En esta sección te invitamos a conocer las historias de aquellos altagracienses viviendo en diferentes partes del mundo. AGNoticias dialogó con Micaela con una visa de intercambio y una enorme curiosidad, se lanzó a la aventura de convivir con jóvenes de distintos países. Así es vivir en un país ajeno que, por momentos, también se vuelve propio.
En AGNoticias la sección «Altagracienses por el Mundo» ya es un clásico de nuestro portal informativo. Un espacio dónde les acercamos los lectores historias de vecinos, amigos o familiares que dejaron su ciudad natal y que ahora están viviendo diferentes experiencias alrededor del mundo. En esta oportunidad, conocemos más a la altagraciense Micaela Levitzky.
¿Cómo es vivir en una casa compartida con personas que no hablan tu idioma? ¿Y adaptarse a un país donde nieva seis meses al año?
Desde niña, Micaela supo que el mundo tenía algo más para ofrecerle. Creció en Alta Gracia, en esa rutina que muchas veces se torna previsible: dos trabajos, la universidad, y el día a día de una ciudad chica en la que todos se conocen. Estudiaba Psicología y se esforzaba por sostenerlo todo, pero algo dentro suyo le decía que era hora de abrir nuevas puertas.

“Lo que me motivó a irme del país fue que tenía muchas ganas de viajar, conocer otras realidades, nutrirme de otras cosas. Alta Gracia es un pueblito súper chico, y sentía que necesitaba crecer desde otro lugar. La universidad y la rutina no me lo estaban dando”, rememoró.
Con esa certeza, decidió lanzarse a la experiencia de un intercambio cultural en Estados Unidos. A través de una visa J1, que permite trabajar legalmente mientras se realiza el intercambio, armó las valijas sin esperar tener todo resuelto. Fue un acto de fe, de impulso, y de confianza en que lo que vendría la transformaría. Y así fue.
De Alta Gracia a Lake Tahoe: el primer destino
Su primer destino fue Lake Tahoe, en California. Un sitio que, de no ser por el mapa, parecería inventado: un pueblo de montaña, con paisajes alpinos, rodeado de pinos, cabañas y un lago cristalino que cambia de color según la hora del día.
En este lugar pasó un año completo, viviendo entre la nieve, las estaciones marcadas y el vértigo de estar sola, lejos de casa, enfrentando una cultura nueva.


“El clima me costó mucho al principio. Vivía en una zona donde nieva mucho y se hace de noche a las cuatro de la tarde. Había días en los que simplemente no podías salir de tu casa por las tormentas de nieve”, relató.
Pero también fue allí donde encontró una de las cosas que más valora de su viaje: la conexión con la naturaleza. “Soy muy fan de la naturaleza, y la de acá es sacada de un cuento. Tanto en California como en Utah, donde vivo ahora, es impresionante”.
El idioma, la diversidad y el verdadero aprendizaje
Como tantos migrantes, uno de los desafíos más grandes fue el idioma. A pesar de que sabía algo de inglés, enfrentarse al día a día con personas que no hablan tu lengua obliga a agudizar los sentidos, aprender rápido y, sobre todo, perder el miedo al error.
“Es muy gracioso a veces. Tengo amigos que también tienen el inglés como segundo idioma, y a veces es nuestra única forma de comunicarnos. Nos hacemos entender como podemos”, expresó entre risas.


Sin embargo, más allá de las palabras, lo que más la marcó fue la diversidad humana con la que convivió. Compartió casa, trabajo y experiencias con personas de Italia, Francia, Brasil, Chile, Colombia, Perú, Ecuador, México, entre otros países.
“Es increíble lo que aprendés de cada cultura, de cada historia en particular. No volvés a ver la vida de la misma manera después de estar en contacto con tanta diversidad. Y eso, en una carrera tan humana como Psicología, es clave”.
Micaela vive con una familia estadounidense, cuida a los niños, recibe un sueldo semanal, comida, alojamiento y forma parte del núcleo familiar. En este momento trabaja solo tres horas por día, no obstante aclaró que eso depende del contrato particular con cada familia, ya que no hay una regla general: todo varía según las necesidades del hogar que te toque.
Si bien el trabajo que desempeña en Estados Unidos no está vinculado directamente con su formación académica, siente que el intercambio la nutre de herramientas que va a usar toda la vida. “Estás obligado a salir de tu zona de confort. Y eso, para mí, ya es una forma de estudiar al otro y a vos misma”.
Además, uno de los grandes objetivos de este intercambio es mejorar el inglés, algo que —según la joven— se logra día a día, entre conversaciones, juegos, rutinas compartidas y demás.

¿Cómo es la realidad de conseguir trabajo y vivienda en el extranjero?
La vida en Estados Unidos también le enseñó a conocer las reglas no escritas del sistema migratorio, que cambian según los estados, los gobiernos, las épocas.
“Desde que Trump asumió la presidencia, algunas cosas cambiaron, y prefiero no entrar en detalles sobre legalidades. Sí puedo decir que hay mucho trabajo, pero depende mucho de dónde estés. En California, por ejemplo, gran parte de la población es migrante, y eso abre posibilidades”.

El costo de vida también varía según la zona. Vivir solo es muy difícil —“por eso generalmente alquilamos entre varios”—, y los trabajos muchas veces están ligados a la temporada: centros de esquí en invierno, parques y hoteles en verano.
“No es imposible, pero tampoco es un cuento de hadas. Si sabés inglés es más fácil, pero aunque no sepas, todo depende de tus ganas y objetivos. No es lo mismo querer construir una vida desde cero que solo estar de paso o buscar ahorrar para seguir viajando”.

Lo que se gana… y lo que se extraña
Entre lo que más disfruta de vivir en Norteamérica, Micaela destacó la seguridad y las oportunidades. “Te olvidás el celular en el parque y dos horas después sigue ahí. Y cosas que en Argentina son difíciles de alcanzar —como tener un auto, por ejemplo— acá están más al alcance de todos”.
Pero también hay una parte que siempre tira. “Extraño muchísimo la comida, por Dios. Mis amigos, mi familia, las juntadas, nuestras costumbres… Son cosas que siempre van a ser muy nuestras y que no se reemplazan con nada”.
El consejo para quienes sueñan con irse
La altagraciense no tiene dudas de que su experiencia fue positiva. No porque haya sido perfecta, sino porque la cambió por dentro.
“Si tenés ganas de viajar, no esperes a estar preparado, porque probablemente siempre te falte algo. Se trata de agarrar impulso, tener claro tu objetivo y salir. El resto lo vas aprendiendo en el camino”.


Y esa es quizás la enseñanza más profunda que trae de su viaje: no hay un único camino, ni un momento exacto. A veces basta con dar el primer paso para que todo se acomode.
¿Volver a Argentina?
Pese a que este viaje le regaló amistades, aprendizajes y paisajes inolvidables, Micaela no se plantea esta etapa como definitiva. Muy por el contrario, tiene claro que su paso por el extranjero es parte de un proceso personal de crecimiento y exploración, pero que sus raíces siguen firmes en Alta Gracia.
“Sí, voy a volver”, afirmó. “Como dije antes, solo lo hice por la experiencia y, por suerte, fue muy buena. Pude crecer, experimentar y vivir de formas que nunca hubiera podido hacerlo en mi país”.

Su vínculo con la gente que conoció en este tiempo también deja una marca profunda: “Toda la gente que conocí acá va a tener un lugarcito en mi corazón para siempre. Pero cuando sienta que ya aprendí lo suficiente, es momento de volver y estar un rato. Y si después siento que me tengo que ir otra vez, será otro destino que me enseñe nuevas cosas”.
Con una mirada abierta y flexible sobre el futuro, la joven resume con naturalidad lo que muchos jóvenes sienten en aventuras como estas: irse para conocerse, quedarse para aprender, volver para reconectar… y quizás volver a partir.



