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Crónicas al Voleo

Las vidas de Miguel Najdorf

Las vidas de Miguel Najdorf
Por Germán Tinti (especial para Crónicas al Voleo)

Mieczysław Najdorf aprendió a jugar al ajedrez en su Varsovia natal, cuando tenía 9 años y fue a la casa de un amigo. Mieczslaw (todavía no había adoptado el nombre con el que se haría famoso en todo el mundo) recuerda ese momento: «Él se encontraba enfermo, en cama, y su padre –que era violinista de la filarmónica– me preguntó: “¿tú sabes jugar al ajedrez?” Le dije que no. “Ven, te voy a enseñar a mover las piezas”». A la media hora ya le había ganado una partida». Cinco años después conoció a los grandes maestros Akiba Rubinstein y Savielly Tartakower, verdaderos héroes nacionales del ajedrez polaco. Najdrof siempre consideró a Tartakower su más importante guía e influencia en el deporte-ciencia.

El progreso del joven Mieczyslaw era veloz y sorprendente a pesar de que su madre Raissa se oponía tenazmente a que «perdiera el tiempo» jugando con esos muñequitos. «Jugarás al ajedrez luego de que te recibas» le decía cada vez que procedía a quemarle un tablero. El muchacho se las ingeniaba para conseguir otro inmediatamente… y seguía jugando

Un judío en la Alemania nazi

A los 20 años era maestro internacional, la quinta categoría más alta en el rango del ajedrez internacional y en 1936 fue segundo tablero del equipo polaco que participó en las olimpíadas de ajedrez que se realizaron en la Alemania nazi (y que tuvieron el carácter de no oficiales). Si bien Najdorf en un principio se negó a viajar, fundamentalmente por su condición de judío, finalmente lo convencieron. En aquella ocasión Polonia fue segundo, después de Hungría y aventajando a los organizadores, que quedaron terceros.

Tres años después llegó a Buenos Aires para participar en las olimpíadas que se disputaron en nuestro país. Para ese entonces el ajedrez era casi un deporte popular en Argentina y las localidades del recientemente inaugurado segundo edificio del teatro Politeama se agotaban cada jornada. Tanto interés despertó en el público este evento que se debía cortar el tránsito de la avenida Corrientes a la hora de las partidas.

La guerra a miles de kilómetros de casa

En medio de estas olimpíadas, Hitler invadió Polonia y se desató la segunda guerra mundial. Najdorf supo que volver a su país era entregarse a una muerte segura y decidió quedarse a vivir en Argentina. No se trató de una decisión fácil. En Polonia quedó su esposa, una hija de tres años, cuatro hermanos, padres, tíos y primos. Nunca más pudo volver a comunicarse, aunque nunca dejó de buscar la manera.

Solo en una ciudad extraña y sin conocer el idioma, debió empezar de cero. Se alojó en una pensión y comenzó a vivir de la venta ambulante. Compraba chucherías en el Once (corbatas, golosinas… lo que fuera) y las vendía puerta a puerta, caminando por la avenida Rivadavia hasta Liniers. Jugaba al ajedrez por plata en bares y clubes. Empezó a hacerse conocido en el ambiente ajedrecístico local y comenzó a hacer exhibiciones. Alguien le ofreció vender seguro y dijo que sí. Creció en la actividad hasta que tuvo su propia agencia. Pero nunca dejó de buscar la forma de dar noticias a sus familiares y conocidos de Polonia sobre su destino.

Un record como mensaje

Entonces empezó a pergeñar una manera: el ajedrez. Los principales diarios de Europa le dedicaban un importante espacio a este deporte y publicaban noticias de todo el mundo. Un record mundial relacionado con la actividad sin dudas tendría repercusión en el viejo continente.

En 1943, en plena guerra mundial, y ya con nombre y nacionalidad argentina, se llevó a cabo el evento que lo lanzó a la fama. En el Círculo de Obreros de la ciudad de Rosario batió el record mundial de partidas simultaneas a ciegas (el aspirante a recordman no puede ver los tableros de sus oponentes, solamente recibe –en un cuarto separado– la información de la jugada de cada uno de ellos). Si bien el record no fue homologado (no hubo un veedor oficial), la noticia se publicó en los principales medios europeos. Si había algún pariente vivo, seguramente se enteraría.

Pero ninguno quedaba vivo. «En el ’46 viajé a Varsovia. No había nadie. Todos habían muerto en las cámaras de gas de los nazis. Mi hijita también»

Luchar para vivir

¿Cómo se puede seguir viviendo?, le preguntaron en una larga entrevista de la revista El Gráfico.

«Si se lucha, creo –respondió Najdorf–. Me fui a Nueva York, tenía un tío abuelo en el Bronx. Tomé el subte y vi a un muchacho leyendo un diario polaco, me acerqué, le pregunté y había estado en un campo de concentración. Era de un pueblo chico, cerca de Varsovia. Yo tenía tantos parientes que algunos vivían en ese pueblo, seguimos hablando y fue increíble, él se había casado con una prima hermana mía. Me acuerdo como si fuera hoy, nos bajamos en el barrio de los negros, en Harlem, nos metimos en un café. Éramos los únicos blancos allí, nos mirábamos y llorábamos los dos».

En 1947, en Sao Paulo, volvió a intentar la hazaña y volvió a conseguirlo, esta vez sin dejar ningún detalle librado al azar. Jugó durante casi 24 horas contra 45 tableros y batió el record mundial. El suyo y todos los anteriores. Luego de ese tremendo esfuerzo fue al cine y se quedó dormido en medio de la película. Despertó un día después en un hospital.

Una figura popular

Miguel Najdorf hizo del ajedrez un deporte popular en nuestro país. Pero su figura supera la actividad que lo hizo famoso. Casi todos sabemos algo de él, aun cuando apenas sepamos cómo se mueven las piezas sobre el tablero. De Perón a Menem, todos los presidentes argentinos tuvieron su foto con el ajedrecista. Jugó ajedrez con De Gaulle, Winston Churchill, Nikita Kruschev, el sha de Irán, el mariscal Tito«Una vez me invitó a Cuba el Che Guevara y una tarde jugué diez simultáneas. Le digo algunos rivales: en el tablero 1, Fidel Castro; tablero 2, su hermano Raúl; en el 4, Camilo Cienfuegos; tablero 5, el presidente Dorticós; en el 6, el Che… Al Che le ofrecí tablas y no aceptó. Me dijo: «Con usted gano o pierdo». Le gané a nueve; con Fidel hice tablas, por si acaso».

Su vida consta de un anecdotario casi infinito. En una ocasión jugaban Argentina contra la Unión Soviética. Luego de los himnos, el presidente argentino, Juan Perón, se acerca a su tablero y realiza una movida simbólica (una especie de puntapié inicial). Pero a Najdorf no le gustó la movida y volvió atrás. Su contrincante, David Bronstein –sobrino de Trotsky– le preguntó asombrado cómo se atrevía a contradecir a su presidente. «Este es un país democrático» respondió Miguel, y volvió a concentrarse en la partida.

En Argentina Najdorf se casó dos veces más y tuvo otras dos hijas. Decía que se convenció de quedarse a vivir en este país cuando, poco después del estallido de la segunda guerra, se encontró con un paisano y le preguntó cómo andaba. «”Bien, puchereando», me contestó.  No entendí eso de puchereando, cuando lo averigüé no tuve dudas. Pensé, debe ser un buen país, en Polonia decimos «aquí estoy, ganando el pan». Puchero es mucho más que pan. Me quedé».

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