Mat. 5108-76
El final de un cuento del escritor ruso Antón Chejov relata:
“El caballo sigue comiendo heno, escucha a su viejo amo y exhala un aliento húmedo. El cochero, escuchado al fin por un ser viviente, desahoga su corazón contándole todo”…
Este cuento ilustra dramáticamente cómo la soledad, es algo que duele.
Recordemos que lo propio del hombre es la sociabilidad. No nacimos para estar solos.
Soledades obligadas
Un claro ejemplo es lo que hemos vivenciado durante la Pandemia… la imposibilidad de tener un contacto con otra persona; abrazarla; comunicarnos… nos ha dolido.
En esos momentos, muchas veces hemos sentido desolación sin saber cómo manejarla… muchas personas han entrado en pánico porque en la soledad aparece la distancia entre la ilusión de nuestra vida y lo real… y lo real nos da miedo.
Cuando estamos solos… lo falso, las máscaras, desaparecen y quedamos solos con nuestro verdadero ser y eso puede asustarnos.
Cuando nos enfrentamos a nuestros mayores miedos se produce un vacío no buscado; se acrecienta la sensación de la imposibilidad de tener proyectos y así la soledad se agiganta.
¿Nos conocemos realmente?
Esta pandemia nos puso ante un desafío… que mirándolo desde una perspectiva positiva, nos ha obligado a vivir con nosotros mismos; a hacer contacto con nuestro mundo interior.
Visto así, la soledad pudo haberse convertido en un espacio necesario para recapitular; reordenar y hacernos más conscientes de la importancia de vivir el presente, que es lo único seguro que tenemos.
La enseñanza que queda como aprendizaje, es pensar que se puede cambiar para ser mejores, pero también aceptar aquello que no se puede cambiar. Obviamente, la esencia de la persona cambia. Ser más agradecidos, disfrutar más sin cargar con tantas mochilas. Aceptar la realidad y la incertidumbre.
De ésta forma, “las fortalezas despiertan” como decía Viktor Frankl refiriéndose al sentido de la vida.
“No es la dureza de la madera lo que le permite al sauce hacer frente a las tormentas; es su flexibilidad”.
¿Quién no se ha sentido solo alguna vez estando rodeados de gente?
Me parece muy sabia una reflexión del actor Robin Williams, fallecido recientemente:
“Solía pensar que la peor cosa en la vida era terminar solo. No lo es. La peor cosa es terminar con alguien que te haga sentir solo”
La sensación es percibirse que se es invisible; que no nos ven; que no nos validan. Y la consecuencia es que se siente una sensación de pérdida, difícil de aceptar. Al punto que se echan de menos relaciones pasadas que no nos han favorecido. Pero de las que tenemos añoranza por el recuerdo del amor y ternura que una vez sentimos.
También está la soledad de perder a alguien o de percibir que la persona que amamos no nos corresponde. Pero, ello no es irreparable. Es necesario reparar ese espacio herido, llenándolo de amor e iniciar nuevas conductas y enfrentarse a nuevos modelos mentales.
Otra soledad no elegida es la muerte de un ser querido. Y bien lo sabemos los que hemos perdido durante la pandemia a los que amamos. Una doble soledad… la de la pérdida y la ausencia de con quién compartir tanto dolor, sin abrazos… sin consuelo y sin la despedida que no pudo ser.
La soledad elegida
Es la que se observa que se elige como un refugio o coraza, por haber privilegiado un modo de vida o elecciones alejadas de lo esperable por la familia o bien, por tener miedo a ser rechazados.
Y hay gente que está sola por convicción. Se sientan tranquilamente en un restaurante un sábado a la noche, rodeados de parejas o de familias, que es probable que digan “¡Pobre!»
Y sin embargo, esa persona se siente feliz… se siente en libertad; disfrutan sin temor del qué dirán. Les encanta dedicar tiempo a sí mismos, a sus intereses y pasiones.
Y esto no es sinónimo de egoísmo… incluso valoran mucho la buena compañía y los momentos compartidos con amigos, familias e incluso disfrutar de estar en relación de pareja. Pero… que cada uno tenga su espacio.
No suelen tener sentimientos de soledad y saben perfectamente bien la diferencia entre estar solos y sentirse solos.
Al ser menos dependientes, suelen ser más asertivos. Les es más fácil decir NO al momento de poner un límite. Quizás pueden tener dificultad a la hora de hacer pareja, porque al vivir solas se sienten autosuficientes y seguros. Muchas veces la soledad, es el precio que se paga por la libertad.
Cuando uno piensa en alguien que se siente solo, lo que tenemos en mente es una persona mayor que vive sola, distante de su familia, que tiene poca vida social y le cuesta salir.
Sin embargo, los niños y los adolescentes también sufren esta angustia emocional al percibir que las amistades no son significativas y en las que no pueden depositar la confianza o cuando se sienten excluidos de su grupo de pertenencia.
“Cuando te mires al espejo y no te encuentres. Considérate sola.” Autor anónimo
Una canción de Ana Torraza “A contratiempo” relata una situación que yo he vivido en Buenos Aires más precisamente en calle Florida, en horas del mediodía. Estar rodeada de muchísima gente y necesitar en un momento a causa de una caída, que alguien me ayude a levantar todo lo que se me había caído al suelo.
Comparto fragmentos de esa canción que va diciendo:
…“Corro para alcanzar el tren, tropiezo con un escalón, cayendo al suelo, lentamente me incorporo, recojo la maltrecha carpeta esperando una mano solidaria de alguna persona…”
…”me doy cuenta que soy invisible al resto…”
”…es como si viviese en una realidad paralela, en una frecuencia diferente. Convivo con el resto del mundo en el mismo plano espacio temporal, pero pertenecemos a realidades diferentes…
”Esa es mi soledad. Es como vivir en una isla en medio del desierto, como una margarita que trata de crecer entre zarzas…”
Como vemos, hay distintos tipos de soledades.
¿Cuál es la tuya?
¡Hasta la próxima y que tengan muy buen fin de semana!
Todo comentario será bienvenido!
