En esta sección te invitamos a conocer las historias de altagracienses que viven en diferentes partes del mundo. AGNoticias dialogó con Alejandro quien desde Alta Gracia hasta Paraguay, reconstruyó su vida profesional y personal lejos del país. Licenciado en Gestión Empresarial, dejó la Argentina en plena incertidumbre y encontró en Asunción una nueva forma de vivir, trabajar y mirar el futuro.
En AGNoticias la sección «Altagracienses por el Mundo» ya es un clásico de nuestro portal informativo. Un espacio dónde les acercamos los lectores historias de vecinos, amigos o familiares que dejaron su ciudad natal y que ahora están viviendo diferentes experiencias alrededor del mundo. En esta oportunidad, conocemos más al altagraciense Alejandro Powell.
Alejandro recuerda con nitidez su adolescencia en Alta Gracia: las calles tranquilas, el perfume de los eucaliptos en los inviernos, la sensación de vivir en una ciudad donde todos se conocen.


Pero también rememoró algo más fuerte: la necesidad constante de ir un poco más allá. “Siempre fui inquieto —dice—. Tenía curiosidad por conocer otros lugares, por aprender, por no quedarme quieto”.
Esa inquietud lo acompañó desde sus primeros trabajos y fue moldeando su destino. Apenas terminó la escuela, se mudó a Córdoba, donde comenzó a forjar su camino profesional.
Luego vinieron Buenos Aires y, muchos años después, Asunción. No fue una aventura improvisada, sino el resultado de un recorrido largo, lleno de decisiones que se fueron encadenando hasta desembocar en un cambio de país.


Durante 2019 ya trabajaba en Paraguay para una empresa de desarrollo de edificios. Viajaba con frecuencia, conocía el ritmo local, los barrios en expansión, la manera en que la ciudad crecía hacia el río.
No obstante mientras su carrera avanzaba allá, en Argentina el panorama se oscurecía. La inflación, la falta de estabilidad y la sensación de incertidumbre terminaron de empujarlo a tomar la decisión.
“Paraguay me ofrecía previsibilidad. Y eso, en ese momento, era mucho decir”, admitió. En marzo de 2020, cuando la pandemia paralizó al mundo y borró cualquier plan previo, Alejandro se quedó del lado paraguayo. Lo que parecía un paso transitorio se transformó en una nueva etapa de vida.


Instalarse lejos: entre la necesidad y el descubrimiento
Asunción lo recibió con su clima húmedo, el sonido de los loros al atardecer y un ritmo que mezcla la calma provinciana con la energía de una ciudad en crecimiento.
Al principio, su rutina era extraña: diez días en Córdoba, veinte en Paraguay, un ir y venir constante. Hasta que el cierre de fronteras lo obligó a decidir. “La pandemia fue un antes y un después. Tuve que quedarme y aprender a vivir lejos de mis hijos. Eso fue lo más duro.”
El trabajo fue el ancla. Mientras Argentina se paralizaba, en Paraguay las restricciones fueron más breves y la economía retomó su ritmo pronto. “Pude seguir trabajando casi sin interrupciones. Eso me ayudó a estabilizarme emocional y económicamente”, relató.


Al principio alquiló un pequeño departamento que se convirtió en su base de operaciones. “Era chico, pero cómodo. Pasaba muchas horas ahí, trabajando frente a la computadora o haciendo videollamadas con mi familia. Fue mi refugio durante el encierro.”
Hoy, varios años después, ya está instalado definitivamente en otro departamento, en una de las zonas más agradables de la capital, donde el verde y el ruido de las motos se mezclan con el canto de los pájaros tropicales.
Un recorrido profesional hecho a base de constancia
Alejandro lleva casi treinta años vinculado al mundo empresarial, pero su historia profesional es una trama de giros y aprendizajes.
Egresó del Instituto El Obraje como Técnico Químico y, durante un tiempo, creyó que su futuro estaría en el aire. Fue cadete de la Escuela de Aviación Militar, aunque esa etapa terminó antes de lo previsto. “Fue un golpe duro, pero me ayudó a entender que la vida no siempre va por donde uno planea.”


Tras esa crisis vocacional, comenzó a trabajar en el Banco Meridional, en el centro de cómputos, y allí descubrió el marketing. “Me fascinó la posibilidad de entender por qué la gente elige algo, cómo se construyen las decisiones. Fue un flechazo.” A partir de entonces, se formó en Gestión Empresarial y nunca más se desvió de ese rumbo.
En Alta Gracia dio sus primeros pasos asesorando comercios locales, como el recordado restaurante Albeniz o el videoclub de un amigo. Con el tiempo, llegó a ocupar cargos ejecutivos en grandes empresas: fue vicepresidente de marketing en Citibank y más tarde se volcó al desarrollo inmobiliario, primero con GAMA y luego con Pilay.
“El marketing me dio una mirada estratégica, pero el desarrollo inmobiliario me dio una visión de futuro. Construir es proyectar, y eso me motiva.”
Hoy, en Asunción, sigue vinculado al rubro. “El mercado paraguayo tiene mucho por hacer. Hay espacio, inversión y una clase media en crecimiento. El desafío está en profesionalizar los procesos y aportar experiencia. En eso trabajamos.”




Paraguay: entre el calor, el guaraní y la hospitalidad
La vida en Paraguay tiene sus propias reglas. El calor es una constante que marca el ritmo de la ciudad. “Hay días en los que la temperatura no baja de los 35 grados, incluso de noche”, expresó Alejandro. “Uno aprende a medir los horarios por el sol. Todo pasa más temprano o más tarde, pero nunca en las horas del mediodía.”
El aire acondicionado es parte del paisaje cotidiano, al igual que las piscinas. La energía eléctrica es barata —Paraguay es uno de los principales exportadores del mundo gracias a sus represas—, lo que hace posible que esa costumbre no sea un lujo.
El idioma también impone un desafío. Aunque el español es oficial, el guaraní está presente en cada esquina, en los mercados, en las obras, en las charlas entre vecinos. “En las obras de construcción hablan en guaraní y a veces no entiendo ni una palabra. Es como estar en otro mundo”, contó entre risas.


La gastronomía es otro punto de encuentro. “El chipá guazú y la sopa paraguaya son deliciosos. Y ojo: la sopa es sólida, parece una torta de maíz”, aclaró divertido. También descubrió la carne local, similar a la argentina pero con otros cortes. “El asado es distinto, pero no por eso menos sabroso.”
En cuanto al trato, Alejandro lo resumió así: “El paraguayo es amable, respetuoso y hospitalario. Siempre te invitan a su mesa, siempre tienen tiempo para charlar. A los argentinos nos ven como trabajadores, como gente formada. Eso genera respeto y también curiosidad.”
Lo que se deja atrás: familia, sierras y pertenencia
Alejandro no dudó al decir que lo más difícil de emigrar fue la distancia. Extraña a sus hijos, a su familia, las reuniones espontáneas, los almuerzos de domingo y los mates con amigos.
“Uno aprende a medir el tiempo de otra forma. Ya no es ‘nos vemos mañana’, sino ‘cuando viaje’, y eso duele”, expresó.


También extraña el paisaje. “Paraguay es verde, pero no tiene sierras. Extraño mucho esa geografía, los ríos, los arroyos, el olor del monte después de la lluvia.” aseguró emocionado al recordarlo. “Eso no se reemplaza con nada.”
Con el paso del tiempo, comprendió que llevar Alta Gracia consigo es inevitable. “Vivimos rodeados de historia: los museos, la Estancia Jesuítica, la casa del Che, la de Manuel de Falla… cuando uno se va, se da cuenta de lo privilegiado que era crecer entre tanta cultura.”
Consejos para quienes sueñan con irse
A quienes piensan en emigrar, Alejandro les habló desde la experiencia: “Lo importante es tener un propósito. No se trata solo de querer irse: hay que saber para qué.” Explicó que salir del país sin un plan claro puede ser agotador.
“Hay que estar dispuesto a atravesar momentos incómodos, a no tener certezas. Al principio, nada es fácil: desde encontrar casa hasta entender cómo funciona la vida cotidiana.”




También insiste en la paciencia: “Hay que permitirse adaptarse. No compararlo todo con Argentina, no esperar que las cosas funcionen igual. Cada país tiene su ritmo, y en Paraguay ese ritmo es más pausado, más de vínculos, más de confianza personal.”
Para él, la emigración no fue una huida, sino un paso lógico en su camino profesional. “Pero incluso cuando todo va bien, el desarraigo pesa. Por eso hay que tener un propósito fuerte que te sostenga.”
El regreso y la idea de pertenecer a dos lugares
Cuando se le preguntó si piensa volver a vivir en Argentina, con una sonrisa declaró: “Uno siempre vuelve, aunque sea de visita. La raíz está ahí.”




Por ahora, su vida está en Asunción: su trabajo, sus rutinas, su día a día. Pero la conexión con su tierra no se corta. Cada tanto, regresa a Alta Gracia, camina por las mismas calles, visita amigos, y vuelve a sentir el pulso de su ciudad. “Cada vez que vuelvo, me reencuentro conmigo mismo. Es como si el tiempo no pasara.”
Mientras tanto, sigue construyendo en Paraguay —proyectos, vínculos, aprendizajes— con la serenidad de quien entiende que vivir afuera no significa estar lejos.
“Uno no deja de ser de donde viene”, manifestó. “Simplemente aprende a ser de más de un lugar.”





