Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)
Para los que pasamos por el secundario durante los setenta y los ochenta (seguramente los que lo hicieron antes y después, también), el papel de Mariquita Sánchez de Thompson se limitaba a haber puesto la casa, los sanguchitos y las bebidas para el estreno en sociedad del Himno Nacional Argentino. También es probable (muy probable) que haya sido ella quien lo cantó por primera vez la obra de Blas Parera y Vicente López y Planes.
Esta aparición es quizás la única de una mujer que recababan los libros de historia más usados de la época, especialmente los editados por José Ibáñez. Libros de los que bien se podría decir que eran un boom editorial de la época. También podría decirse que eran incompletos y poco confiables, pero ese es otro tema.

Rebeldía juvenil
María de Todos los Santos Sánchez de Velazco y Trillo nació en Buenos Aires en 1786 y fue la única hija del matrimonio compuesto por Cecilio Sánchez de Velazco y de doña Magdalena Trillo y Cárdenas, una prestigiosa familia porteña.
De joven demostró que los moldes sociales no estaban hechos para ella. Cuando tenía 15 años rechazó el matrimonio arreglado por su madre con Manuel del Arco, un exitoso comerciante, porque estaba enamorada de su primo Martín Thompson. Hay que tener en cuenta que la legislación colonial establecía que los «hijos de blancos» menores de 25 años sólo podían casarse contando con el consentimiento de sus padres, tutores o encargados.
Para lograr su objetivo movió cielo y tierra y llegó hasta el despacho del Virrey. «Nuestra causa es demasiado justa, según comprendo, para que Vuestra Excelencia nos dispense justicia, protección y favor» le escribió en una ocasión al Marqués de Sobremonte. Finalmente obtuvo la autorización y pudo casarse con Thompson.
Compromiso con la ciudad
Es necesario decir que Mariquita, por pertenecer a una familia «acomodada», accedió a educación y tuvo la oportunidad de codearse con la literatura. En otra situación socioeconómica probablemente debería haber ingresado a un convento y tomar los hábitos.
En las invasiones inglesas participó activamente en la ayuda a los soldados y voluntarios que enfrentaron al invasor, recolectando dinero, armas, ropa y víveres para los combatientes, además de promover en su entorno social el compromiso con la defensa de la ciudad.

Esta participación pública en una situación de crisis fue el inicio de su vida política. Su casa se convirtió en escenario habitual de reuniones en las que participaba la flor y la nata de la sociedad porteña. Allí se debatía tanto asuntos literarios como las novedades relacionadas con el comercio y la política, tanto a nivel local como así también en España.
Por los salones de su casa de la actual calle Florida al 200 o en las instalaciones de la quinta Los Ombúes de San Isidro, pasaron personalidades de la talla de Juan Martín de Pueyrredón, Nicolás Rodríguez Peña, Bernardo de Monteagudo, y Carlos María de Alvear, entre muchos otros. Allí se tejieron y destejieron alianzas políticas y se crearon asociaciones públicas, como la Sociedad Patriótica, o secretas, como las logias masónicas.
La primera espía
Algunos historiadores y escritores la sindican como la primera espía de la historia argentina. Si bien no puede afirmarse que lo haya sido en el sentido más utilizado del término, muchas de sus actividades sociales podrían encuadrarse en esos parámetros.
Su casa era uno de los principales puntos de encuentro de políticos, militares, diplomáticos y figuras clave de la época y era considerada el mejor lugar para saber lo que iba a pasar antes de que pasara. En muchos casos, eso le permitía enterarse antes que nadie de los movimientos de los realistas y de unitarios o federales luego del 25 de mayo de 1810. Mariquita, exquisita anfitriona, sonreía, escuchaba y tomaba nota mental de todo lo que allí se hablaba. Después decidía a quien comentar lo que se había enterado.

Fue opositora al régimen de Juan Manuel de Rosas y utilizó su red de contactos para difundir las ideas unitarias y republicanas. Ese antagonismo terminó convirtiéndose, como en muchos otros casos, en un exilio. En 1839 debió abandonar Buenos Aires y radicarse en Montevideo en un destierro que duró casi cinco años. Durante ese tiempo continuó organizando sus ya clásicas tertulias a las que concurrían personajes de la talla de Juan Cruz Varela, Juan Bautista Alberdi, Valentín Alsina y Domingo Faustino Sarmiento. Por aquellos años, escribió a uno de sus hijos: «Hijo mío, no hay dolor más grande que ver a la patria herida por sus propios hijos. Pero hay que seguir creyendo en ella, aunque nos obliguen a vivir lejos de sus calles».
Amiga de Rosas
Sin embargo, Mariquita había mantenido desde la infancia una relación de amistad y confianza con el Restaurador, que se refleja en la correspondencia entre ambos. Esa amistad comenzó a deteriorarse cuando el régimen entró en conflicto con Francia. Su segundo marido, Washington de Mendeville (Martín Thompson había fallecido en 1819 en alta mar) era diplomático francés y eso llevó a Rosas tratarla de «francesita parlanchina y coqueta». Mariquita le respondió en una extensa carta que concluía diciendo: «En tu mano está que yo sea americana o francesa. Te quiero como a un hermano y sentiría me declararas la guerra. Hasta entonces permíteme que te hable con la franqueza de nuestra amistad de la infancia».
Fue una implacable observadora y tenaz cronista de su tiempo. Esto le permitía analizar con profundidad y certeza la realidad de estas tierras en sus primeros años de independencia. «Estos países, como sabes, fueron 300 años colonias españolas –escribió en una ocasión a su segundo esposo–. El sistema más prolijo y más admirable fue formado y ejecutado con gran sabiduría. Nada fue hecho sin profunda reflexión. Tres cadenas sujetaron este gran continente a su Metrópoli: el Terror, la Ignorancia y la Religión Católica. De padres a hijos se transmitió con pavor».
Hasta sus últimos días siguió participando activa y entusiastamente de la vida social, política y literaria de Buenos Aires. Una de las primeras mujeres de nuestra historia con gran influencia en los círculos de poder. Hubo otras como María Remedios del Valle, Juana Azurduy o Macacha Güemes. Pero tal vez Mariquita Sánchez de Thompson sea la más conocida… porque supuestamente cantó por primera vez el Himno.



