. Las cartas vinieron malas y debieron buscar un aguantadero. Un «colega» les consiguió  el departamento 9 del Liberaij, un edificio de tres pisos en el barrio Sur.

Lo que nunca imaginaron los argentinos era que a pesar de sus precauciones, su ocasional «cicerone» los entregaría a la policía. A las 10 de la noche la calle Julio Herrera y Obes, donde se encuentra el edificio, se convirtió en un hervidero de patrulleros y agentes. Confiados por haber salido de situaciones difíciles en el pasado; y envalentonados por el alcohol y la cocaína, los delincuentes hicieron caso omiso de los pedidos de rendición.

Plata quemada

Entonces se desató una feroz batalla entre los porteños (que contaban con un verdadero arsenal) y la policía, que duró unas 16 horas. Finalmente Brignone, Mereles y Dorda fueron abatidos. Antes mataron a dos agentes. Cuando la policía ingresó al departamento 9 encontró un panorama aterrador, los tres cuerpos estaban desfigurados por la cantidad de balas que habían recibido. Sin embargo, Mereles aún respiraba y lo hizo un par de días más, hasta que murió en el hospital Maciel.

Antes de caer, los argentinos quemaron los 15 millones de pesos que conformaban el botín que intentaron defender con sus vidas. Según el informe policial, en el departamento solamente había dos pistolas. Nunca se supo nada del arsenal que utilizaron para resistir 16 horas el asedio de cientos de policías.

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