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Crónicas al Voleo

Una modelo desnuda en una bañera

Una modelo desnuda en una bañera
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

En el centro de la fotografía hay una mujer de casi cuarenta años, desnuda, dentro de una bañera, enjabonándose la espalda. La escena muestra, además, unos gastados borceguíes junto a la bañera, la ropa de fajina de la modelo sobre una silla, una estatuilla que pretende ser clásica y, a la izquierda de la imagen, un retrato de Adolf Hitler.

La mujer se llama Lee Miller y quien en ese momento maneja la cámara es David Scherman.  Ambos son fotógrafos y viajan con la 45ª División de Infantería del Séptimo Ejército de los EE UU. Él trabaja para Life y ella para Vogue. Son amantes y vienen de documentar el horror de Dachau.

Un baño particular, un día particular

Tal vez nada de esto iría más allá de una buena e ingeniosa foto si no fuera que la captura se realizó el 30 de abril de 1945. Ese mismo día Hitler, luego de almorzar en su bunker de Berlín y despedirse de sus asistentes, se encerró en su habitación junto a Eva Braun y cada uno ingirió una pequeña pero letal dosis de ácido prúsico. Las fuerzas del ejército rojo ya eran dueños de Berlín y Adolfo no quería que su cuerpo y el de su esposa, según sus palabras, «terminaran en el museo de cera de Moscú».

¿Coincidencia? Quién sabe. El baño donde la modelo se enjabona la espalda está en un departamento ubicado en Prinzenregentplatz 27, en un aristocrático barrio de Munich donde Hitler había vivido durante su ascenso al poder absoluto en Alemania.

Como escribió el usuario de twitter (bueno, X) @AdebayoSadiq05: «¿Te imaginas esos derechos de fanfarronear por el resto de su vida? «Una vez entré en el apartamento de Hitler, me quité las botas embarradas y me bañé en su bañera» .Le compraría una cerveza a cualquiera por eso, especialmente si tuvieran la foto para demostrarlo». Pero en realidad la cosa no fue tan simpáticamente épica.

Un tranvía llamado deseo

El recorrido realizado por Lee Miller hasta llegar a ese coqueto departamento ha sido sinuoso y ascendente. Nacida en 1907 en Poughkeepsie, una pequeña ciudad junto al río Hudson, unos 150 km. al norte de Nueva York. Su padre, Theodor, era aficionado a la fotografía y solía utilizar a su hija como modelo, incluyendo muchos desnudos realizados cuando Lee era una niña. De hecho, el padre fue sospechado de la violación que sufrió a los 7 años, aunque finalmente se inculpó a un cuidador contratado por la familia.

Siendo poco más que una adolescente decidió que Poughkeepsie no era su lugar en el mundo y se trasladó a París, adonde vivió poco más de un año. Luego se radicó en Nueva York para trabajar como modelo.  Allí fue donde conoció a Condé Nast, fundador de la revista Vogué, en circunstancias particulares: el editor la salvó de ser atropellada por un tranvía en una calle de Manhattan.

El impacto que produjo la joven en el empresario fue inmediato. A punto tal que pocos meses después –en marzo de 1927– fue la protagonista de la tapa de la afamada revista de moda, un lugar reservado para las más importantes modelos del mundo.

Según escribe la periodista Patricia Rodríguez en El País, su éxito se fundamentaba en «su rostro saludable, su mirada clara y su corta melena dorada plasmaban a la perfección el ideal de los Felices Años Veinte y se convirtió en una de las modelos favoritas de la cabecera».

Cambio de rumbo

Dos años más tarde, la marca de productos de higiene Kotex utilizó una imagen de Miller en una publicidad su línea de toallas sanitarias. Se trata del primer anuncio de un elemento de higiene menstrual con la imagen de una persona identificable. La exposición pública de estos productos era motivo de controversia en esa época y la publicidad generó un escándalo en Estados Unidos y, de alguna manera, perjudicó su carrera porque fue descartada para promocionar productos de lujo.

Fue entonces que Lee decidió dar un golpe de timón y pasar al otro lado del lente de la mano de nada menos que el artista visual Man Ray, el prestigioso fotógrafo norteamericano radicado en París y referente de los movimientos dadaísta y surrealista.

Para cumplir su objetivo Lee debía, primero viajar a Francia; y después conocer a Man Ray.  En una entrevista de 1946, explicó que «pensé que la mejor forma era empezar estudiando con uno de los grandes maestros en la materia, Man Ray. En aquel tiempo estaba en París, así que me acerqué a él y le dije: ‘Hola, soy tu nueva alumna y aprendiz’. Él respondió: ‘Yo no tengo alumnos ni aprendices’. Y yo le dije: ‘Ahora sí». Inmediatamente se convirtió en su ayudante. Pocos meses después también se convirtió en su amante. Gracias a May Ray, Miller ingresó en el mundillo intlectual y vanguardista de París, compartiendo veladas y tertulias con personajes como Pablo Picasso, el poeta Paul Eluard y el escritor y cineasta Jean Cocteau.

Cronista de guerra

Al concluir su relación con Man Ray, Lee Miller regresó a Nueva York e instaló su propio estudio y participó en numerosas muestras en renombradas galerías, tanto en Estados Unidos como en Europa, que fueron alimentando su prestigio.

Luego de vivir algunos años en El Cairo, tras casarse con el empresario egipcio Aziz Eloui Bey, regresó a París donde conocería al crítico y coleccionista de arte, Roland Penrose, quien –años después– se convertiría en su marido.

Al estallar la Segunda Guerra Mundial, se integró al Cuerpo Londinense de Corresponsales de Guerra y como fotoperiodista de Vogue durante los bombardeos nazis sobre la capital inglesa y luego recorrió Francia documentó los efectos del napalm en el asedio de Saint Malo, la liberación de París y la batalla de Alsacia.

El registro del horror

Con las huestes hitlerianas vencidas, llegó a los campos de concentración de Buchenwald y Dachau para registrar para el mundo y la historia la inhumana brutalidad del régimen nazi. En los primeros días de posguerra, fotografió niños moribundos en Viena, la vida campesina en Hungría, los cadáveres de oficiales nazis y sus familias y, finalmente, la ejecución del primer ministro húngaro Laszlo Bardossy.

Con respecto a la muerte de Hitler, escribió en su libreta de notas: «Bueno, está bien, está muerto. Nunca había estado realmente vivo para mí hasta hoy. Había sido un una máquina del mal, un monstruo, durante todos estos años, pero nunca lo consideré real hasta que visité los lugares que hizo famosos, hablé con gente que lo conoció, excavé en los chismes y comí y dormí en su casa. Entonces se convirtió en menos fabuloso y, por lo tanto más terrible, sobre todo por la evidencia de que tenía algunos hábitos casi humanos…, como un mono que te avergüenza y humilla con sus gestos, como una caricatura».

La depresión y el retiro

Tanto horror no podían dejar de hacer mella en su espíritu. De regreso a Inglaterra intentó dedicarse a la fotografía de moda, pero el estrés postraumático la sumergió en la depresión. Fue entonces que se separó de Azis Eloui Bey y se casó con Penrose, con quien tuvo a su único hijo, Anthony.

Retirada de la fotografía y de toda actividad pública, Miller (que desde entonces y hasta su muerte utilizó el apellido Penrose) se trasladó a vivir en una bucólica casa de campo en el condado de Sussex. Allí pasó el resto de su vida, hasta su fallecimiento en 1970.

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