AG Noticias
Cosas Nuestras

Analía Díaz: Campeona de mente fría y corazón caliente

Analía Díaz: Campeona de mente fría y corazón caliente

Del archivo de COSAS NUESTRAS

Analía hoy tiene 36 años, es una hermosa mujer, madre de familia y una profesional docente. A sus espaldas una enorme historia deportiva.

“Voy a la nota con mis dos hijas, porque justo a esa hora salen del cole”, advirtió Analía cuando la contactamos, dando cuenta que hoy su vida transcurre bien lejos de las pistas, los podios y las carreras.

Prodigio y pionera

“Mi mamá me cuenta que había una carrera para el Día del Niño en el playón del Parque Infantil, y me llevó. Cuentan que me caí y ella pensó que iba a ser la última vez que quisiera ir. Cuando me levanté le dije: “la próxima la voy a ganar”.

Analía tenía 4 años, y hacía rato que andaba en bicicleta sin rueditas. A los seis ya entrenaba en el Parque Infantil con el “Cabro” Dippert, y competía. Había que ir hasta Villa Satita, donde existía una pista. Al poco tiempo, se hizo la pista en el García Lorca.

Eran tiempos de bicicletas pesadas, con cuadros que a veces se partían en medio de la carrera y había que correr a hacerlos soldar. “Cuando tuve mi primera bici de aluminio, fue un sueño, volaba”, cuenta Analía.

No hace falta rogarle para que recuerde nombres, apellidos, anécdotas de aquellos primeros tiempos. De los esfuerzos hechos por los padres de todos los chicos, y del apoyo que encontraron en algunas personas. Surgió el nombre del querido Eduardo Noelac, relator eterno de las carreras, con su frase “acá viene el trencito de colores, referenciando a la hilera de corredores que pasaban frente a la cabina de transmisión.

La gloria a los saltos

“Mi primer mundial fue a los 8 años en Salvador de Bahía (Brasil), donde fui Sub Campeona. Al año siguiente, en 1993 fue en Holanda, terminé quinta. Aquella vez había ganado todo y en la final me tropecé en el partidor , recuperé, pero no me alcanzó. En el 94 en Estados Unidos venía primera en la final y me caí en el último salto. Me levanté, llegué corriendo con la bici, pero salí última de esa final”, relata contando sus pasos internacionales. Lo mejor estaba por llegar.

En  1995, a los 11 años en Colombia logró su primer título Mundial. “Hasta entonces, la más fuerte había sido una chilena Angelines Nicoletta, que había salido Campeona en Brasil y en Holanda. En Colombia ya le gané, salió segunda atrás mío”, recuerda Analía. Allí comenzó una enormidad de títulos y triunfos.

En 1996 el Mundial fue en Inglaterra, y fue Campeona; lo mismo pasó en 1997 en Canadá. En 1998 en Melbourne Australia fue una experiencia diferente porque era una pista corta, en un estadio cubierto. También allí fue la mejor del mundo”

Un click

“El de 1999 fue un mundial feo para mí, pero que me cambió la personalidad. Yo tenía 15 años y mi hermano que también corría, se accidentó en carrera. Se cayó, perdió el conocimiento y se fracturó la clavícula y una de las manos. No era como ahora, no había celular ni nada, mi papá lo llevó al hospital, y yo tuve que correr con la cabeza puesta en mi hermano. Pasé la noche sola en el hotel antes de la final, con mi papá junto a mi hermano en el hospital».

«Largué la final y en un salto no quise saltar, me bloquee, y terminé saliendo tercera. Para mí, en lo psicológico, fue la muerte. Pero me sirvió para cambiar la mentalidad; al año siguiente volví a salir campeona pero sentí que eso me hizo dar un click en mi carrera”.

El quinto título tal vez fue el más emocionante, porque se corrió en Córdoba. “En la final me tocó por sorteo el partidor de afuera. Largué y venía segunda toda la carrera; en la última curva me acordé que el día anterior una chica amiga había salido campeona definiendo la carrera en esa curva. En una fracción de segundo decidí ir “por adentro” como había hecho ella, y lo hice. Descoloqué y pasé a mi competidora y terminé ganando la carrera y el título. Fue muy lindo porque era la primera vez que lo lograba ante mi gente”.

Los últimos mundiales

Analía corrió hasta cuando quiso, siempre en el mejor nivel. En 2001 corrió el Mundial en Estados Unidos, “donde salí Campeona por equipos, pero en individuales me caí en semifinales y quedé eliminada”.

En 2002 fue su último mundial. Fue en Brasil. “El último día de entrenamiento me caí y me saqué el hombro. En el hospital, del dolor, me desmayé y me golpee la cabeza contra el escritorio del doctor, me corté la frente y me fracturé un hueso de la cara. Pero no quería perdérmelo, firmé el consentimiento médico y dije que quería competir si o si. No podía ni moverme, me dolía todo pero igual corrí. Pasé como pude las mangas, salí cuarta en la semifinal. En la final dije “salgo a divertirme, a dar la vuelta”. Resulta que en la primera vuelta ¡se cayeron cinco! y quedamos tres dando la vuelta, paseando. Terminé saliendo tercera y haciendo podio”.

Adiós a las pistas

Luego de aquel episodio, ya no fue lo mismo, el hombro le dolía mucho, y cada tanto se le salía, haciendo todo muy complicado. “Decidí dejar todo y estudiar. Me anoté en la Escuela de Lenguas y abandonar el deporte estando bien arriba, habiendo ganado todo. En ese momento no era deporte olímpico, y tener cinco títulos mundiales era haber ganado todo”, sintetiza Analía a la hora de explicarlo.

“Me divertí compitiendo y haciendo deporte. Al dejar, recuperé lo que había dejado atrás por el sacrificio de los entrenamientos; seguí disfrutando de otra manera, o sea, terminé haciendo en mi vida lo que siempre me divirtió”. Como si hiciera falta, aclara: “Siempre fui independiente, haciendo lo que quise. Mis padres me apoyaron siempre, y nunca me presionaron. Cuando decidí dejar la competencia, nadie me preguntó por qué ni me lo discutió, también me apoyaron en esa decisión”.

Su vida, hoy

Analía se recibió de Traductora de Inglés, “pero no me gusta mucho, lo veo como muy frío, y además se me complica organizarme en cuanto a horarios. Prefiero la docencia y a eso me dedico por estos días. Doy clases en Jardín, primaria y secundaria en el Anglo Americano, y me gusta mucho”.

Analía y sus hijas, allá por 2017 cuando se realizó esta nota.

A su marido lo conoció en el boliche donde trabajaba. “Yo estaba en la barra y él era músico. Nos casamos en el 2010, pero estamos juntos desde 2003, al poco tiempo de dejar la bici y dedicarme a otras cosas”.

Tienen dos hermosas hijas, Ema (12) y Amparo (8). De las dos, a la más chica ya le gusta andar en bici, aunque la mamá no quiere. “Es un deporte muy peligroso, ahora lo veo desde afuera y me doy cuenta de eso. Ni loca quiero que corra”, dice increíblemente Analía, que pasó casi toda su infancia y adolescencia sobre las dos ruedas. Por ahora, las dos niñas juegan al hockey en las infantiles del Alta Gracia Rugby.

Se nota de lejos que Analía tiene perfil bajo. Que le cuesta un poco sentarse frente a un grabador y contar su historial deportivo.

“El anonimato me sienta bien”, dice, y confiesa: “Recién hace dos años les conté a mis hijas lo que fui andando en bici. La más grande no me dio mucha bolilla, la más chica, está fascinada. Cuando decidí dejar, vendí la bici, los trofeos quedaron en casa de mis padres, y me olvidé de todo. Dije basta y fue basta. Cuando doy vuelta una página no vuelvo atrás. Tomo las decisiones y las sostengo a muerte”.

Alguien, alguna vez, le dijo a Analía algo a modo de consejo, que le quedó grabado para siempre: “En el deporte tenés que tener la cabeza fría y el corazón caliente”. Y ella lo adoptó. “En cualquier deporte, la diferencia la hace la cabeza”, asevera. Y tiene razón.

Nota: este reportaje se realizó en 2017 y forma parte de los archivos de COSAS NUESTRAS

nakasone