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Sanna, aquella mujer de los profundos ojos color turquesa

La historia de vida de Sanna Jensen merecía ser contada, y lo hicimos a través de Cosas Nuestras. ¿La recordamos juntos?
Del Archivo de «COSAS NUESTRAS»

La ciudad ha sido cuna de inmigrantes desde su fundación misma. Algunos con apellidos hoy ilustres, otros ilustres desconocidos. La de Sanna es una historia cruda y a la vez hermosa donde se mixturan la inmigración, la miseria de las guerras, los desencuentros y los finales felices (que también son noticias, claro).

Casi como al pasar, le dijeron a este periodista: “vos tendrías que escribir sobre mi abuela Sanna”. Como mi interlocutora vio mi cara de sorpresa y desconocimiento, me dio detalles.

No hubo lugar a duda alguna. La historia de Sanna Jensen debía ser contada para todos aquellos que -como quien escribe- la desconoce. O mejor aún, narrarla para que no quede solo en el recuerdo de quienes la trataron y supieron de ella.

Historia testigo tal vez de muchas otras que a lo largo del continente se fueron dando en tiempos de hambre europea y esperanza americana, la de Sanna tiene ribetes que la hacen aún más especial. Si a este combo se le agrega la pizca necesaria de intervención del destino, más una fuerte dosis de proyectos mediáticos… tenemos una historia completa. Y si a esa historia la cuenta Olga, la hija de Sanna y la sazona su nieta Olga (no es casualidad que en esta familia repitan nombres, ya lo vamos a ver), ni hablar.

Para muchos, Sanna fue tan solo esa señora mayor, muy bien presentada siempre, de profundísimos y bellos ojos color turquesa que se sentaba en una mecedora en los negocios de sus nietas. A pasar el rato, a charlar con los clientes. O simplemente, a ver pasar el tiempo y la ciudad delante de su rostro, como si los años nunca hubieran hecho mella en sus facciones europeas, nórdicas… Pero la historia de Sanna Jensen (o Jespersen, ya veremos) va mucho más allá de esa imagen que tan bien retratara en una fotografía Martha Moreschi.

De origen danés, hija de inmigrantes más que pobres. De secretos que le fueron revelados a la fuerza y de sueños que tardarían en cumplirse, Sanna fue fruto de la ola migratoria que cubrió América en general, y nuestro país en particular. Su historia de vida refleja los miedos, las necesidades, las miserias de aquella gente. Pero también las esperanzas, las ganas de progresar, de salir adelante, de construir su futuro que traían en sus viejos baúles junto a un par de mudas de ropa y la foto de sus familiares que quedaron lejos.
Los invitamos a conocer la historia de Sanna. No se van a arrepentir.

Sanna, en su más tierna infancia, cuando su vida transcurría en Tres Arroyos.
Profundos ojos turquesa

La charla con Olga, su hija fue corta, pero contundente. Eficaz, de las que quedan grabadas en un periodista cuando son contadas con el corazón. De arranque nomás, uno se da cuenta que Jensen no es apellido de estos pagos… “Mis abuelos llegaron desde Dinamarca. Primero vino el padre de familia, terminando la Primera Guerra Mundial. Luego hizo venir a su señora, se casaron y se fueron a la zona de Tres Arroyos, donde los destinaron. Fueron a aquella región a trabajar la tierra, pero con mucha, mucha pobreza”.

Sin profesión, era gente joven que llegó de Europa escapando de la post guerra y sus miserias. Allí fue criando los hijos, tuvieron dos nenas y un varón antes que naciera Sanna. “A mi abuela le dijeron que por cuestiones de salud no tuviera más hijos, pero ella insistió en tener uno más. Cuando nació mi mamá, sus hermanas tenían 7 y 5 años y el nene, 3. Mi abuela quedó embarazada igual, aún sabiendo que iba a morir”.

Era una colonia dinamarquesa en Tres Arroyos. En la casa de los Jensen lo único que abundaba eran las necesidades. Una pareja del lugar, que no podía tener hijos, ofreció a cuidar uno de los niños. “Mi abuela les dijo que no, pero que si algo le pasaba a ella en el parto, que por favor se hicieran cargo del niño recién nacido”.

La mujer murió al dar a luz y la niña recién nacida fue entregada a los brazos de este matrimonio que le puso su apellido. Ellos la adoptaron legalmente y la inscribieron con su apellido: Jespersen.

Los caminos de la necesidad

“Mi mamá nunca se enteró de este tema, hasta su adolescencia. Mis dos tías, las de 7 y la 5 se quedaban solitas en la casa cuidando a su hermanito mientras su padre iba a trabajar todo el día en el campo. Un día llegó y vio que un peón que andaba por ahí pretendía propasarse con ellas. Cuando vio que le era imposible cuidarlas y criarlas porque era solo y tenía que trabajar duro para comer, tomó una dolorosa decisión: pidió dinero a otros paisanos, compró dos pasajes y envió en barco a las dos nenas a Dinamarca”.

Por favor, hagamos un alto e imaginemos el panorama: les solicitó a los pasajeros del barco que las cuidaran durante el viaje. Las nenas tenían apenas 7 y 5 años…

El hombre mandó a decir por carta que las esperaran y allá fueron las dos nenas. En medio de una durísima post guerra y ellas, pequeñas, solitas, sin mamá, sin papá y en un lugar desconocido. Encima, allá la familia no podía cuidar a las dos juntas, así que una se fue con la familia del padre y la otra con la familia de la madre. Lejos, solas y además, separadas…

“Cuando mis tías llegaron a Dinamarca, les habían contado que su padre las iba a ir a buscar. Lloraban contantemente hasta que su familia les dijo que no lloraran más porque no las iban a ir a buscar nunca. ´Acá tienen que salir a trabajar´ les dijeron, y cada día salían de la casa con un pedazo de pan para toda la jornada, a juntar maíz al campo. No quedaba otra, la necesidad obligaba a hacer todo tipo de sacrificio para poder comer”.

El matrimonio Jensen junto a sus dos hijas mayores, las niñas que fueron enviadas a vivir a Dinamarca.
Sanna, mientras tanto…

A todo esto Sanna fue creciendo en un buen ámbito, en el seno de la familia que la había adoptado, y cada tanto recibía la visita de un amigo, que solía ir junto a un muchachito, su hijo. Para ella siempre fue un amigo que la visitaba, y solo eso. En realidad eran su papá y su hermano… nunca le dijeron de quiénes se trataba. Llegada la adolescencia, los sentimientos de Sanna y del pibe que la visitaba desde niña comenzaron a confundirse. El lazo se hizo cada vez más fuerte, hasta que no hubo otra opción más que decirles a ambos que eran nada menos que hermanos.

“Mamá, un poco por la rebeldía de la adolescencia y con la noticia recién recibida se molestó, pero igual siguió de tanto en tanto hablando con su padre y su hermano”, continúa Olga. Poco después, su papá biológico murió y tanto Sanna como su hermano se casaron (ella a los 16 años) y cada uno formaron sus respectivas familias. A todo esto, ya estaban viviendo en Ramos Mejía, en el gran Buenos Aires.

“Continuaron viéndose ambas familias, con sus niños casi de la misma edad. Hasta que un día, su hermano por cuestiones que nunca se supieron, levantó su famila y se fue. Fue cuando mi mamá lo perdió de vista”. Pasarían muchos años hasta que volviera a saber de él.

Alta Gracia en el camino

“En Buenos Aires nos quedamos viviendo hasta que falleció mi papá, cuanto tenía apenas 40 años. Mamá quedó sola. Mis abuelos, los que la habían criado habían venido en un viaje a Alta Gracia. Les gustó, compraron un lote y se hicieron una casita acá. Mi mamá en su posición de necesitar dónde vivir y un ámbito donde trabajar y criarnos, les pidió, y nos vinimos”.

«Al llegar a Alta Gracia, yo tenía 8 años. Eramos cuatro hermanos, tres mujeres y Enrique, el varón. Vivíamos en la calle Saavedra, frente a la Desinfección. Recién con el tiempo nos enteramos que mi tío se había ido por problemas que tuvo, se mudó y se fue, pero que siempre tuvo en la cabeza la idea de reunirse con sus hermanas. El recordaba que tenía dos hermanas mayores además de mi mamá y soñaba con el reencuentro”.

Las hermanas mayores de Sanna. Tardarían casi ocho décadas para poder reencontrarse.
El azar juega sus cartas

Dicen por allí que el destino suele pagar las apuestas del hombre. Y tal vez mucho de ello hubo en la continuidad de esta historia.

Carlos, el hijo de mayor de Guillermo, el hermano de Sanna abrazó la profesión de ser marino mercante. En uno de los tantos viajes que realizó alrededor del mundo, el destino quiso que el barco donde viajaba se rompiera frente a las costas de Noruega. Sabiendo Carlos que el sueño de su padre era saber de la vida de sus hermanas que habían sido enviadas de niñas a Dinamarca, no lo dudó. Como iba a estar parado varios días, pidió permiso para cruzarse a Dinamarca para ver si podía encontrar a sus tías.

La historia entra en terreno casi cinematográfico. A Carlos se le estaban acabando los días y no tenía suerte en la búsqueda. Allí, en Dinamarca, cuando una mujer se casa, automáticamente adopta el apellido de su marido. Encontrarlas por Jensen era como buscar una aguja en un pajar. Casi como buscar un López o un Rodríguez en nuestras tierras…

Casi desesperado, en una habitación de hotel decidió jugar su última carta. Se contactó con el diario de mayor tirada en el país y publicó el pedido de su búsqueda. Puso en el aviso todos sus datos (su nombre, de dónde venía, a quiénes buscaba y por qué; dio datos filiatorios de sus tías, en fin. No dejó detalle alguno librado al azar). Hecho ello, se sentó a esperar noticias (o a esa altura, un milagro).

Al día siguiente recibió una llamada telefónica y del otro lado de la línea, una mujer comenzó a conectarse con él. Carlos no hablaba danés, ella ni intuía el español. Rudimentarios conocimientos de francés hicieron que pudieran charlar.

Carlos fue ametrallado a preguntas por esta mujer. Hasta que hubo un detalle que terminó inclinando la balanza a favor de la vida. Lo cuenta Olga, aún hoy emocionada: “Resulta que el nombre de mi mamá era bastante raro, Sanna no era muy común ni siquiera en Dinamarca. Luego de hablar un rato largo, la mujer le dijo: ´estoy en condiciones de decirte que estás hablando con tu prima Sanna´. ¡Resulta que su madre (la hermana mayor de mamá) le había puesto el mismo nombre de la hermanita que había quedado en Argentina!».

Lo que siguió fue toda emoción. Las dos tías fueron a visitarlo, le llevaron fotos, le contaron sus historias y sus presentes. Carlos podía darse por cumplido con la misión que se había autoencomendado. “¡Imaginate lo que fue cuando su padre se enteró que Carlos había encontrado a sus hermanas luego de tantos años…!». El primer paso se había logrado. Las dos hermanas mayores habían sido ubicadas a la vuelta de tanto tiempo y tantas vicisitudes de la vida.

«Ahora, para completar la misión familiar, el objetivo era encontrar a mi mamá, de quien no habían sabido nada desde que mi tío se había mudado y cortado la relación hacía años.Fueron a Ramos Mejía donde habíamos vivido, y alguien les indicó que nos habíamos venido a Alta Gracia».

“Un día, apareció mi primo en la puerta. Era la misma cara de su padre. Mamá casi se muere, y qué decir cuando le contó toda la historia de haber encontrado a sus hermanas. La llevó a visitar a su hermano Guillermo y poco después él vino a conocernos a todos. Así fue que se unió esta parte de la familia. Mientras, se carteaban con las tías de Dinamarca”.

Pero si esto fue increíble, lo que siguió no le fue en zaga..

El día del reencuentro fue registrado en una de las principales revistas de Dinamarca.
Fin de historia con guión de película

Dijimos cuando contamos la historia de su vida, que la de Sanna había tenido ribetes de película. De buena película. Las escenas finales estaban aún por filmarse. Y nunca mejor utilizada la frase, por cierto.

Es que la dura historia de Sanna tuvo final feliz gracias a una linda idea, y merced a un exitoso programa de televisión que conducía Julián Weich por Canal 13. “Sorpresa y Media”, se llamaba, y era un espacio de entretenimiento y variedades para toda la familia. Había humor, juegos y también historias de vida. Cada programa era una posibilidad para ganar fabulosos premios y también para que alguien cumpla el gran sueño de su vida.

Todo lo que acá hemos narrado fue contado en una carta a la producción del programa. “Entre mi hija Mónica Saieg y su amiga Leticia Luppi (que había vivido en Dinamarca en un intercambio cultural) escribieron una carta a la producción del programa. Fue tanto lo que los impactó que se comunicaron con nosotros diciendo que querían llevar a mi mamá a Dinamarca a reencontrarse con sus hermanas”, sigue contando Olga.

La producción fue clara: “Nos dijeron que tenía que ser realmente una sorpresa para ella. Que la sorpresa no se podía fingir, y que si le decíamos algo, se caía todo. Entonces, armamos todo tal cual lo planeado. Ella tenía que contar su historia pero no debía darse cuenta para qué era. Mi hija que estaba en la universidad le dijo: ´Abuela, necesito que me hagas un favor, que me cuentes la historia de tu vida para un trabajo de la facultad´».

Entonces, llegaron a casa sus “compañeros”. Sanna, con sus 78 años, les convidó mate, habló hasta por los codos, les contó todo con lujo de detalles, contenta de la vida. El primer paso estaba cumplido. Sigue narrando Olga: “Cuando de la producción vieron que no se había filtrado nada, nos dijeron que nos querían a todos reunidos en una casa. A mamá le hicimos creer que se trataba de una reunión familiar ampliada, le dijimos una mentirita blanca para que se la creyera, hasta que aceptó”. Obvio que estaban también invitados los “compañeros de facultad” de su hija.

Hasta que en determinado momento la productora del programa le dijo la verdad: ¿Conoce lo que es Sorpresa y Media? – No, dijo Sanna. Bueno, le cuento, es un programa que cumple sueños y hemos decidido llevarla a Dinamarca a reencontrarse con sus hermanas. “Ahh!!!, con lo que cuesta un pasaje hoy en día!. Eso no se hace así nomás!”, atinó a contestar la mujer. “Llorábamos todos en ese momento por la emoción que teníamos”, recuerda Olga.

La producción la llevó a Buenos Aires a hacerse el pasaporte y al poco tiempo la llevaron a Dinamarca junto a Carlos y su esposa, también danesa que sabía el idioma y oficiaría de intérprete.

El reencuentro

Una vez allá, Carlos les habló a sus primas para que le dijeran a su respectivas madres que se reunieran en una casa, pero sin contarles para qué. Eran tiempos de los casetes. Se juntaban supuestamente porque llegaban Carlos y su señora, era todo lo que sabían. Cuando estaban todos juntos, Carlos les dio un casette y por todo concepto les dijo: “la tía Sanna les manda esto”, y se pusieron a escucharlo en un aparato. Total que luego de los saludos a la distancia, en un determinado momento Sanna les dice en la cinta que “lo que más me gustaría en la vida es un día poder golpear su puerta”.

No terminada de escucharse esa frase, golpearon la puerta.

Dejemos que Olga lo cuente en base a lo que narró Carlos, testigo presencial del momento: “Las primas de Carlos se hicieron las zonzas y le hicieron abrir la puerta a sus madres. Fue un momento único, impresionante, muy fuerte. No sé cómo no se murieron de la emoción!!! La abrazaban mientras le decían “mi pequeña, mi pequeña” entre lágrimas de alegría».

Todo ello lo vio el país que miraba con ojos emocionados el gran reencuentro. El programa les dio un pasaje abierto a Sanna, Carlos y su esposa, y se quedaron un mes en Dinamarca, donde se contaron todo lo que había por contarse… al poco tiempo una de las tías vino a Alta Gracia, y más tarde, algunos de acá viajaron para Dinamarca…

Sanna junto a sus hermanas. Un buen final de historia para cerrar ciclos de vida de cada una de ellas.
Desenlace

Pero como si algo faltara para que esta historia tuviera ribetes más dramáticos, su hermano Guillermo y su mujer fallecieron durante el tiempo que Sanna estuvo en Dinamarca. Fue como que había podido cumplir su sueño y podía descansar en paz… El propio Carlos, poco más tarde también falleció víctima del cáncer, luego de haberle cumplido el sueño a su padre…

Cada uno había podido cerrar el círculo en torno a su vida.

Sanna falleció a los 92 años, sabiéndose feliz por haberse reencontrado con su propia historia. Sus últimos años los pasó en los negocios de sus nietas, compartiendo charlas con la gente, y dejando ver a todos su rostro de europea belleza y sus bellísimos ojos color turquesa.

Fotografía de portada: gentileza de Martha Moreschi

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