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Crónicas al Voleo

Balada del pistolero

Balada del pistolero
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

William Henry McCarthy había nacido en Nueva York en 1859. Hijo de inmigrantes irlandeses, prácticamente no conoció a su padre, William Bonney, y por eso siempre llevó el apellido de su madre, Katherine McCarthy, quien desempeñó diversos trabajos, desde mucama hasta prostituta, antes de que –después de que su marido desapareciera– decidiera largarse de aquella ciudad que todavía no era la «Gran Manzana» y sumarse a las caravanas de pioneros que cruzaban buena parte del continente para conquistar el lejano oeste. Primero se establecieron en Kansas City pero al poco tiempo volvieron al camino hasta llegar a Silver City, en Nuevo México. En el interín Katherine, a quien habían diagnosticado tuberculosis, formó pareja con William Antrim, quien finalmente abandonó a William cuando su madre murió.

Tenía 12 o 13 años cuando William comenzó a frecuentar los salones del pueblo y se transformó en «Billy The Kid». En ese ambiente de tahúres, mujeres de vida ligera, borrachos y apostadores, conoció a George «Hat Jack» Schaefer, un timbero y ladrón de poca monta con el que asaltó una lavandería de Lincoln (población cercana a Silver City adonde se había trasladado luego de la muerte de su madre) propiedad de un inmigrante chino. Cuando fueron acorralados por los marshalls, Hat Jack huyó y Billy fue apresado con el botín. El día del juicio huyó del calabozo y comenzó su historial como fugitivo de la ley.

Vengar al mentor

En 1877 Billy consiguió empleo como vaquero en el rancho de John Henry Tunstall. Para entonces nuestro muchacho ya tenía la primera muesca en su revólver. Unos meses antes había dejado frío a Frank «Windy» Cahill, un herrero y matón de Fort Grant. Ese sangriento antecedente no impidió que Tunstall se convirtiera en una especie de mentor de Billy que de alguna manera imaginó que podría encaminar su vida en ese establecimiento.

Pero no duró mucho. A los pocos meses estalló lo que se conoció como la guerra del condado de Lincoln, que enfrentó a Tunstall y otros ganaderos con una especie de mafia de la región que buscaba monopolizar el comercio de ganado de la zona; y que era conocida como «the ring of Santa Fe». En uno de esos enfrentamientos John Henry se encontró de frente con una bala y otra vez Billy the Kid se quedaba sin figura paterna.

Decidido a vengar la muerte de su patrón y mentor, Billy se unió a un grupo de ex empleados del rancho encabezados por el ex capataz Dick Brewer, y que en poco tiempo pasaron a ser conocidos como «The Rustlers». Esta banda comenzó a ajusticiar a todo aquel que era sospechado de haber intervenido en la muerte de Tunstall.

Matar al Sheriff

Quien estaba sindicado de haber realizado el disparo que acabó con la vida del ranchero era el sheriff de Lincoln, William Brady, quien –aparentemente– estaba a sueldo de «the ring»; y tras él fue Billy hasta que el 1 de abril de 1878 logró emboscarlo y vengar la muerte de su ex patrón.

A fin de evitar que las cosas se desmadraran aún más, el recientemente elegido gobernador de Nuevo México, Lew Wallace, ofreció una amnistía para todos los implicados en estos enfrentamientos. Billy aceptó la amnistía y se allanó para prestar testimonio en otros juicios que tenía pendientes, pero cuando se estaba por entregar, Wallace lo traicionó y Billy volvió a fugarse.

Pat Garret

Desde entonces, the Kid fue dejando un rastro de sangre tanto en Nuevo México como en Texas. Y aquí es donde entra a jugar Pat Garrett. Pat y Billy se habían conocido en las noches de saloon y póker de Lincoln y habían hecho amistad, a punto tal que en las mesas de paño verde eran conocidos como «Little casino» y «Big casino».

Con amigos así…

Algunos años después, cuando Billy ya contaba con demasiadas muescas en su revólver, Pat fue designado sheriff de Lincoln y su primer objetivo fue apresar a su examigo. Y tuvo éxito el cabrón de Garrett, que atrapó a the Kid y lo llevó a juicio en el pueblo de Mesilla, Nuevo México, donde se ganó un pasaje a la horca. Sin embargo, Billy volvió a escapar, dejando a dos alguaciles muertos detrás de sí. «Billy se volvió a fugar a punta de pistola, matando a dos de sus guardianes. Era el 18 de abril de 1881. Garrett salió de nuevo en su busca, esta vez decidido a que su antiguo amigo no volviera a dar más problemas» cuenta el historiador Gregorio Doval en su obra «Breve historia del Salvaje Oeste. Pistoleros y forajidos». Para ese entonces, su cabeza tenía un precio de 5.000 dólares, suma nada despreciable para la época.

Garret siguió la huella de Billy hasta Fort Summer, donde descubrió que su presa se había escondido junto a un amigo común de su juventud, Peter Maxwell. El círculo se cerraba. El agente de la ley armó entonces a su grupo y se dispuso a terminar con la vida de fechorías del forajido. Vivo, muerto, o lo que fuera. El 14 de julio de 1881, cuando the Kid sumaba 21 primaveras a sus espaldas, los hombres de la ley arribaron hasta la región que se convertiría en su tumba. Pat llegó a la vivienda de Maxwell e interrogó al dueño sobre el destino de Billy. Estaba en ello cuando entró en la morada el fugitivo. Pat fue el único que disparó y Billy cayó al piso desangrándose.

¿Un final alternativo?

Este es el último capítulo de las trapisondas de Billy The Kid… o tal vez no. Porque en un pueblo llamado Hico, en el estado de Texas, vivió por muchos años un tal Brushy, quien decía ser Billy the Kid y pidió, al final de sus días que le fueran conmutadas las penas por haber matado a veintiún personas «sin contar mexicanos». Brushy (¿o Billy?) falleció en 1950 sin el perdón oficial, pero con un museo y una estatua que recuerdan a Billy the Kid en ese pueblo perdido de Texas.

Pero ese nunca será el final de ninguna película sobre Billy The Kid. Y tampoco tuvo en cuenta este epílogo alternativo Bob Dylan cuando escribió los versos que bien podrían haber salido de la boca agonizante de William Henry McCarty.

«Mamá, pon mis armas en el suelo / Ya no puedo dispararlas más / Esa fría nube negra está bajando / Siento como si tocara las puertas del cielo»

nakasone