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Adán en Buenos Aires

Por Luis Eliseo Altamira

 

Macedonio Fernández fue un filósofo y escritor cuya actitud ante la existencia ha sido descripta por Borges como la de un Adán perplejo en el paraíso terrenal. Había llegado a las mismas conclusiones que David Hume y Arthur Schopenhauer sin haberlos leído.

Quiero aclarar de antemano que el Macedonio Fernández que me interesa no es el autor (intenté leer alguno de sus libros cuando tenía entre veinte y treinta años, pero no pude pasar de la página y media), sino el referido por Jorge Luis Borges en un par de textos y algún que otro reportaje.

Cuando los Borges arribaron al puerto de Buenos Aires en 1921, tras siete años de permanencia en Europa, Macedonio se encontraba entre las personas que habían ido a recibirlos. Amigo de Jorge Guillermo, el padre de Jorge Luis, tenían, ambos, 47 años. Abogado, se había desempeñado como fiscal en Posadas y había enviudado en 1920, dejando a sus cuatro hijos al cuidado de abuelos y tías. Por entonces vivía en pensiones, entregado a la actividad de pensar.

Jorge Guillermo Borges (cuarto desde la izquierda) en 1895, con compañeros licenciados en Derecho. Macedonio Fernández es el segundo desde la derecha

¿Por qué pensaba? Porque se asombraba de las cosas y quería explicárselas. Para ayudarse a pensar, escribía. Se mudaba de una pensión a otra, ya que no pagaba el alquiler, dejando pilas de manuscritos en cada una. Sus amigos le reprochaban esa negligencia y él les contestaba que siempre estaba pensando las mismas cosas y que por lo tanto volvería a pensar en una pensión del Once lo que había pensado en otra de Tribunales. Borges recuerda que nunca se desvestía para ir a la cama, que se envolvía la cabeza con una toalla para protegerse de las corrientes de aire que pudieran ocasionarle dolores de muela y que se enamoraba recurrentemente de las prostitutas callejeras.

Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges, frente a frente en las revistas culturales.

En vida Macedonio publicó cuatro libros, entre los que se encuentran No toda es vigilia la de los ojos abiertos y Papeles de recién venido. Bastante ilegibles, según Borges, para quien nada de aquél se encuentra en su obra escrita. “El verdadero Macedonio estaba en la conversación. Su influencia fue de naturaleza socrática”, ha dicho. Los sábados por la noche un grupo de discípulos se reunían en el bar La Perla del Once (seguramente el mismo en el que Tanguito compuso La Balsa con Litto Nebbia) para escucharlo. Cuenta Borges: “Macedonio era muy cortés y hablaba con voz muy suave, diciendo por ejemplo: `Bueno, supongo que habrás notado…´. Y entonces soltaba una idea muy sorprendente y original. Pero invariablemente atribuía esa idea a quien lo escuchaba”.

Estaba convencido de que vivíamos en un mundo de sueños y que somos de la materia de la que están hechos lo sueños. Había llegado a las mismas conclusiones que David Hume y Arthur Schopenhauer sin haberlos leído. Se carteaba con el filoso William James  en inglés, alemán y francés porque, según sus palabras, “sabía tan poco de cualquiera de esos idiomas que tenía que pasar continuamente de uno a otro”.

Macedonio pensaba que algunos filósofos habían descubierto la verdad pero que no habían podido comunicarla. Creía que acostándose en la pampa y olvidándose del mundo, de sí mismo y de lo que buscaba, la verdad podría revelársele. Pero que resultaría imposible ponerla en palabras.

Tenía un catálogo de personas geniales. Una de ellas era Quica González Acha de Tomkinson Alvear. Borges, que conocía a Quica, no podía entender que estuviera en el mismo nivel que Hume y Schopenhauer. Macedonio le dijo entonces: “Los filósofos se han visto obligados a explicar el universo, mientras que Quica sencillamente lo siente y lo experimenta y lo comprende”. Acto seguido, le preguntó a Quica: “¿Qué es el ser?”. “No sé qué quieres decir, Macedonio”, le contestó. ¿Ves? – prosiguió Macedonio – Quica entiende de manera tan perfecta que ni siquiera puede percibir nuestra perplejidad”. Acto seguido, Borges le replicó que lo mismo se podría decir de un chico o un gato, y Macedonio se enojó.

Creía que el pueblo no se equivocaba en nada. Así, pasó de un día para el otro, del culto a Hipólito Irigoyen al culto del general Evaristo Uriburu, a partir del momento en que sintió que la revolución del 30 había sido aceptada. Murió el 10 de febrero de 1952, en Buenos Aires, la ciudad en donde había nacido el 1 de junio de 1874.

Leer a Macedonio -y comprenderlo- no son tareas sencillas de realizar.

 

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