
Antes de compartir la nota valen algunas aclaraciones. Eduardo Eschoyez es una de las voces y de las plumas más inspiradas que tiene el periodismo deportivo cordobés. Con amplia trayectoria a cuestas, hoy es uno de los comentaristas y columnistas de Radio Suquía, de Córdoba.
Pero Eduardo, además de periodista, fue futbolista. Arquero, más precisamente. Con físico privilegiado para el puesto, ganas, talento y mucha pasión defendió varias camisetas del fútbol local. Y entre ellas, la de Deportivo Norte, allá por 1985 cuando el club jugaba entre los grandes de la Primera División de Liga Cordobesa.
Y allá por ese año, Daniel Willington tuvo un fugaz paso como técnico del Deportivo Norte. Pero no por fugaz fue intrascendente (Daniel nunca pasaba desapercibido). Y por ello, en esta nota publicada hoy en la web de Radio Suquía, Eschoyez hace una referencia a aquel tiempo en Alta Gracia. La compartimos con ustedes:
El crack que te desarmaba
Daniel Willington cambió de equipo: dejó de ser el 10 de los veteranos para ser el 10 de los eternos. Su recuerdo ofrece una interminable colección de anécdotas. Tanto en el juego, donde fue un superdotado, como en el humor que le quitaba dramatismo a todo.

De reojo, Daniel Willington miraba a la platea sin entender quién lo insultaba así, como una ametralladora, mientras adentro de la cancha el equipo que dirigía no redondeaba una idea y la pasaba mal. Su presencia, su historia mítica, la simpleza de su mensaje y la certeza de que al fútbol primero se juega y después se corre, no eran suficientes. La derrota de local era un puñal que lastimaba su corazón, pero fundamentalmente, su honor. Confiaba en los jugadores, pero el panorama estaba oscuro.
Afuera, abrazado al alambrado como si quisiera comérselo, un tipo sub 50 tímido para la dieta, con la cara redonda y muy colorada, le dedicaba el diccionario de insultos. Lo trataba de inútil, ladrón, burro… Una y otra vez. Cada ataque que fracasaba mientras el tiempo pasaba y la derrota 0-1 no se modificaba, era como nafta premium para el insultador: la cara se le ponía cada vez más roja, como si fuera a explotar de la bronca. “Willington inútil”…
Al ratito, el Daniel mete un cambio: entra “Cama Rota”, también conocido como Alfredo Cuello, un delantero picante, medio loco y un poco distraído. Al plateísta no le gustó esa decisión y arremetió con “Willington no sabés nada”…
Un cigarrillo después, “Cama Rota” desparramó al 3 de los otros. Le mintió al 6 con una jugada profunda que terminó siendo un enganche hacia adentro y metió un zurdazo terrible allá arriba: golazo. La cancha del Deportivo Norte de Alta Gracia se vino abajo: entre el griterío y los abrazos de oferta, el Daniel asomó el cogote desde sus casi dos metros y buscó el contacto visual con aquel dogor colorado que lo había maltratado tanto, hasta que lo encontró: “dale, decime algo ahora, cara e’pizza sin queso”.
¡Cómo habrá sido de quirúrgica esas dosis de humor en defensa propia, que lo que era el festejo del gol pasó a ser una risa generalizada con gente yendo al piso! Así era él: te dejaba desparramado cuando jugaba o indefenso, con las rodillas derretidas, cuando decía esas cosas.
Daniel Willington era de todos. Un poco de Santa Fe, donde nació, pero sobre todo de Córdoba. De los orgullosos hinchas de Talleres que lo vieron meter los primeros goles y ponerle la pelota en el pecho a sus compañeros hasta los sorprendidos habitantes del mundillo de Buenos Aires, donde los hinchas del fútbol lo abrazaron desde la admiración y lo agendaron como “cordobés”.
Jugaba donde quería y hacía lo que imaginaba, moviendo un físico imponente en función de la creatividad y el ingenio. Sus frenos, cabeza levantada y pases milimétricos ridiculizaban a los que concebían el juego desde la discreción del roce y el sudor: “mis jugadores tienen que jugar a la pelota” decía, mientras movía el cubito de hielo en el vaso con el que brindaba con amigos. Le bajó la espuma a los discursos pretendidamente académicos para devolverle al futbolista su naturaleza de barrio, de potrero. Creía en el pase más que en los videos; se enamoraba de la pausa cuando en ella germinaban las jugadas que permitían crecer.

Le tocó ser parte de esa maravillosa cadena de jugadores fuera de serie surgidos en Córdoba, que más tarde continuaron Daniel Valencia, el Pato Gasparini, la Pepona, Salvador Mastrosimone, el Pato Laciar ¡¡y tantos más!!. Fue embajador de nuestro fútbol y nuestra cultura: así como nunca mezquinó una buena jugada y estuvo cerca de ir al Mundial del 66, Willington regó el camino con conceptos simples que mejoraron a muchos de los muchachos que aprendieron a su lado, adentro del campo.
Ser entrenador ya no le gustó tanto y se abrió temprano, repelido por un sistema en el que no siempre se contrataba a los mejores. Dirigió a varios equipos. Entre ellos, el Vélez de sus amores y el Talleres de su corazón, al que ascendió en 1994 junto con José Trignani. También condujo al Deportivo Colón (fusión de Avellaneda y Escuela Presidente Roca) y Deportivo Norte, que le permitieron compartir sus conocimientos en escenarios más austeros, pero con la misma pasión.
Por eso, hoy y siempre, la presencia del Daniel es una sonrisa. Inspiraba eso. Hablaba serio de táctica y rompía el hielo de la charla previa al partido con un chiste que nadie podía resistir. Como aquella vez que los jugadores de Talleres se quitaban la ropa para ir a la ducha y vio venir a uno de ellos desnudo, con “algo” que le llamó la atención: “eh, a esa ponele botines también”. Las risas retumbaron en barrio Jardín, porque es así como lo vamos a recordar.
El crack inolvidable, el gigante con corazón de niño. El 10 que cambiaba los partidos con un ratito de su calidad y era capaz de alegrarle la vida a la gente con su uniforme de héroe de pantalón corto. Que su duende vuele alto y nos ayude desde el infinito y más allá, para que el fútbol vuelva a ser una fiesta de todos.






